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Cambios en la tipología del pauperismo en la crisis del Antiguo Régimen PDF

20 Pages·2009·0.94 MB·Spanish
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Cambios en la tipología del pauperismo en la crisis del Antiguo Régimen por Pedro Carasa Soto Ya es una conquista de la historiografía actual considerar la pobreza como una realidad dinámica, móvil y de difícil aprehensión. En este sentido hemos tra tado de estudiarla en otros trabajos sobre el pauperismo decimonónico. Y la primera consecuencia que se deduce de dicho planteamiento obliga a supe- rar la vieja visión descriptiva de la pobreza; es decir, ir más allá del puro relato de los diferentes conceptos y tipos de pobre. Efectivamente, la pobreza no es sólo un concepto, ni un grupo, ni una cantidad de personas en un momento dado, sino una situación permanentemente presente en toda socie- dad, que va cambiando al ritmo de la coyuntura general y personal, tanto de precios y salarios, como de oferta laboral, especialmente en las sociedades contemporáneas y de transición. Por esto, es conveniente utilizar una termi- nología y conceptualización de la pobreza lo más elástica, flexible y adaptable posible al ritmo de las sociedades históricas. Nosotros hemos tratado de hacerlo así valiéndonos de una triple y elemen- tal perspectiva de la situación social de pobreza. Por una parte, hemos partido del análisis de los asistidos por los instrumentos de acción social para descu- brir entre ellos los tipos dominantes y los sectores de las clases populares más castigados por la necesidad. En un segundo paso, y partiendo de estos pobres asistidos en las instituciones, hemos ascendido hacia el conocimiento de los realmente afectados por la pobreza en una determinada sociedad, que hemos dado en denominar pauperizados, y que habitualmente son muchos más de los que resultan acogidos por las instituciones asistenciales. Finalmente, en esta captura de la móvil pobreza, nos hemos visto obligados a considerar una amplia franja de las clases populares amenazadas de pobreza, dispuestas a caer en sus redes en cualquier mala coyuntura, que hemos decidido llamar pauperizables; este posible ámbito de la pobreza llega a abarcar a la mitad de la población en muchas sociedades de transición. Dentro de esta concepción viva y ágil del pauperismo ya no tienen cabida las tipologías estáticas, ni la descripción de simples grupos afectados por la pobreza. Es decir, han perdido interés las tipologías como simples metas del conocimiento histórico, ya no tiene objeto en sí describir qué personajes y qué grupos concretos padecen la pobreza si no es para descubrir hasta qué punto el pauperismo azota a toda una sociedad. Pero la tipología sigue siendo válida como un necesario instrumento metodológico para discemir este fenó- 133 meno. Conociendo los tipos dominantes de los pauperizados y cómo cambian sus perfiles, es posible inducir la capacidad de acción que la pobreza tiene sobre una determinada sociedad. Este trabajo aspira sólo a orientar metodológicamente sobre los cambian- tes perfiles sociales del pauperismo en un momento de importantes transfor- maciones. Dichos perfiles tienen mucho que ver con los cambios reales operados en la sociedad, pero tal vez más a n con el diferente esquema con- ŭ ceptual y criterio clasificador que la burguesía aplica al pauperismo desde la segunda mitad del siglo XVIII. Pretendemos así perseguir la extracción social de cada una de las clases pauperizadas, seg n los estudios realizados hasta el momento, como pauta ŭ para otras indagaciones concretas. Respetamos la división de los pauperizados en los dos grandes, grupos que, segŭn todos los historiadoresi, reflejan real- mente dos contenidos sociales distintos, cual son el del pobre estable, normal- mente más integrado en la sociedad, y el del vago, más heterodoxo y desarrai- gado del entorno. No vamos a tipificar aquí a los pauperizables y los asistidos, que han sido objeto de un análisis más detallado2; el estudio de tipos se cen- trará ahora en los pauperizados. Estos, los más tópicos, son los que necesitan ser más matizados en sus contornos reales y en sus clasificaciones teóricas. A) Los POBRES ESTABLES a) Los pobres de solemnidad Son los que obtienen un certificado de pobreza expedido por el alcalde o por el cura, en que hacen constar que una circunstancia especial de enferme- dad, adversidad familiar, o una carencia de bienes o trabajo, les privan de los 1 A. W. COATS: «The relief of poverty, attitudes to labour, and economic change in England, 1662-1782», en Atti della Sesta Settimana di Studio, Prato, 1974, pp. 175-187; J. R. POYNTER: Society and pauperism: english ideas on poor relief. 1795-1834, L,ondon, 1969; J. P. GurroN: La Société et les pauvres, l'exemple de la Généralité de Lyon, 1543-1789), París, 1971; ID., L'Etat et la mendicité dans la premiére moitié du XVIIP siécle, Lyon, 1973; J. SOUBEYROUX: «Pauperismo y relaciones sociales en el Madrid del siglo XVIII», en Estudios de Historia Social, 12-13 (1980), pp. 16 SS.; ID., «El encuentro del pobre y la Sociedad: asistencia y represión en el Madrid del siglo XVIII», en Estudios de Historia Social, 20-21 (1982), pp. 7-226; R. Mous: «La mendicité en Languedoc», en Revue de'Histoire Economique et Sociale 52 (1974), pp. 482-500; R. CHAR- TIER: «Pauvreté et assistance dans la France Moderne: L'exemple de la Généralité de Lyon», en Annales, 64 (1973), pp. 572 ss.; G. TAYLOR: The Problem of Poverty. 1600-1834. Seminar Studies in History, London, 1969; A. VEXLIARD: Introduction á la sociologie du vagábondage, París, 1956; A. BAHAMONDE: «Mendicidad y paro en Madrid en la Restauración», en Estudios de Histo- ria Social, 7 (1978), pp. 22 ss.; P. CARASA: «Las concepciones históricas del pauperismo. Refle- xiones metodológicas para su estudio», en Estudios de Historia Social (en prensa). STUART WOOLF, The Poor in Western Europe in the eighteenth and ninenteenth centuries. London, 1987. 2 Este trabajo constituye ŭnicamente un esbozo historiográfico y metodológico que sirvió de hipótesis de trabajo para nuestros estudios de investigación sobre el pauperismo, «Pauperismo urbano en el siglo XIX. Burgos 1855-79», en La ciudad de Burgos, Burgos, 1985, pp. 786-810 y Pauperismo y Revolución Burguesa. Burgos, 1750-1900, Valladolid, 1987. 134 recursos necesarios para vivir, al tiempo que están aveándados en un lugar y no pagan contribución. Era más frecuente acudir a este certificado allí donde existían instituciones que limitaban sus admisiones a un tipo de pobreza, o en las ciudades donde se organizaban las juntas parroquiales que llevaban censos de pobres. Es ge- neral la confirmación de que esta pobreza declarada es insignificante compa- rada con la real, ya que raramente sobrepasa el 10 de la población. Se nutre especialmente de mujeres viudas que, al perder al cabeza de familia, han visto comprometida su subsistencia. Hay casos extremos de labradores- colonos que n'o cuentan con ninguna propiedad, o que la han visto desapare- cer por una ruina, deudas o enfermedad. Abundan habitantes urbanos, generalmente artesanos arruinados, jornaleros venidos del campo que no han encontrado trabajo, o están afectados de alguna enfermedad o impedidos por defectos físicos o familiares. Podría generalizarse diciendo que los pobres so- lemnes están afincados domiciliarmente, sin duda, por la insistencia legal de prohibir la mendicidad fuera de su ámbito natural. También es más frecuente la declaración de pobre en personas que son responsables de una familia, con hijos a los que normalmente se pretende salvaguardar con la declaración. Se trata de una pobreza, pues, menos móvil, más fija en el tiempo y en el espacio e incluso en la escala social. Es seguro que la conyuntura no modifica- ría sustancialmente el n mero de pobres declarados, aunque es frecuente que ŭ se pidan certificados en el momento del ingreso en un hospital o cuando una institución anuncia trabajo o socorro para determinados sectores. Tampoco uele cambiar de espacio, conscientes de que se exige la condición de vecino ŝ para acceder, sobre todo en el siglo XIX, a la asistencia de carácter municipal. La declaración de pobreza no parece ir en aumento, como tampoco va en ascenso el n mero de instituciones que exigen este certificado a sus clientes. ŭ En este sentido, está cambiando la terminología, pues en el siglo XIX dice tanto denominarse jornalero o proletario como en el XVII pobre de solemni- dad para hacerse acreedor a una ayuda benéfica. También es posible que la degradación de la pobreza, su infravaloración social, la pérdida de su dignifi- cación religiosa tras los embates ilustrados, hagan que esta declaración sea menos apetecible, puesto que además se reprime más duramente la mendici- dad para la que suele solicitarse. Y está cambiando también el significado de esta certificación de pobreza, que ya no procede de instancias religiosas, sino civiles. No está cargada de la solemnidad y dignificación de la pobreza esta- mental, sino de la cruda constatación material de no disponer de lo necesario para sobrevivir o para sostener a la familia y, sobre todo, del afán de las autoridades por distinguir entre verdaderos y falsos pobres. Los pobres solemnes, precisamente por su fijación social, por su acepta- ción de la regla oficial que los clasifica y por la sumisión que significa su disposición a cumplir las condiciones previstas, no aparecen como una pobre- za peligrosa, sino controlada. Sobre ella la sociedad suele practicar la caridad 135 autocomplaciente, paternalista y orientada muchas veces a realzar el brillo y prestigio social de los donantes. Pero no es la pobreza más cruda ni más abundante en la sociedad, ni aparece entre la pobreza violenta o delincuente, tampoco representa una amenaza al orden p blico ni siquiera al abandono ŭ religioso. En este aspecto, los pobres de solemnidad en su sentido tradicional serán tanto clientes de la beneficenCai p blica y oficial cuanto de la particular o ŭ privada; ésta imbuida a n del viejo carácter religioso y con frecuentes condi- ŭ ciones de tipo familiar y local, aquélla más dirigida a controlar una situación problemática. Si el certificado de pobreza era para el pobre del siglo XVI una garantía o salvoconducto de mendicidad y un título de sinceridad y humildad en su actitud, la inclusión en el padrón oficial de pobres del siglo XIX no es tanto una garantía y título para el pobre, cuanto un instrumento administrati- vo para controlar la situación por parte de una autoridad preocupada por el desbordante n mero y amenazante actitud de una masa empobrecida y para ŭ hacer más eficaces los escasos recursos con que debe afrontarse este proble- ma. Lo que antes era un estímulo a la dispersión irracional de la mendicidad dignificada, en libre circulación a merced de la caridad particular, se convierte luego en una racionalización de los insuficientes medios oficiales y un instru- mento de control sobre un sector peligroso e infravalorado. Hay, pues, que distinguir dentro de los pobres institucionales entre los de solemnidad y los empadronados como tales, aquéllos para obtener a veces unos privilegios y éstos para padecer en ocasiones unos controles. b) Los vergonzantes La sociedad ha tenido siempre un prurito de apariencia y transparencia en la clasificación de la pobreza. El honor y los restos estamentales del privilegio llevan a la noción de pobre vergonzante, que lo es y no debe parecerlo. Se trata de un simulacro social convencional que acent a el estigma de la pobreza ŭ como mancha cuando rebasa el estamento que la corresponde. Es una clara prueba de que el concepto de pobreza era estamental, pues dejaba de ser virtuosa y digna, es decir, no la quería Dios ni la aceptaba la sociedad, en un estamento superior al tercer estado. De aquí que la sociedad mimara a estos «envergonzantes», dándoles prioridad y exclusividad en sus limosnas. Este sentido de indignidad y vergtienza de la pobreza cuando no se corres- ponde con su estrato social pervive a lo largo del siglo XIX, aunque con algunas transformaciones. Luego se extenderá también a las clases medias, a medida que éstas se identifican a sí mismas y se autodistancian de las clases trabajadoras, es incluso posible su traslación a familias o restos de familias burguesas venidas a menos económicamente o arrojadas a la necesidad por una ruina repentina. Pero en el siglo XIX el vergonzante encontrará más facilidades para camuflar su situación por la generalización de los socorros 136 domiciliarios. El vergonzante más denostado socialmente ya no sería un noble o un eclesiástico caído en la indigencia, aunque abundan los exclaustrados, sino el burgués maltratado por los negocios, o la viuda del miembro de la clase media que tan drásticamente marcaba la frontera con las clases popula- res. El punto de referencia del vergonzante se traslada del estamento privile- giado a la burguesía, o a la clase media, en su afán de distanciarse de las clases populares. El pobre vergonzante, se ha dicho , marca la frontera de la pobreza. Sólo 3 es pobre en su situación económica, pero su situación social queda fuera del mundo de la pobreza. Coinciden varios4 en decir que los vergonzantes no pertenecen realmente al mundo de los pobres. Suelen ser inadaptados al tra- bajo más que no aptos para el mismo; bien sea por sus prejuicios estamentales o clasistas, ni tienen la visión del mundo, ni el modelo mental propio de los pobres y se resisten a adoptar sus actitudes. No poseen muchos de los rasgos característicos de la pobreza. También éstos acuden con preferencia a las ins- tituciones privadas, pues sabemos que hay muchas fundaciones nacidas preci- samente con esta misión de salvar el honor de la pobreza descolocada, que instruyen o casan a doncellas nobles, que socorren a clérigos, o que ayudan a hidalgos exclusivamente. Vergonzante podría ser un sacerdote pobre, militar retirado, pleiteante arruinado, empleados y artesanos caídos en la indigencia y, sobre todo, sus viudas. En Lyon se han descubierto como tales los que no ejercen trabajos manuales y no permiten contar en los registros: artistas, tenedores de libros, secretarios, empleados, agentes, viudas de comisarios, arquitectos, etc. Son una mayoría de mujeres, en su 50 viudas. La pobreza vergonzante, sobre todo en el siglo XIX, puede ser el resultado de una aventura individual fraca- sada, de una vida familiar rota, de una ruina económica, etc. Como en todo caso los vergonzantes esconden prejuicios sobre la situación de la pobreza en la escala social, a nosotros Tios pueden orientar sobre los límites sociales de los pauperizables. En nuestra terminología, un vergonzante es un pauperizado no pauperizable. Está más allá del mojón que la sociedad ha impuesto a la pobreza para ser tolerable. c) Los mendigos Aunque se ha querido ver en los mendigos un grupo aparte, distinto de los pobres estables y de los vagos, tal vez a medio camino entre ambos, no obs- tante parece claro que deben incluirse entre los primeros, con una diferencia 6 J. P. GurroN: La société..., p. 23; G. Tica, «Naissance du pauvre honteux...», p. 159. 4 J. SOUBEYROUX: «Pauperismo ...», p. 69. J. P. GurroN: La société... 6 J. SOUBEYROUX: «Pauperismo...», p. 81; J. P. GUTTON, La société..., pp. 111-117. 137 tan sólo de grado. Ha sido la legislación del siglo XVIII7 la que, premedita- mente ambigua y confusa para ampliar el campo represivo, ha asimilado men- dicidad y vagancia, constituyendo ambas un delito. Pero la práctica de la mendicidad es una característica constante en el mundo de los pobres estables; tan profundamente enraizada en él que los propios contemporáneos confun- den a menudo los términos «pobre» y «mendigo». Detrás de este hábito men- dicante está toda la tradición de la caridad particular y la limosna individual asociada a la pobreza con naturalidad. La mendicidad p blica formaba parte casi habitualmente de los recursos ŭ ordinarios de la clase baja, no se trataba casi nunca de una salida excepcional, sino natural. Y no era, como luego en la sociedad industrializada, una aventu- ra personal, sino un hecho social. Esto precisamente inquietaba a las autorida- des, el que se trataba de un fenómeno masivo que podía constituir una ocasión de comportamientos peligrosos. A pesar de los esf erzos legales, administrativos y policiales, la mendici- ŭ dad no pudo erradicarse en el Antiguo Régimen. La mendicidad es la conse- cuencia de los rasgos fundamentales de aquella sociedad: pobre y posible mendigo es todo aq el que sólo tiene sus brazos para trabajar, que no tiene ŭ reservas, que pierde el trabajo, que está a merced de una carestía coyuntural. En estas circunstancias cualquier dificultad (edad, enfermedad, soledad, paro, carestía; etc.) conduce al nico recurso de la mendicidad8. La razón no está ŭ tanto en la apreciación ilustrada de que todo mendigo es un ocioso, un liber- tino, un fugado perezoso del trabajo, sino en la infima condición de las clases bajas, cuya situación era tan precaria (epidemias, malas cosechas, contribucio- nes, levas, etc.) que preferían la vida mendicante a la dura condición de jorna- lero, artesano depauperado o campesino indigente. De aquí que no todos los clasificados como falsos mendigos o arlotes eran culpables de ociosidad, sino simplemente pequeños campesinos con alguna propiedad, artesanos con esca- so utillaje profesional o jornaleros que no hallan trabajo ni estacionalmente9. No obstante, siempre ha existido, como veremos, la explotación de la mendi- cidad. En la más avanzada sociedad francesa llegaban a distinguirse tres tipos de mendigos: los que piden por «estado y libertinaje», o sea, prácticamente vaga- bundos que merecen todo el rigor de las leyes y deben ser encerrados y desti- nados a trabajos p blicos; los mendigos inválidos por edad o enfermedad que ŭ deben recibir socorros: y los mendigos momentáneos, jornaleros o artesanos reducidos a este estado en ciertas épocas y que deben emplearse en los «talle- res de caridad»10. En España no llegó a diferenciarse tanto en clasificación y 7 Novis. Recop., Lib. VII, Títs. J. P. GurroN: La société..., pp. 490-491; 1D., L'Etat et la mendicité..., pp. 210-212. J. P. GurroN: La societé..., p. 490; Io., L'Etat et la mendicité..., p. 212. R. Mous: «De la mendicité en Languedoc, 1775-1783», en Revue d'Histoire Economique et Sociale, 52 (1974), pp. 482-500. 138 tratamiento, al revés, se borraron sus fronteras con los vagos y recibieron un trato similar e indiscriminado. Si alguna transformación ha experimentado la mendicidad en el transcurso del tiempo que historiamos es su carácter urbano. Aunque subsista la vieja columna rural de pordioseros que recorre las rutas jacobeas o los circuitos de conventos y monasterios, senderos nutridos de instituciones privadas de cari- dad, ha ganado en intensidad el pordioseo en las ciudades, incapaces de ab- sorber todo ese excedente rural atraído por la concentración de instituciones asistenciales y de oferta de trabajo. Hay algunos rasgos destacables de esta mendicidad urbana. Son más abundantes las mujeres, por encima del desequi- librio normal de sexos, y entre ellas destaca un gran n mero de viudas. Parece ŭ que las mujeres son más estables, rompen más difícilmente los lazos con la ciudad y su domicilio, son menos dadas a vagar y más propicias a mendigar en su entorno. Son igualmente menos resistentes y acuden espontáneamente en mayor medida a las llamadas de la autoridad, mientras que entre los hom- bres abundan más los arrestos a la fuerza. No hay, en cambio, grandes dife- rencias de edades entre uno y otro sexo. No son muchos los menores de quince arios, tal vez por razón administrativa impuesta a los alguaciles; abun- dan más los hombres hasta los cuarenta años (artesanos, enfermos e in tiles). ŭ La pirámide invertida de las edades de los mendigos se engrosa entre los 60 y 80 arios, subrayando de nuevo el papel de la edad en la miseria, con un predominio femenino en estas edades". Debemos discrepar, en cambio, con la infravaloración de la mendicidad infantil, que en el siglo XIX adquiere dimensiones alarmantes por su cantidad y por la explotación que indigna al honrado ciudadano. Son concordantes los testimonios de la prensa local castellana" y de otras latitudes" en afirmar que " J. P. GuTroN: La société..., pp. 111-11. 12 Cfr. los nŭmeros de 28-IV-1897 dedicados a la mendicidad infantil de El Norte de Castilla y el Diario de Burgos: se asustan ante los niños que solicitan limosna en las calles, unos por mendicidad y otros por explotación, dicen los vallisoletanos ante 700 niños mendigos. Que no ocurra —vaticinan— como en Inglaterra donde, segŭn M. Fucher, existe entre Spitafield y Bethe- nal Green un mercado de niños para mendigos, c,elebrado los lunes, martes y viemes, entre seis y siete de la mañana. Allí se ha fundado una sociedad para acabar con la mendicidad de los niños, lo n smo que en París. ŭ " La Voz de la Caridad, 300 (1882), pp. 189-190. Más expresivo aŭn es el anuncio que aparece en un periódico de Gran Bretaña, segŭn recoge La Voz de la Caridad, titulado «Arte de mendigar en seis lecciones»: «El profesor Lázaro Boonay se toma la libertad de anunciar que ha fundado un colegio para enseñar la teoría y la práctica de la mendicidad honesta y digna. 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Dirigir- se a 21 Princes street Saint Gides». 139 este tipo de mendicidad fue un fenómeno lacerante en la sociedad decimonó- nica. d) Los pobres empadronados Nos referimos aquí a los pobres estables que, sin ser solemnes ni mendi- gos, padecen necesidad económica o laboral, y son incluidos en los padrones municipales de pobres. Son miembros de la clase baja, vecinos normales, ha- bitualmente con profesión o familia, que han perdido los recursos, su oficio o su trabajo, o cuyos salarios no alcanzan los mínimos establecidos. Esta debió ser la pobreza más frecuente y nueva en las ciudades decimonó- nicas espariolas y sus afectados fueron sin duda los más discontinuos y móviles de los miembros de la pobreza. Son las víctimas de la coyuntura, tanto de las subsistencias hasta la mitad del siglo XIX, como del mercado de trabajo desde este momento medio secular. Son, sin embargo, los pobres más fijos en su residencia y en su ubicación social, los más estables familiar y profesionalmen- te de cuantos se ven aplastados por la pobreza. Mayoritariamente familiar, este sector empobrecido está constituido por los jornaleros, los artesanos de- gradados, algunos oficios ambulantes de la calle, obreros no especializados, domésticas, etc. La concreción de cada uno de estos componentes variará seg n las circunstancias. En ciudades más avanzadas ya estudiadas eran mayo- ŭ ritariamente obreros". Semejante proporción no se repetirá en el caso urbano castellano del siglo XIX, donde predominará el jornalero o artesano, de ori- gen mayoritariamente rural. Es el grupo que más fielmente debe reflejar la composición social de los pauperizables activos, porque es de ahí de donde se nutren sustancialmente. En este sentido, son el conjunto más específico del pauperismo de una socie- dad en transición y el que mejor revela los límites sociales y los umbrales económicos de la pobreza. En definitiva, son el claro exponente de la preca- riedad de las clases populares. Es a este grupo al que se dirige principalmente la beneficencia p blica, especialmente la municipal, puesto que se trata de ŭ una capa social harto proclive a la revuelta y a la exigencia de pan y trabajo. Al constituir la zona de la pobreza más integrada en la sociedad, es la que más directa y crudamente percibe las frustraciones que le provienen de la necesidad, que la alejan y separan del resto de sus convecinos, sin que tenga otro mundo y otras compensaciones que la amainen, como ocurre con la po- breza más marginal y autónoma. Si hay alguna nota com n que la caracterice ha de ser la falta de especiali- ŭ zación para aspirar a un puesto de trabajo en la sociedad urbana, en un J. P. GurroN: La société..., p. 38. 140

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