DE LOS "CAMPOS DE SILOS" A LOS "AGUJEROS NEGROS": Sobre pozos, depósitos y zanjas en la Prehistoria Reciente del Sur de la Península Ibérica por JOSÉ E. MÁRQUEZ ROMERO Podemos desinteresamos de la eternidad que nos seguirá, pero no podemos librarnos de la angustiosa pregunta sobre qué eternidad nos ha precedido. (Umberto Eco. La isla del día de antes). RESUMEN La aparición de pozos excavados en el terreno es una constante en el registro arqueológico del sur de la Península Ibérica. Dichas estructuras, llamadas "silos", han sido interpretadas como reflejo de antiguas prácticas de almacenaje y manifestación de procesos agrícolas intensivos, pudiéndose hablar de una auténtica "Cultura de los Silos". En este artículo se propone una lectura alternativa del tema. Así, se entienden dichos pozos y las zanjas a las que en ocasiones aparecen asociados, como una "arquitectura inscrita", utilizada por los grupos megalíticos meridionales, para construir, ritual y monumentalmente, su territorio, de forma similar a la conocida, desde hace décadas, en otras zona europeas. ABSTRACT The apparition of dug-pits in the land is a constant in the archaeological record in southern Iberian Peninsula. That structures, known as "silos", have been taken as a reflection of ancient practices of storage and manifestation of intensive farming processes. This article gives an alternative reading about this topic. In this sense, these pits and ditches —which are sometimes associsated to them— are understood as an "inscribed architecture" used by South megalithical groups, in order to build their territory —both ritual and socially—, in a way very similar to the are known, for decades, in other European areas. Palabras claves Cultura de los Silos, Silos, Pozos, Zanjas, Cercados, Megalitismo, Neolítico, Edad del Cobre, Paisaje, Andalucía. Key words Culture of silos, Silos, Pits, Ditchs, Enclosures, Settlements, Megalitisme, Neolithic, Copper Age, Landscape, Andalusía. ISSN: 1133-4525 ISSN-e: 2255-3924 SPAL 10 (2001): 207-220 http://dx.doi.org/10.12795/spal.2001.i10.14 208 JOSÉ E. MÁRQUEZ ROMERO Supone para nosotros un honor poder sumarnos con esta modesta colaboración, avance de un trabajo más extenso, al merecido homenaje que la revista Spal dedica al Prof. Pellicer, como reconocimiento a su ingente labor docente e investigadora. 1. INTRODUCCIÓN. La Cultura de los Silos del Guadalquivir A finales del siglo XIX, G. Bonsor advirtió, en los yacimientos de Acebuchal y Campo Real, la presencia de pequeños pozos o si/os excavados en el terreno que aparecían colmados de rellenos arqueológicos (1899: 156). Muchos arios después, Collantes de Terán acuñaría el término "Cultura de los Silos" para hacer referencia a "un pueblo neo-eneolítico de agricultores que, "establecidos en cabezos de poca altura y próximos a cursos de agua, construían estos silos con forma de campana en el substrato rocoso sobre el que se asentaban" (Collantes de Terán 1969: 61). J. M. Carriazo sugeriría que estos pozos "eran testimonios de la temprana importancia de la agricultura cerealista en la vega del río Corbones, y que nacieron para sustituir contenedores de menor capacidad, como los recipientes de cestería o cerámica, por otros de mayores dimensiones en los que almacenar los granos de cereal; estos se acumularían como excedentes en ciertos yacimientos, desde los que, a modo de centro comercial, se exportaban por el río a toda la región" (Carriazo 1980: 159 y 192). La que podríamos denominar tesis Collantes-Carriazo, con distintas denominaciones como, horizonte de Campo Real, horizonte de los silos del Guadalquivir, círculo del Bajo Guadalquivir, entre otras, se integrará, durante el último tercio del siglo pasado, en los modelos explicativos de la Prehistoria del Sur peninsular, convirtiéndose, junto a otras entidades como la Cultura de las Cuevas o la del Horizonte Millares, en principio descriptivo e interpretativo de las principales síntesis realizadas en la región, a la vez que se utilizaba como marco cobertor para gran cantidad de yacimientos que, de similar naturaleza y morfología, proliferaron desde ese momento. En algunos de ellos como Papa Uvas en Huelva, Valencina de la Concepción en Sevilla, El Lobo o La Pijotilla en Badajoz, también se documentaron zanjas perimetrales, con sección en "U" o "V", en cuyo interior proliferaban dichos "silos" y/o fondos de cabañas. Inicialmente se planteó que la extensión geográfica de estos yacimientos se circunscribía a la provincia de Sevilla y quizá, también a sus provincias limítrofes (Collantes de Terán 1969: 61; Carriazo 1980: 154). Con el tiempo se confirmó que los registros arqueológicos extendían sus límites al Sur de Portugal, Huelva y Bajo Guadalquivir (Amores 1982: 219 y 212; Carrilero et alii 1982: 205) el norte del río Tajo (Pellicer 1986 a: 246) y, en última instancia, a toda la cuenca del río Guadalquivir hasta Cazorla (Hornos 1987: 202). Cronológicamente, la ausencia de cerámicas campaniformes en Campo Real y su abundancia en El Acebuchal caracterizó, desde un primer momento, una fase pre y otra campaniforme para la "Cultura de los Silos". Frente a los grupos megalíticos, a comienzos de los 80, se consideraba que las poblaciones pertenecientes a esta Cultura tenían un patrón de asentamiento caracterizado por ocupaciones en zonas llanas, cercana a los ríos, con una economía agrícola, e inhumaciones en silos (Carrilero; Martínez y Martínez 1982: 203-204). Como alternativa a esta percepción "culturalista" del fenómeno, recientemente, los asentamientos más antiguos adscritos a estas poblaciones (Polideportivo de Martos, o Papa Uvas) han sido interpretados como evidencias de una temprana concentración de la población ya en el C.A. IV milenio a. C., (Lizcano et alii 1991-92: 48-49; Nocete 2001:67); mientras que uno de ellos (Valencina), será considerado como un auténtico territorio primado, localizado en el Aljarafe sevillano, y de singular importancia en el proceso de formación de un centro y su periferia durante el C.A III milenio a. C. en el Valle del Guadalquivir (Nocete 2001: 67, 84 y 95). Por otra parte se siguen interpretado estos yacimientos (campos de silos), como auténticas áreas de acumulación productiva que obedecen a procesos de acumulación acorto, medio y largo plazo y suponen: "una previsión administrativa y una distribución excedentaria destinada al intercambio, un control del trabajo SPAL 10 (2001) ISSN: 1133-4525 ISSN-e: 2255-3924 http://dx.doi.org/10.12795/spal.2001.i10.14 DE LOS "CAMPOS DE SILOS" A LOS "AGUJEROS NEGROS": SOBRE POZOS. DEPÓSITOS Y ZANJAS... 209 productivo y una inmensa fuerza de trabajo, reflejo en última instancia de un centro de poder (Valencina), no solamente al nivel local, sino con toda seguridad a una escala macroterritorial en la Baja Andalucía" (Cruz-Auñón y Arteaga 1999: 604 y 605): Se habla de la primera civilización atlántica-mediterránea del occidente de Europa (Arteaga y Cruz-Auñón 1999: 615). 2. CONTEXTO GENERAL: Una "arquitectura inscrita" en el occidente de Europa En cualquier caso, las distintas interpretaciones han carecido de una perspectiva analítica de mayor rango o escala, ignorando sistemáticamente que la existencia de zanjas, pozos y otras estructuras excavadas en el terreno, idénticas o similares a las aquí estudiadas, son una constante en el Neolítico Europeo, especialmente en su variante megalítica; y lo que resulta más grave, manteniendo el sur peninsular y su registro arqueológico al margen de la intensa discusión que sobre estos yacimientos se está desarrollado en el ámbito continental. Sintetizando, cabe indicar que los pozos y recintos de zanjas más antiguos conocidos en el continente europeo pertenecen a la fase final de la cultura neolítica danubiana (Linearbandkeramik LBK) (Whittle 1977), donde aparecen relacionadas, en mayor o menor medida, con poblados estables (tipo longhouse). A partir de estos momentos, estas estructuras se extienden por el centro de Europa y especialmente por la fachada atlántica (Sur de Escandinavia, Islas Británicas y Oeste de Francia), pero, y esto es realmente significativo, sufriendo una seria transformación al dejar de aparecer asociadas con hábitats humanos permanentes (Bradley 1993: 86): en su nueva redifinición estos yacimientos serán conocidos como enclosures, entre los autores británicos, o enceinteslcamps neolitiques, en la escuela francesa. La manifiesta afinidad, —morfológica, espacial y funcional—, entre esta fenomenología arqueológica característica del C.A IV y III milenio a. C. en el occidente europeo y nuestros "campos de silos" (Papa Uvas, Valencina, Polideportivo de Martos, etc) creemos que resulta concluyente, y sin agotar todas la posibilidades comparativas, pueden concretarse de la siguiente manera: 1)Se tratan de amplios recintos, con plantas circulares o subcirculares, delimitados perimetralmente por zanjas, continuas o discontinuas, y sección en U o V (fig.1). Pueden presentar 1,2,3 y, en ocasiones, incluso más anillos o trincheras concéntricos. En ocasiones se reconocen, tangente a las trincheras, hiladas de postes de posibles empalizadas, aunque este hecho parece ser característico de las enceintes chassenses. En su interior se definen grandes espacios que superan en muchas ocasiones las decenas de hectáreas. 2)En el interior de estos yacimientos, pese a sus considerables dimensiones, apenas si se observan estructura de hábitats estables (Smith 1966:471; Baker y Webley 1978: 176; Bréat 1984: 296; Toupet 1988: 203; Whittle 1988: 10; Chapman 1988: 27-28; Madsen 1988: 321 y 326; Evans 1988 b: 90; Bradley 1993: 81; Edmonds 1999: 89-90), a lo sumo aparecen pozos (silos), fondos o cubetas de cabañas excavados en el terreno (fig. 2), reflejo, en cualquier caso, de construcciones endebles y de corta utilización. Los pozos pueden aparecen también dispersos y sin relación con zanjas perimetrales (unenclosed). 3)Se ubican estos recintos en lugares de fácil acceso, colinas suaves, (hin en la Islas Británicas), entradas y fondos de valles, rebordes fluviales, amesetamientos prominentes (eperon típicos chassense) etc. También son muy frecuentes en áreas costeras. En cualquier caso no parecen optimizar la elección de su ubicación por criterios defensivos (Bréat 1984: 308; Edmonds 1999: 85) y en no pocas ocasiones, se menosprecian, incluso, elevaciones del terreno muy próximas a ellos. 4)En la mayoría de las zonas geográficas donde aparecen estas estructuras coexisten con asentamientos humanos ajustados a un patrón de acusada dispersión territorial y no permanentes (Chapman 1988: 21; Madsen 1988: 326; Edmonds 1993: 108; Bradley 1993: 87). SPAL 10 (2001) ISSN: 1133-4525 ISSN-e: 2255-3924 http://dx.doi.org/10.12795/spal.2001.i10.14 210 JOSÉ E. MÁRQUEZ ROMERO 5)Cronológicamente se construyen, en la fachada atlántica, entre el C.A. IV —Hl milenio a. C. y se dejan de realizar, en torno al C.A. II milenio a. C., y su desarrollo coincide, con algunas excepciones, con la fase de arraigo del megalitismo (Chapman 1988: 21; Madsen 1988: 325). 6)Existe una constante en todos estos yacimientos, nos referimos al solapamiento entre sucesivos pozos, trincheras y fondos de cabañas, que parecen responden a procesos de reocupación o reestructuración del espacio interno y de las propias trincheras que lo delimitan, configurando auténticos palimpsestos muy difíciles de documentar y secuenciar (Dixon 1988: 75; Edmonds 1993: 109). 7)Por último, y como característica más sorprendente, destaca no sólo la coincidencia ya observada en la morfología de las estructuras, sino en la naturaleza y deposición de sus contenidos, que parecen ajustarse a comportamientos normalizados y claramente estereotipados (Bradley 1993: 72) que animan a descartar su función de silo o basurero. Así los artefactos y ecofactos que suelen aparecer en el interior de zanjas y pozos, participan de rellenos intencionados, que frecuentemente se realizan, poco tiempo después de ser abiertos (Smith 1966: 473; Madsen 1988: 320; Edmonds 1993: 112; Thomas 1999: 41). Proliferan en ellos los restos humanos (completos o incompletos); huesos especialmente de bóvidos (Smith 1966: 470; Meniel 1984: 285; Pryor 1988: 114; Degros; Simon; Tarréte y Wyns 1984: 46; Edmonds 1999: 92, 111), suidos (L'Helgouach 1988: 272; Bréat 1984: 305) y perros (Meniel 1984: 285; Poulain 1984: 258; Madsen 1988: 321). El contenido se completa con abundancia de artefactos líticos, especialmente restos de talla (Pryor 1988: 114; Lago et alii 1998:54; Edmonds 1999: 126; Thomas 1999:41); molinos fracturados (Bradley 1993: 85) y recipientes cerámicos, fracturados previamente y, en ocasiones, con evidencias de haber sufrido sobre ellos acción térmica (Degros; Simon; Tarréte y Wyns 1984:47; Poulain 1984: 264; Dixon 1988: 81; Madsen 1988: 321; Toupet 1988: 201; Thomas 1999: 64). 3. ESCALA LOCAL: Sobre contenedores y contenidos en los "campos de silos" M. Gil-Mascarell y A. Rodríguez (1987: 134) indicaron oportunamente que el estudio de estas estructuras, en el marco del sur peninsular, se había visto dificultado por un auténtico babelismo terminológico en el empeño de su descripción. Esta contingencia no está resuelta en la actualidad, ni pretendemos resolverla en estas líneas; en cualquier caso hemos elegido, para su análisis, las tres regularidades o formas que, de manera más frecuente, se repiten en los estudios consultados, a saber: Zanjas o trincheras, pozos (silos) y fondos (i,cabañas ?). Las zanjas o trincheras. Están presentes en yacimientos como Povado dos Perdigoes, Reguengos de Monsarz (Lago 1998: 53); Papa Uvas, Huelva (Martín de la Cruz 1985; 1986); Peñón Gordo de Benaocaz, Cádiz (Perdigones y Guerrero 1987: 29), Valencina de la Concepción, Sevilla (Ruiz 1983; Fernández y Oliva 1985); La Minilla, Córdoba (Ruiz Lara 1990); Polideportivo de Martos (Lizcano et alii 1991-92; Cámara y Lizcano 1996) e Higuera de Arjona (Jaén) (Hornos et alii 1987), etc. Suelen excavarse sobre margas del terciario. Morfológicamente son muy irregulares; en un mismo trazado pueden presentar marcadas desigualdades en su anchura y profundidad. Comparativamente, las dimensiones varían también de unos yacimientos a otros, así podemos encontrar en Valencina una zanja que alcanzan los 7 m de profundidad (Ruiz 1983: fig.5) mientras que en el Peñón Gordo de Benaocaz, otra apenas sobrepasa los 0'8 m (Perdigones y Guerrero 1987: 32). Sus anchuras son también muy variables predominando las que oscilan entre 2 y 4 m. Las secciones son en todos los casos en "V" o "U". Su proyección sobre el terreno, al ser escasas la fotos aéreas de yacimientos meridionales, está sólo apuntada, aunque parecen delimitar espacios interiores circulares o subcirculares. La discontinuidad de las zanjas se ha observado en el Poblado dos Perdigoes (Lago et alii 1998: 71). En cuanto al número de anillos se conocen dos zanjas casi paralelas en la Minilla (Ruiz 1990: 159) y dos claros círculos concéntricos en Perdigoes (Lago et alii 1998: 53). SPAL 10 (2001) ISSN: 1133-4525 ISSN-e: 2255-3924 http://dx.doi.org/10.12795/spal.2001.i10.14 DE LOS "CAMPOS DE SILOS" A LOS "AGUJEROS NEGROS": SOBRE POZOS, DEPÓSITOS Y ZANJAS... 211 Funcionalmente han sido interpretadas, con más o menos énfasis, como fosos defensivos (Pellicer 1986a: 246; Martín 1986: 212; Hornos et alii 1987: 201; Ruiz 1990: 161; Lago et alii 1998: 145; Cruz-Auñón y Arteaga 1999: 605; Cámara y Lizcano 1996: 317; Nocete 2001: 69), sistemas de drenaje (Fernández y Oliva 1985: 114; Pellicer 1986 a: 246; 185: 26; Alcázar et alii: 1992: 24), abrevaderos para el ganado (Fernández y Oliva 1985: 114), sistema de canalización de aguas o regadío (Ruiz Mata 1983: 185; Perdigones y Guerrero 1987: 32) depósito de agua (Fernández y Oliva 1985: 114), zanjas para cazar (Martín 1986: 211), rediles o refugio del ganado (Martín 1986: 211; Cámara y Lizcano 1996: 317), etc. Sólo en el Polideportivo de Martos se ha planteado un significado ideológico para estas estructuras, orientado a dar cohesión social al grupo, aunque sin negarles en ningún momento también un marcado carácter disuasorio-defensivo propio de yacimientos ya sedentarios (Lizcano et alii 1991-92: 23). El contenido hallado en el interior de estas zanjas no difiere del extraído de los otros tipos de estructuras que describiremos a continuación. Se tratan de desechos que las rellenan intencionadamente, se diría que "incluso con la finalidad de cegarlos" (Fernández y Oliva 1986: 27), contingencia esta que anima a interpre- tarlos como basureros tras la perdida de su función primaria (defensivas) (Hornos et alii 1987:198; Alcázar et alii: 1992: 22; Cruz-Auñón y Arteaga 1999: 603). Los pozos (silos). Son legión y se documentan por millares en nuestra región, tanto en el interior de recintos atrincherados, como de forma aislada. Son de planta circular y sección acampanada (silos) o de paredes rectas (pozos). La profundidad oscila ente 1 y 2m. Cuando estas estructuras sobrepasan los 2m de anchura resulta difícil diferenciarlas, en las referencias bibliográficas, de los conocidos como fondos de cabaña. Su función de almacén de cereal es la más aceptada, aunque, ante la generalizada ausencia de grano en su interior, se han vertido críticas sobre tal uso (Cámara y Lizcano 1996:315; Márquez et alii 1999:192-193; Márquez 2000:218-219). No obstante, se ha intentado explicar esta contingencia, considerando que se tratan de depósitos de cereal que, tras perder su función inicial, se reutilizaron como basureros o enterramientos (Martín 1985: 155; 1986:210; Pellicer 1986 a: 246; Hornos et alii 1987: 198; Gil-Mascarell y Rodríguez1987: 13; Ruiz Lara 1990: 161; Arteaga y Cruz-Auñón 1999:614). También se ha propuesto que estas estructuras, al menos, las del yacimiento de la Marismilla, pudieron servir como sistemas prehistóricos para la obtención de sal marina (Escacena et alii 1996: 231-241); mientras que el posible carácter ritual sólo ha sido apuntado en contadas ocasiones (Bonsor 1899: 292; Martín de la Cruz 1985: 155; Escacena 1987: 297 y Lizcano et alii 1991-92:37), aunque esta interpretación simbólica nunca ha reconocido en sus planteamientos la existencia de un sistema de creencias, que exceda y explique el fenómeno, más allá del marco local en el que son documentados los propios yacimientos. Junto a la deposición intencionada, el contenido, como ocurre en otras provincia europeas, presenta una normalización tan evidente, que creemos no permite fundamentar la hipótesis, por otra parte tan extendida, de que nos encontramos ante vertederos o basureros. Así, junto a los fragmentos de cerámica, con frecuencia fracturadas antes de ser introducidas en los pozos, aparecen hojas prismáticas de sílex, abundantísimos molinos, e incluso ídolos, aunque lo más significativo es la importante cantidad de restos óseos en ellos depositados, tanto de animales como humanos. Entre los primeros, como ocurre en gran número de yacimientos de Europa occidental, abundan los procedentes de dos especies: bóvidos y suidos; entre los primeros no es extraño que aparezcan sus cabezas enteras (Fernández y Oliva 1986: 28; Alcázar et alii: 1992: 22) o incluso el animal completo (Cámara y Lizcano 1996: 316), siendo menos frecuentes los ovicápridos que, según parece, sólo están documentados de forma mayoritaria en el Polideportivo de Martos (Cámara y Lizcano1996: 316). Otros animales también representados abundantemente son los perros (Fernández y Oliva 1985: 123; Cámara y Lizcano 1996: 316). La proliferación de restos humanos, a veces incompletos, —tan frecuentes en eclosures y enceintes— han fundamentado la hipótesis de la existencia de auténticos enterramientos en silos, frente a los realizados en sepulcros megalíticos (Serna 1994). Las propuestas más recientes explican esta contingencia, defendiendo que en los "silos" se inhumaban una parte importante SPAL 10 (2001) ISSN: 1133-4525 ISSN-e: 2255-3924 http://dx.doi.org/10.12795/spal.2001.i10.14 212 JOSÉ E. MÁRQUEZ ROMERO de la población, mientras que, por el contrario, sólo a los grupos de rango superior se les reservaba la inhu- mación en sepulcros megalíticos (Alcázar et alii 1992.26; Arteaga y Cruz-Auñón 1999: 613; Nocete 2001: 99). Los "fondos". Son también muy abundantes y se interpretan como cimientos o base de hábitats humanos (Bonsor 1899: 234; Molina 1980: 98; Martín 1985: 153; 1986: 212; Gil-Mascare!! y Rodríguez 1987: 135; Hornos et alii 1987: 198; Márquez y Fernández 1998: 263; Márquez et alii 1999: 192). En cualquier caso, de tratarse de auténtico fondos de cabañas, estos serían las únicas evidencias de sistemas constructivos que se han hallado en el interior de los recintos atrincherados. Pero el contenido del relleno que los colma y la naturaleza de su deposición, en muchos casos semejantes a los observados en zanjas y "silos", no parecen confirmar rotundamente dicho supuesto. 4. INTERPRETANDO LOS "CAMPOS DE SILOS". Queremos aquí discutir una hipótesis concreta ya apuntada en su momento (Márquez 2000): La fenome- nología arqueológica conocida como Cultura de los de silos no es una manifestación exclusiva del sur peninsular, ni es resultado de un proceso histórico singular sino la fisonomía que, en nuestras latitudes, adopta un fenómeno ritual, "arquitectónico" y monumental, mucho más amplio, que se extiende por gran parte del occidente europeo, integrado, como una estrategia más, en la construcción de/territorio realizada por la sociedades megalíticas del C.A. IV yllI frülenio a. C.. Los comentarios que han precedido este epígrafe, aunque extremadamente sintetizados, han intentado establecer una serie de analogías y semejanza entre los enclosures, enceintes y nuestros "campos de silos"; la bibliografía citada permitiría una comparación más exhaustiva, pero la limitación de espacio impide dicho intento; por el contrario preferimos abordar,, a continuación el fenómeno de los recintos prehistóricos atrincherados (RPA= enclosures, enceintes, "campos de silos") del sur peninsular, dentro de la discusión que sobre la naturaleza de estos yacimientos se mantiene en la actualidad. Por falta de espacio, omitiremos también en este momento, un repaso historiográfico más exhaustivo (ver Evans 1988 a; Whittle 1988; Edmonds 1993: 99-142; 1999: 82-93) y nos centraremos sólo en las propuestas recientes más sugerentes. Durante gran parte del pasado siglo, los RPA fueron interpretados como asentamientos humanos, lugares de mercado, hábitat ocasional o semi-permanente, santuarios, cementerios, cercados para ganado etc. (Bréat 1984: 307; Evans 1988 a: 52); Renfrew, por ejemplo, los asoció con residencias de elites, y Baker y Webley, con "lugares centrales" (Baker y Webley 1978:173-178). Especialmente, y debido a la presencia de zanjas, se los ha identificado, como hemos visto también en el ámbito peninsular, con poblados fortificados. Pero esta posibilidad ha sido reiteradamente rechazada en el debate de los últimos arios (Smith 1966:471; Evans 1988 a: 49; 1988b: 92; Mordant y Mordant 1988:234-235; Madsen 1988:321; Bradley 1993: 79; Edmonds 1993: 105; 1999: 85). Por ejemplo, ya a mediados de la década de los 80, F. Pryor, en su estudio del yacimiento de Etton, apuntó la "manifiesta y calculada" ineficacia de estas zanjas como sistemas defensivos y su deliberado carácter abierto (1988 a: 124). En la misma línea M. Edmonds ha sugerido que la mayoría de los enclosures transmiten, a causa de la discontinuidad de la zanjas que los configuran, un sentido de permeabilidad, de movilidad de "gentes que entran y salen" (1999: 113), alejado del supuesto fin disuasorio que se le ha atribuido tradicionalmente. Tampoco es frecuente, como cabría esperar, la adición de elementos constructivos que favorezcan la inaccesibilidad del recinto. Por ejemplo en el ámbito andaluz, sólo conocemos un paramento de adobe alineado sobre el borde interior de un foso en Higuera de Arjona (Hornos et alii 1987: 198). Por otra parte, la existencia de empalizadas adosadas a las zanjas se han documentado en algunos yacimientos (chassenses, TBK) pero, ante su manifiesta vulnerabilidad, se han interpretado, en el mejor de los casos, como simples sistemas de protección del ganado de los animales salvajes (Toupet 1988: 203). SPAL 10 (2001) ISSN: 1133-4525 ISSN-e: 2255-3924 http://dx.doi.org/10.12795/spal.2001.i10.14 DE LOS "CAMPOS DE SILOS" A LOS "AGUJEROS NEGROS": SOBRE POZOS, DEPÓSITOS Y ZANJAS... 213 Sólo con el tiempo, en la Edad del Hierro, algunos de estos yacimiento se reutilizaron con carácter defensivo (Smith 1966: 470; Evans 1988 b: 29; Bradley 1993: 72 y 88). I. Smith sugirió en su estudio sobre Windmill Hill, realizado a mediado de los arios 60, que estos yaci- mientos no eran poblados permanentes sino lugares de encuentro (meeting place), escenarios para ceremonias y eventos comunales (1966: 474). Esta hipótesis cobrará vigor especialmente en la década de los 80 y 90, reconociéndolos como lugares donde se intercambiaría información (Chapman 1988: 39) y se celebraban fiestas comunales y actos rituales (Pryor 1988: 124; Bradley 1993: 86; Bender 1998:56; Thomas 1999: 29). Desde esta perspectiva los pozos han sido también reinterpretado: Así frente a la tesis clásica de "silos" o almacenes, estas estructuras se empezaron a considerar como depósitos intencionados de posible carácter ritual (Bréat 1984: 307; Mordant y Mordant 1988:244-246; Madsen 1988: 321; Toupet 1988:203; Whittle 1988: 10; Evans 1988 a: 89; Evans 1988 b: 94; Dubouloz et alii 1989:214; Vaquer 1989: 28; Bradley 1993: 86; Edmonds 1999: 128; Thomas 1999: 70). Christopher Evans (1988 b) fue el primero en advertir que los RPA no pretendieron ser nunca monumentos estáticos ni finalizados. Por el contrario, se caracterizaban por concentrar, a partir de un recinto primigenio, unas prácticas (acts of enclosure) de construcción y reconstrucción de zanjas y pozos, conjuntamente con su negación explícita, es decir, por un proceso también intencionado de relleno de dichas estructuras. Estas no participaban en el monumento como elementos constructivos al uso, sino que inscribían en el terreno eventos o actividades especiales. Así, el continuo mantenimiento y la reelaboración de las zanjas, junto con la repetición del modelo de deposición dentro de ellas, representaban un discurso de redefinición de un espacio social originario (1988 b: 85 y ss). Podríamos decir que en estos lugares se observaba, en su proyección temporal, una macro-caligrafía social que configuraba la "historia del lugar" testimoniada en estos singulares y grandes trazos. Lógicamente, esta dinámica provocará complejos yacimientos-palimpsestos donde las numerosas estructuras se solapan una sobre otras sin lógica ni sentido aparente, tal y como sabemos que ocurre en los yacimientos del sur peninsular (Molina 1980: 109; Martín 1986: 171; Fernández y Oliva 1986: 21; Arteaga y Cruz-Aurión 1999: 612). Pero advertidos por C. Evans, tenemos que considerar que su morfología final no necesariamente corresponde a la inicial u originaria y que su construcción es siempre acumulativa, por lo que sólo puede ser comprendida en su propia secuencia, argumento este, que no debería olvidarse a la hora de explicar, por ejemplo, yacimientos tan extensos e importantes como el de Valenciana de la Concepción. Asumiendo lo arriba expuesto, cabe apuntar que una correcta aproximación a estas constelaciones de "agujeros negros" que desafían nuestra comprensión, debe pasar, al menos esa es nuestra línea de investiga- ción, por el abandono de unos principios exclusivamente utilitarista, que siguen defendiendo una función de almacén o vertedero para estas estructuras pese a que las regularidades empíricas le son claramente contrarias. Se recomienda, por el contrario, el análisis pormenorizado de la naturaleza y deposición de los contenidos, casi como si de un texto se tratara, favoreciendo los estudios comparativos entre distintos pozos o zanjas, el rastreo de discriminaciones positivas y negativas en la elección de artefactos o ecofactos depositados etc, para acercarnos al logos que, si bien oculto, debió dar sentido a estos depósitos intencionados, repetitivos y ajustados, como no puede ser de otra manera en una sociedad arcaica, a un determinado ritual. Por ejemplo J. Thomas sugiere que la apertura de dichos pozos es un acto que marca el tránsito de un umbral, el que separa la superficie y el interior de la tierra, con la intención de conmemorar fiestas, encuentros o periodos de ocupación depositando restos humanos y residuos de dichos eventos en su interior como evidencia duradera de la memoria social del grupo (1999: 70); no olvidemos que ya A. Van Gennep, a comienzos del pasado siglos, advirtió que la comensalidad, o sea el acto de comer y beber juntos, es claramente un rito de agregación (1986:39), contingencia que pudo estar presente en numerosas de los encuentros y ceremonias llevados a cabo en los RPA. En resumen: la vocación esencial de estos yacimientos parece ser la reproducción social, favoreciendo la integración (Dubouloz et alii 1989: 216) y/o la competencia ISSN: 1133-4525 ISSN-e: 2255-3924 SPAL 10 (2001) http://dx.doi.org/10.12795/spal.2001.i10.14 214 JOSÉ E. MÁRQUEZ ROMERO (Edmonds 1999: 117) de distintos grupos a nivel supra-local, a partir de un monumento construido a la imagen de la propia comunidad (Mordant y Mordant 1988: 252). La pertenencia social de los que ocupan temporalmente estos recintos o puntos de encuentros supone, de facto, un conducta de reafirmación intra o/y intergrupal, de la que quizá algunos individuos o grupos pudieron estar excluidos o apartados, y de la que las perforaciones en el terreno y otros trabajos "inscritos", pudieron materializar simbólicamente los lazos sociales renovados ritual y cíclicamente. La aparición de restos humanos en su interior no harían sino fortalecer los vínculos de los vivos con sus antepasados. 5. CONSIDERACIONES FINALES No puede quedar limitada nuestra reflexión a un simple ejercicio de prestidigitación idealista donde los campos de silos se conviertan en escenarios de reconocimiento social, sin que se vean realmente afectados la idea que tenemos sobre el modo de subsistencia, la organización social y el mundo simbólico de los primeros grupos productores del occidente europeo. Todo lo contrario, el cambio de argumentos que defendemos, descansa y se fundamenta en las teorías que defienden, de nuevo, pero con diferentes argumentos, una movi- lidad acusada para los grupos megalíticos (Barret 1994; Bender 1998; Thomas 1999; Edmons 1999). Dicha movilidad supone que los desplazamientos de hombre y animales se debieron ajustar a ciclos socialmente prescritos. La frecuentaciónperiódica y obligada de recintos y lugares como los aquí estudiados, significa la aceptación de reglas ancestrales de movilidad por el paisaje. Los desplazamientos, así entendidos, encuentran referentes espaciales de singular importancia en los RPA. En ellos se pudieron favorecer y/o forzar la agregación transitoria de una población dispersa, ajustándola a ritmos de variada naturaleza: a) Subsistenciales: relacionados con el aprovechamiento de recursos bióticos estacionales; con el intercambio de recursos abióticos, o implicados en proceso redistributivos de orden más complejo; b) Sociales: podían servir como marco para la realización de cambios colectivos de estatus social (ritos de iniciación, agregación etc), de polfticas matrimoniales donde se favorecerían el intercambio de mujeres entre los grupos y linajes, especialmente entre grupos muy atomizados, o en definitiva cualquier rito encaminados a aumentar la cohesión social; c) Simbólicos; especialmente relacionados con actos de hierofanía o manifestación de lo sagrado (Márquez 2000: 220; 2002: 60-72). Cada pozo o depósito sería prueba del retorno de un determinado grupo a un lugar (RPA y/o campos con depósitos subterráneos) previamente cargado de valor social (Thomas 1999:72) y en definitiva la consolidación, mediante encuentros rituales, de un modo de explotar los recursos ajustado a un orden preestablecido. En cualquier caso, estas prácticas, dado su carácter estacional y ritual, no produjeron un registro arqueológico que se pudiera relacionar con los típico asentamientos estables neolíticos que, como es sabido, no terminan de aparecer ene! registro arqueológico del occidente europeo. Por ejemplo cada día toma más peso la hipótesis que propugna la generalización de los poblados plenamente agrícolas y sedentarios en el occidente de Europa sólo durante la Edad del Bronce y en cualqUier caso en momentos posteriores a la fase inicial del megalitismo (Bradley 1993; Thomas 1996; 1999; Barret 1994); contingencia esta que hemos creído observar también en el sur peninsular (Márquez 2000). Pero detrás de un patrón determinado de ocupación del territorio debe existir un modo de subsistencia particular y unas relaciones de producción determinadas. En nuestro contexto de estudio, el sur peninsular, resulta hoy mayoritaria la idea clásica de Renfrew de que el megalitismo es consecuencia de la consolidación del modo de producción agropecuario y reflejo de la complejidad social que le sigue. En estas coordenadas se han explicado los sepulcros y sus supuestos "asentamientos estables": los RPA. Al considerar la economía mixta agropecuaria como una constante desde el Neolítico Pleno, la mayoría de los estudios se han centrado solamente en identificar y valorar la aparición histórica de la complejidad social, desentendidos de una SPAL 10 (2001) ISSN: 1133-4525 ISSN-e: 2255-3924 http://dx.doi.org/10.12795/spal.2001.i10.14 DE LOS "CAMPOS DE SILOS" A LOS "AGUJEROS NEGROS": SOBRE POZOS, DEPÓSITOS Y ZANJAS... 215 reflexión sobre la naturaleza y alcance real de las primeras prácticas productivas en la economía primitiva. La asunción de un concepto de Historia lineal, hegeliano y económicamente formalista, puede explicar esta arraigada interpretación (Márquez 2000). No obstante, desde hace tiempo venimos poniendo en duda estas premisas (Márquez 1995; Márquez 1998; Márquez y Fernández 1998; Márquez et alii 1999; Márquez 2000), así nuestro escepticismo sobre el determinante papel jugado por la agricultura entre los primeros grupos productores, y sobre su supuesto sedentarismo, especialmente en las sociedades megalíticas, se suma a las críticas que sobre el Neolítico como metáfora se vienen últimamente sugiriendo (Thomas 1996). Una alternativa al modelo clásico la podemos encontrar y aplicar a nuestras latitudes en la propuesta de J.C. Barret (1994). Dicho autor retomando parcialmente los trabajos clásicos de E. Boserup defiende la existencia, dentro de la agricultura de la prehistoria, de una clara diferencia entre unas prácticas fundamentadas en largos o cortos barbechos. Esta contingencia supone una organización distinta de los trabajos, y especialmente, diferentes forma de propiedad de la tierra. Cuando un grupo fundamenta su agricultura en largos barbechos, requiere escasas inversiones tecnológicas en el laboreo, los asentamientos humanos son producto de cortos periodos de tiempo y el acceso a los campos cultivables, como a cualquier otro recursos críticos (amplio espectro económico), se realiza alternativamente. Este modelo es el que caracteriza las comunidades megalíticas entre el C.A. quinto-cuarto y tercer milenio a.C. configurando un paisaje que fue construido por continuos movimientos a través de su superficie y que se ve cuajado por una auténtica constelación de lugares (asentamientos temporales, RPA, monumentos funerarios) cargados de significado social y religioso (Barret 1994: 132-154). Sólo a partir del C.A. II milenio a.C. se generalizará un régimen agrícola basado en la agricultura intensiva de cortos barbechos, lo que va a suponer una diferente organización del trabajo, un mantenimiento directo del campo y su fertilidad, y una posesión de la tierra bien distinta, donde la propiedad será reclamada por los grupos que de forma permanente la ocupan. A partir de esos momentos el paisaje se articulará en torno a centros de dominio, los poblados ya sedentarios, normalmente localizados en cerro testigos, que marcarán los límites entre el mundo interno perteneciente al poblado y el mundo exterior propio de los otros, a los que se les niega la posesión de la tierra y su usufructo. Podríamos decir que la identificación social se realiza ahora "intramuros" y en consecuencia los RPA desaparecerán silenciosamente del paisaje. BIBLIOGRAFÍA ALCÁZAR, J.; MARTÍN, A. y RUIZ, M.T. (1992): "Enterramientos Calcolíticos en zonas de hábitat", Revista de Arqueología 137, Septiembre: 18-27. AMORES, F. 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