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Zygmunt Bauman Vidas desperdiciadas La modernidad y sus parias #) PAIDÓS 11 Buenos AAiirreess •• BBaarrcceelloonnaa •. México PA1DÓS ESTADO Y SOCIEDAD ^ <g Últimos títulos publicados: Q OJ "O ,! i'ó. N. García Candini, La globalización imaginada Ti. B. K Barber, Un lugar para todos 78. O. Lafomaíne, El corazón late a la izquierda 79. U. Beck, Un nuevo mundo feliz SO. A. Calsaniiglía, Cuestiones de lealtad 81. H. Béjar, El corazón de la república 82. J.-M. Guéhenno, El porvenir de la libertad S3. ]. Rifkin, La era del acceso S-í. A. Gutmann, La educación democrática 85. S. D. Krasner, Soberanía, hipocresía organizada 86. J. Rawís, El derecho de gentes y «Una revisión de la idea de razón pública» j 87. N. Garda Candini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad 88. F. Attina, El sistema político global 89. J. Gray, Las dos caras del liberalismo 90. G. A. Cohen, Sí eres igualiiarista, ¿cómo es que eres tan rico? 91. R. Gatgardla y F. Ovejero (comps.), Razones para el socialismo í 92. M. Walzer, Guerras Justas e injustas j 93. N. Chomsky, Estados canallas 94. J. B. Thompson, El escándalo político 95. M. Harck y A. Negri, Imperio 96. A. i ouraine y F. Khosrokhavar, A la búsqueda de sí mismo 97. J. Ríiwls, La justicia como equidad 9S. F. Ovejero; La libertad inhóspita 99. M. Caminal, El federalismo pluralista 100. U. Beck, Libertad o capitalismo 101. C- R. Sunstein, Kepublica.com 102. I. Rifkin, La economía del hidrógeno 103. Ch. Arnsperger y Ph. Van Parijs, Etica económica y social " 104. P. Bergery S. P. Huntington ícomps.l, Globalizaciones múltiples 1105. N. García Candini, Latinoamericanos buscando lugar en este siglo 106. W. Kymlicka, La política vernácula IOS. M. ígnatieff, Los derechos humanos como política e idolatría 109. D. Held y A. McGrew, Globalización/Antiglobalizacion 110. R. Dworkin, Virtud soberana 111. T. M. Scanlon, Lo que nos debemos unos a otros 112. D. Osborne y P. Pkstrik, Herramientas para transformar el gobierno 113. P- Singer, Un solo mundo 114. U. Beck y E. Beck-Gemsheim, La individualización 115. F. Ovejero, J, L. Martí y R. Gargareüa (comps,}, Nuevas ideas republicanas i 16. J. Gray, Al Qaeda y lo que significa ser moderno ¡ 17. L. Tsoukalis, ¿Qué Europa queremos? 118. A. Negri, Guías. Cinco lecciones en torno a Imperio 119. V. Fisas, Procesos de paz y negociación en conflictos armados 120. B. R. ~B-axb<zijEl imperio del miedo 121. M. \?alzer,l&flexiones sobre la guerra 122. S- P. Huntington, ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense 123. J. Rifldn, El sueño europeo. Cómo la visión europea del futuro está eclipsando el sueño americano 124. U. Beck, Poder y contrapoder en la era global 125. C. Bébéar y P. Maniere, Acabarán con el capitalismo ¡26. Z. Bauman, Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parías Título original: Wasted Lives Originalmente publicado en inglés, en 2004, por Polity Press, Cambridge, RU, en asociación con Blacfcwell Publishing Ltd., Oxford, RU. Edición publicada con permiso de Bíackwdl Publishing Ltd. Traducción de Pablo Hermida Lazcano Cubierta de Mario Eskenazi Bauman. Zygmum Vidas desperdiciadas: h modernidad y sus panas - la ed. - Buenos Aires : Paidós, 2005. 176 p. ; 23xló cm. (Estado y sociedad) Traducido por, Pablo Hermida Lazcano ISBN 950-12-5426-7 1. Efectos Económicos de la Pobreza I. Hermida Lazcano , Pablo , trad. II. Título CDD 339.46. V edición en Argentina, 2Q05 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los liuilares de! copyright, b.ijo ias Sanciones establecidas en las leyes, ia reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, coraprendidos ia reprograíía y el tratamiento informático, y b distribución de ejemplares de elia medíame alquiler o préstamo públicos. © 2004 Zygmunt Bauman © 2005 de ia traducción, Pablo Herminda Lazcano O 2005 de todas ¡as ediciones en castellano Ediciones Paidós Ibérica, S.A. Mariano Cubí 92 - 0802 í Barcelona — España O 2005 Editorial Paidós S.Ai.C.F. Defensa 599 - 1065 Buenos Aires - Argentina e.maÜ: b' t era r i a@edko rialpaidos .com .a r ww .paidosa rgemina.com.ar Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en Argentina - Printed in Argentina Impreso en Primera Cíase, California 1231, Ciudad de Buenos Aires, en septiembre da 2005 Tirada: 1000 ejemplares^ ISBN 950-12-5426-7 Edición para comercializar exclusivamente en Argentina y Uruguay SUMARIO Agradecimientos 9 Introducción 11 1. Al principio fue el diseño O ios residuos de la construcción del orden 21 2) ¿Son ellos demasiados? O ios residuos del progreso económico 51 3. A cada residuo su vertedero O los residuos de la globalización 85 4.) Cultura de residuos 123 • &* Capítulo 2 ¿SON ELLOS DEiMASIADOS? O los residuos del progreso económico Ellos siempre son demasiados. «Ellos» son los tipos de los que debería haber menos o, mejor aún, absolutamente ninguno. Y no sotros nunca somos suficientes. «Nosotros» sprnos la gente que tendría que abundar más. Según la autoridad del Oxford English Dictionary, hasta avan zado el siglo xrx, 1870 para ser exactos, no se había registrado uso alguno de la palabra «superpoblación». Y ello pese al hecho de que, justo antes de que empezase el siglo (concretamente en 1798), Thomas Robert Malthus publicaba su Ensayo sobre el principio de la población, la obra que declaraba sin rodeos que el crecimiento de la población siempre dejará atrás el crecimiento de la oferta ali menticia y que, a menos que se restrinja la fecundidad humana, no habrá comida suficiente para todos. Refutar la proposición de Malthus y tirar por tierra su argu mento era uño de los pasatiempos predilectos de los más eminentes portavoces del espíritu moderno, joven y prometedor, exuberante y seguro de sí mismo. En efecto,, el «principio de la población» de Malthus_iba_a_contrapelo de todo cuanto representaba la promesa moderna: su certeza de que toda miseria humana es curable, de que, con el transcurso del tiempo, se hallarán y aplicarán solucio nes y se atenderán todas las necesidades humanas insatisfechas has ta entonces, y de qc e la ciencia y su brazo práctico tecnológico aca barán por alzar, más pronto o más tarde, ias realidades humanas al nivel del potencial humano y pondrán así término ¿e-una vez por todas a la irritante falla entre el «ser» y el «deber». Ese siglo creía (y se veía reforzado a diario en sus creencias por el bien afinado coro de filósofos y estadistas) que, mediante un mayor poder hu mano (principalmente poder industrial y militar), se puede lograr, 52 Vidas desperdiciadas y se logrará de hecho, una mayor felicidad humana, y que la poten cia y la riqueza de las naciones se miden por su número de trabaja dores y soldados. En efecto, en la parte del mundo en la que se con cibió y se rebatió la profecía malthusiana, nada sugería que más gente conduciría a menos bienes necesarios para la subsistencia hu mana. Por el contrario, la fuerza de trabajo y de combate, mejores cuanto mayores, parecían ser el antídoto principal y más efectivo para el veneno de la escasez. Había tierras infixutamente vastas y fa bulosamente ricas por todo el planeta, salpicadas con espacios en blanco y apenas poblados, territorios prácticamente vacíos a la es pera de conquista y colonización. Ahora bien, para invadirlos y mantenerlos se precisaban inmensas plantas industriales totalmen te guarnecidas de trabajadores, así como formidables ejércitos. Lo grande era hermoso y rentable. Grandes poblaciones significaban gran poder. .Gran poder significaba grandes adquisiciones de tie rras. Grandes adquisiciones de tierras significaban gran riqueza. Grandes tierras y gran riqueza significaban espacio para un gran número de gente. QED. Y, por lo tanto, si la gente preocupada por la situación en el in terior de sus países se veía asaltada, en efecto, por el pensamiento de que andan por ahí demasiadas bocas para ser alimentadas, la respuesta se les antojaba obvia, convincente y creíble, por más que paradójica: la terapia para el exceso de población consiste en más población. Sólo las naciones más vigorosas y, por ende, más popu losas, desarrollarán el músculo necesario para abrumar y controlar o apartar a empellones a los macilentos, retrasados e irresolutos o decadentes y degenerantes ocupantes del globo, y sólo tales nacio nes serán capaces de hacer alarde de su fuerza con resultados sig nificativos. De haber estado disponible en aquel tiempo la palabra «superpoblación», se habría considerado una contradicción en sus términos. Nunca puede haber «demasiados de nosotros»; es lo con trario, el hecho de que seamos demasiado pocos, lo que debería constituir urrmotivo de preocupación. La congestión local puede desahogarse globalmente. Los problemas locales se resolverán de manera global. Expresando lo que por aquel entonces había negado a ser prác ticamente la concepción común del país, uno de los oradores en el ¿Son ellos demasiados? 2 3 Congreso de Sindicatos celebrado en 1SS3 (un tal señor Toyne, de Saltburn) advertía con solemne preocupación . una tendencia en los distritos rurales a monopolizar la tierra; a con vertir en grandes las pequeñas haciendas. Se estaban demoliendo "';- -las pequeñas granjas y absorbiendo tierras en grandes fincas. El ac tual sistema de tierras estaba espulsando a los hombres de la tierra hacia las minas y fábricas para competir con los artesanos en el mer cado laboral. Los trabajadores del campo querían librarse de éste de inmediato.1 La queja no era nueva en absoluto; tan sólo variaban los pre suntos culpables y los posibles acusados en un diagnóstico repeti do con monotonía a lo largo de la turbulenta historia de la destruc ción creativa, conocida con el nombre de progreso económico. En esta ocasión, del abarrotamiento del mercado laboral se le echaba la culpa a la ruina y ai derrumbamiento de los minifundistas, pro vocados por la nueva tecnología agrícola. Unas cuantas décadas an tes, la desintegración de los gremios de artesanos desencadenada por la maquinaria industrial se apuntaba como la causa primordial de la miseria. Unas pocas décadas después habría de llegarle el tur no a las minas y fábricas, en las que una vez buscaran la salvación las víctimas del progreso agrícola. Y, sín embargo, en todos estos casos, el modo de aliviar la presión sobre las condiciones de vida de los trabajadores y de mejorar su nivel de vida se buscó en la dis persión de las muchedumbres que asediaban las puertas de la em presa que ofrecía empleo. Semejante solución parecía obvia y no suscitaba controversia alguna en tanto en cuanto no faltaban luga res en los que poder descargar de forma expeditiva el excedente. Tal como testificaba en 1881 Joseph Arch, el legendario líder del Sindicato de,-Trabajadores Agrícolas, ante los Comisarios de Agri cultura de Su Majestad: P.: ¿Cómo se disponen a garantizar ustedelTque los trabajadores obtengan salarios más elevados? 1. Informe del TUC (1883), pág. 39. 54 Vidas desperdiciadas R: Hemos reducido el número de trabajadores en el mercado de modo muy notable. P.; ¿Cómo han reducido el número de trabajadores en ei mercado? R.: Hemos enviado a la emigración unas 700.000 personas, hom bres, mujeres y niños, en los últimos ocho o nueve años. P.: ¿Cómo han enviado a la emigración a esas 700.000 personas?, ¿con qué fondos? R.: Visité Canadá, llegué a acuerdos con el gobierno canadiense para darles tal cantidad y obtuvimos dicha suma de los fondos del comercio.2 Otro factor que provocaba la exportación de «problemas so ciales» producidos internamente, a través de una deportación ma siva de la parte afectada de la población, era el temor de que la acu mulación de los que perdían su empleo dentro de las ciudades alcanzase un punto crítico de autocombustión. Esporádicos aun que reiterados arrebatos de malestar urbano estimulaban a la ac ción a las autoridades. Después de junio de 1848, los distritos con- fiictivos de_París se limpiaron al por mayor de miserables rebeldes y se transportó en masse al populacho al extranjero, a Argelia. Tras la Comuna de París de 1871, se repitió el "ejercicio, si bien el desti no escogido en esta ocasión fue Nueva Caledonia.3 Desde sus mismos comienzos, la era moderna fue una época de gran migración. Masas de población no cuantifícadas hasta la fe cha, y quizás incalculables, se movieron por todo el planeta, aban donando sus países de origen, que no ofrecían ningún sustento, por tierras extrañas que prometían mejor fortuna. Las trayectorias ge neralizadas y predominantes cambiaron con el tiempo, en función de las tendencias de los «puntos álgidos» de la modernización, pero, en términos generales, los emigrantes deambulaban desde las re giones «más desarrolladas» (más intensamente modernizantes) del planeta hacia las áreas «sub desarrollad as» (todavía no expulsadas del equilibriosocioeconómico bajo el impacto de la moderniza ción). 2. J. B. Jeffreys, Labour's Formative Years, Lawrence and Wishart, 1948. 3. Véase Jacques Donzelor, Catherine Mével y Anne Wyvekens, «De la fa brique sociale aux violences urbaines», Esprit, diciembre de 2002, págs. 13-34. ¿Son ellos demasiados? 52 Los itinerarios estaban, por así decirlo, determinados en exceso. Por una parte, la población excedente, incapaz de encontrar em pleos lucrativos o de preservar su estatus social ganado o heredado en su país de origen, era un fenómeno confinado por lo general a los terrenos de los procesos modernizado res avanzados. Por otra parte, merced al mismo factor de la rápida modernización, los países en los que se producía el excedente de población gozaban (aunque sólo fuese de manera temporal) de una superioridad tecnológica y militar sobre los territorios aún no afectados por los procesos mo- dernizadores. Esto les permitía concebir y tratar tales áreas como «vacías» (y vaciarlas en caso de que los nativos se resistiesen a los apremios o ejerciesen un poder molesto, que a los colonos se les an tojaba un obstáculo demasiado fastidioso para su bienestar) y, por lo tanto, preparadas para la colonización masiva y pidiéndola a gri tos. Según cálculos que resultan a todas luces incompletos, unos 30 a 50 millones de nativos de las tierras «premodernas», alrededor del 80% de su población total, fueron exterminados en el período que abarca desde la primera llegada y asentamiento de soldados y co-' merciantes europeos hasta comienzos del siglo xx, cuando sus ci fras alcanzaron su cota más baja.4 Muchos fueron asesinados, mu chos otros perecieron o importaron enfermedades, y los demás se extinguieron tras verse privados de los caminos que mantuvieron vivos durante siglos a sus ancestros. Tal como resumiera Charles Darwjn la saga del proceso «civilizador de los salvajes» conducido por Europa: «Allí donde el europeo ha puesto el pie, la muerte pa- : rece perseguir al indígena». Iránicamente,. el .exterminio de los indígenas con el fin de des pejar nuevos lugares para el excedente de población europeo (esto es, ía preparación de los lugares a.modo de vertedero, para los re siduos humanos que el progreso económico doméstico estaba arro jando en cantidades crecientes) se uevó a cabo en nombre del mis- 4. Véase David Maybury-Lewis, «Genocide against indigenous peoples», en Alexander Laban Hinton (comp-), Annihilating Difference: The Anthropology of Genocide, University of California Press, 2002, págs. 43-53. 5. Citado en Herman Merivaie, 'Lectures on Colonization and Colonies, Green, Longman and Roberts, 1861, pág. 541-

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