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Bernays, Edward. Propaganda [EPL FS] [1928] [2020] PDF

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Preview Bernays, Edward. Propaganda [EPL FS] [1928] [2020]

La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país. Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar. 2 Edward Bernays PROPAGANDA ePub r1.0 Titivillus 10.03.2020 EDICIÓN DIGITAL 3 Título original: Propaganda Edward Bernays, 1928 Traducción: Albert Fuentes Prólogo: Toni Segarra Editor digital: Titivillus ePub base r2.1 Edición digital: ePubLibre, 2020 Conversión: FS, 2020 4 A mi esposa, Doris E. Fleischman 5 Introcucción La descomunal tarea de simplificar el mundo CUANTO MAYOR es el grado de civilización alcanzado por una sociedad, más claramente percibe ésta la extraordinaria complejidad de la vida. La libertad y el conocimiento nos enfrentan a una intolerable cantidad de decisiones y de interrogantes que nos paralizan. Creo que internet, y la tecnología en general, están provocando de nuevo en la mayoría de nosotros esa angustia frente a lo que no es asumible, desbordando los mecanismos que nos habíamos construido para sentir que comprendíamos nuestra vida y nuestro entorno. Por eso se hace imprescindible simplificar. Ésa es quizá la razón que explicaría el enorme éxito del cristianismo, y de las religiones monoteístas. Frente al desbarajuste caótico de lo que hoy conocemos como mitología grecorromana, y el intrincado entramado de leyes de la religión judía, Jesús predicó un solo Dios y un único precepto. Me imagino que algo así alivió a mucha gente. Edward Bernays, en este extraordinario libro, realiza una certera y casi científica apología del simplificador de la realidad moderna: el propagandista. Lo más asombroso de estas páginas es que están escritas en 1927, hace más de ochenta años, en un momento en que la gente ni siquiera se había acostumbrado a la televisión, el medio que ha definido la evolución de la publicidad en las últimas décadas. Y que lo que explican podría aplicarse perfectamente a la situación actual que es, como la que nos describe Bernays, extremadamente confusa. El trabajo del que simplifica, a quien Bernays ensalza sinceramente y que ya entonces, como ahora, era vilipendiado, no es sencillo. Yo no creo demasiado en la 6 supuesta capacidad invencible para la manipulación que se atribuye a la publicidad y a la propaganda. Los fracasos, incontables, nos certifican la notable falibilidad de estas sofisticadas técnicas. La propaganda pretende explicar a la gente, de un modo simple, aquello que no lo es. Y para ello rastrea en las verdades íntimas y esenciales que conmueven a cualquier ser humano, y que se relacionan con aquello que debe explicarse. No creo posible tener éxito sin provocar en la gente una identificación, algo parecido a lo que uno siente (y subrayo que hablo de sentir, no de entender) cuando encuentra en un poema, o en una sencilla melodía, o en un olor, algo en lo que siempre creyó, o que siempre anheló, o simplemente un hermoso recuerdo. El lenguaje que utiliza Bernays en su libro puede parecer excesivamente descarnado para nuestra civilización de lo políticamente correcto, pero es certero. Bernays habla con demasiada franqueza de manipulación, palabra proscrita porque sólo se interpreta desde lo negativo (nadie diría que Greenpeace intenta manipular a la sociedad, y sin embargo lo hace, y utiliza la propaganda para ello). No hay demasiada diferencia entre lo que él describe y lo que uno empieza a intuir en determinado monopolio de las búsquedas por internet. Google basa su extraordinario éxito en la magnífica simplificación del sistema, y en la perfecta traslación de esa simplicidad a su aspecto. Internet también nos demuestra que es imparable cuando estimula una pulsión verdadera, sencilla, en nuestras vidas. Cuando es más reconocible, cuando es más simple. Creo que si viviera hoy, Edward Bernays se asombraría de lo poco que han cambiado las cosas, por más que, como él anticipó, la sociedad se ha educado en las técnicas de la 7 propaganda, las conoce y es capaz incluso de desactivarlas. Pero a pesar de todo, existe aún en la comunicación de masas un enorme potencial de construcción de certezas a las que asirse para caminar en un mundo que, afortunadamente, nos cuesta entender. Soportar la complejidad es el precio que pagamos por nuestra libertad. TONI SEGARRA 8 1 Organizar el caos LA MANIPULACIÓN consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país. Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar. Ello es el resultado lógico de cómo se organiza nuestra sociedad democrática. Grandes cantidades de seres humanos deben cooperar de esta suerte si es que quieren convivir en una sociedad funcional sin sobresaltos. A menudo, nuestros gobernantes invisibles no conocen la identidad de sus iguales en este gabinete en la sombra. Nos gobiernan merced a sus cualidades innatas para el liderazgo, su capacidad de suministrar las ideas precisas y su posición de privilegio en la estructura social. Poco importa qué opinión nos merezca este estado de cosas, constituye un hecho indiscutible que casi todos los actos de nuestras vidas cotidianas, ya sea en la esfera de la política o los negocios, en nuestra conducta social o en nuestro pensamiento ético, se ven dominados por un número relativamente exiguo de personas —una fracción insignificante de nuestros ciento veinte millones de conciudadanos— que comprende los procesos mentales y los patrones sociales de las masas. Son ellos quienes mueven los hilos que controlan el pensamiento público, domeñan las viejas fuerzas sociales y descubren nuevas maneras de embridar y guiar el mundo. 9 No solemos ser conscientes de lo necesarios que son estos gobernantes invisibles para el buen funcionamiento de nuestra vida en grupo. En teoría, cada ciudadano puede dar su voto a quien se le antoje. Nuestra Constitución no contempla a los partidos políticos como parte del mecanismo de gobierno y se diría que sus creadores no se imaginaron la existencia en nuestra política nacional de nada que se pareciera a la moderna maquinaria de los partidos. Pero los votantes estadounidenses no tardaron en descubrir que, sin que se les organizara o dirigiera, sus votos particulares, repartidos, quizá, entre docenas o centenares de candidatos, no resultarían más que en una gran confusión. El gobierno invisible, bajo la égida de unos partidos políticos rudimentarios, surgió casi de la noche a la mañana. En lo sucesivo, los estadounidenses aceptamos que, en aras de la simplicidad y el sentido práctico de las cosas, las maquinarias partidistas deberían reducir las posibilidades de elección a dos candidatos, tres o cuatro a lo sumo. En teoría, cada ciudadano toma decisiones sobre cuestiones públicas y asuntos que conciernen a su conducta privada. En la práctica, si todos los hombres tuvieran que estudiar por sus propios medios los intrincados datos económicos, políticos y éticos que intervienen en cualquier asunto, les resultaría del todo imposible llegar a ninguna conclusión en materia alguna. Hemos permitido de buen grado que un gobierno invisible filtre los datos y resalte los asuntos más destacados de modo que nuestro campo de elección quede reducido a unas proporciones prácticas. Aceptamos de nuestros líderes y de los medios que emplean para llegar al público que pongan de manifiesto y delimiten aquellos asuntos que se relacionan con cuestiones de interés público; aceptamos de nuestros guías en el terreno moral, ya sean sacerdotes, ensayistas reconocidos o simplemente la opinión dominante, un código 10

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