ebook img

Arendt y el mutuo reconocimiento PDF

19 Pages·2010·0.18 MB·Spanish
by  
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview Arendt y el mutuo reconocimiento

Etica & Politica / Ethics & Politics, XII, 2010, 2, pp. 430−448 Identidad sin sujeto: Arendt y el mutuo reconocimiento Laura Quintana Universidad de los Andes Bogotá- Colombia [email protected] ABSTRACT This article discusses whether, from Hannah Arendt’s point of view, the being-in-common of sin- gularities can be conceived in terms of mutual recognition. Although it is shown that Arendt’s theory of action involves the idea that the identity of singularities is relational, it is also stressed that it is a fluid identity, thrown into contingency. Therefore, it is not a more solid self con- sciousness what individuals achieve when they open themselves to each other and when they recognize themselves in their difference. What they achieve is to be exposed to the fact of co- existence, to an experience of plurality in which others are more than just a mirror in which they recognize and affirm themselves. 0. Introducciòn Antes del auge de las éticas de la comunicación y de las actuales teorías sobre el reconocimiento, Hannah Arendt propuso comprender la deliberación y la acción conjunta como los modos constitutivos del espacio político, e insistió en la importancia que tiene para la vida humana la disposición de los seres humanos a aceptar su pluralidad, al reconocerse mutuamente en el discurso y en la acción. De hecho, aunque en los escritos de esta autora no se encuentra propiamente una teoría sobre el reconocimiento, sus planteamientos pueden ofrecer elementos que podrían leerse a la luz de esta noción. En efecto, en Arendt puede hallarse la idea según la cual la identidad no es algo dado sino que se conforma en la experiencia compartida, en la red de relaciones humanas que constituyen el espacio de aparición (cf., Arendt, 1958: 175-179). Se trata de un espacio que se concibe como un “en-medio-de”, como un entramado que depende fundamentalmente de la disposición de las personas a reconocerse mutuamente como seres actuantes (cf., Tsao, 2002: 106). Además, Arendt parece enfatizar que la dignidad humana está dada por la posibilidad de aparecer ante otros y de ser reconocidos por éstos como “quiénes”, es decir, como seres únicos y singulares, cuya identidad se despliega al hablar y al actuar entre sí (cf., Arendt, 1958: 181). De modo que, a su modo de ver, la dignidad humana consistiría en la existencia político-lingüística de los seres LAURA QUINTANA humanos: en “su hablar, juzgar, actuar”, como capacidades que se tienen “a través, con y en relación con otros” (Menke, 2007: 753). Sin embargo, este reconocimiento que los singulares pueden alcanzar, al existir políticamente, va de la mano con una concepción de la política que subraya la contingencia de los asuntos humanos, y la falibilidad de unos actores que no pueden controlar ni comprender de principio a fin las consecuencias de sus actos. En esa medida, lo que los sujetos alcanzan al reconocerse mutuamente, según Arendt, no es un mayor autoconocimiento o una mayor autodeterminación, sino el quedar expuestos a la singularidad de los otros y a los riesgos que trae consigo la coexistencia, el ser-en- común en un mundo plural. A continuación se discutirá cuál es el papel que juega la idea del mutuo reconocimiento en Arendt, y en qué medida ésta se relaciona con una aceptación de la alteridad humana y de los seres humanos como actuantes, que más que posibilitar la integridad y la seguridad del sujeto lo confronta con su finitud y con su fragilidad. 1. El carácter revelador del discurso y de la acción La acción y el discurso son, desde el punto de vista de Arendt, las formas de vinculación interhumana propiamente políticas, pues la política se refiere “al estar juntos, los unos con los otros, de los diversos” (Arendt, 1997: 45); es gracias a tales actividades que los hombres pueden reconocer la pluralidad que les sería propia, darse una existencia compartida, co-existir. La acción –una capacidad que está estrechamente relacionada con el discurso1– está enraizada, según Arendt, en la condición humana de la natalidad. Con cada nacimiento alguien nuevo, único y extraño llega al mundo. Cada nacimiento es también un nuevo comienzo, implica la llegada inesperada de alguien que, a la vez, es capaz de comenzar algo imprevisible. La noción arendtiana de la natalidad, central en su pensamiento político, alude a ambas cosas: al hecho de que el mismo ser humano es “un comienzo, un inicio, ya que no existe desde siempre sino que viene al mundo al nacer” (Arendt, 1997: 77); y a la unicidad y alteridad que emerge con el nacimiento de cada individuo, al “constante flujo de recién 1 Para Arendt, la acción es inseparable del discurso pues de éste dependería el carácter revelador que la caracterizaría y su significado aparece, a la vez, en las palabras del narrador, de aquel que puede comprenderla retrospectivamente. Además, la autora tiende a comprender el discurso como una forma de acción, como una manera de incidir en el mundo e iniciar junto a otros algo nuevo e inesperado. 431 Identidad sin sujeto: Arendt y el mutuo reconocimiento llegados que nacen en este mundo como extraños” (Arendt, 1958: 9). Al llegar a este mundo como extranjero cada ser humano se sitúa originariamente en una diferencia irreducible con respecto a los demás. Asimismo, porque el ser humano es un comienzo, y el comienzo de algo único y singular, de él se puede esperar lo inesperado (cf., Arendt, 1958: 178). Al actuar, precisamente, al iniciar algo junto a otros y al relacionarse con ellos discursivamente, los seres humanos pueden dar lugar a lo nuevo e imprevisible, y pueden desarrollar las posibilidades de su ser distinto, y distinguirse; pueden desplegar su característica pluralidad (cf., Arendt, 1958: 176). En este sentido, el discurso y la acción tienen un carácter revelador: la clase de persona que somos se muestra en nuestras palabras y actos, ellas exponen quién es alguien, revelan activamente su “única y personalidad identidad” (Arendt, 1958: 179). Lo que se exhibe, sin embargo, no es un yo interno o una identidad previamente formada; lo que se expone es una identidad que se constituye en el espacio de aparición que la acción y el discurso establecen. Palabras y actos no ponen de manifiesto un “yo, algo dentro de mí que de otro modo no aparecería”, sino que permiten hacer activamente que mi presencia sea sentida, vista u oída por otros (cf., Arendt, 1978: 29). Por ende, la forma en que aparezco ante otros no es un mero medio para la expresión de algo interior, sino que es la manera misma en que me doy ante otros, en que ellos pueden reconocerme como alguien, como un actor específico en el mundo público. En otras palabras, el tipo de persona que somos se hace presente en la forma en que actuamos con otros, en la manera en que hablamos y nos dirigimos a ellos: Los seres humanos se presentan en palabra y actos y de esta forma indican cómo desean aparecer, qué, en su opinión, resulta adecuado y qué no para ser visto [...] Hasta cierto punto podemos escoger cómo aparecer ante otros, y esta apariencia de ningún modo es la manifestación externa de una disposición interna (Arendt, 1978: 34). Al aparecer ante otros, los seres humanos indican cómo desean ser reconocidos y aceptados, cuáles son los principios que orientan sus formas de vida, y que tipo de relaciones esperan establecer con los demás. De la mano con esto, Arendt sugiere que la identidad de cada quien no es algo dado de antemano, en la interioridad del yo, sino algo que se conforma y desarrolla al incursionar en el espacio de aparición. Por esto mismo, no se trata tampoco de identidades fijas sino de modos de ser que se constituyen y se transforman en la exposición ante otros. En este sentido, “la distinción y la individuación se dan en el discurso” y en la acción (Arendt, 1978: 432 LAURA QUINTANA 34). La exterioridad, la forma en que alguien aparece en palabras y actos, despliega su singularidad, mientras que en su interioridad, si cabe hablar en estos términos, cada quien no es más que un haz de deseos, necesidades, e impulsos irregulares que comparte con los otros ejemplares de su especie (cf., Arendt, 1978: 34s). Es por esto que, desde el punto de vista de Arendt, sin la posibilidad de aparecer ante otros, las personas o bien quedan condenadas a ser tratadas como seres humanos en general, con ciertos rasgos e impulsos naturales; y deben limitarse a mostrar qué son, cuáles son sus talentos y disposiciones, sin poder aparecer cómo quiénes, como personajes específicos en la escena pública; o bien quedan reducidos a ser considerados como “diferentes en general”, a representar exclusivamente “su propia individualidad absolutamente única”; una individualidad que “privada de expresión dentro de un mundo común y de acción sobre éste, pierde todo su significado” (Arendt, 1952: 302)2. Sin embargo, sólo “hasta cierto punto” podemos escoger cómo hemos de aparecer ante otros, ya que también estamos sujetos a ciertas condiciones, nos encontramos en un ahí, en una facticidad que no podemos elegir. Aunque al actuar mostramos una espontaneidad que implica que no estamos completamente determinados por nuestros condicionamientos, en todo caso estamos insertos en un mundo, en un contexto de relaciones, en un ahí de la existencia que en cierta medida escapa a nuestras decisiones e iniciativas voluntarias. En realidad, habría que decir que lo propio de la acción genuina, y no de aquella que se traslapa con la fabricación, es el poder estar a la altura de esas condiciones, poder jugar con las posibilidades que ellas abren, sin asumir la actitud instrumental o manipuladora que es propia del hacer. Además, la identidad distintiva de cada quien aparece y sólo se hace visible para otros, para quienes pueden juzgar su historia vital, ya que “nos revelamos gradualmente”, “en la continuidad del vivir” (Arendt, 1958: 194). Por todo esto, la manera en que el agente se muestra en sus palabras y actos no es algo que pueda ser controlado por él, ni darse intencional o deliberadamente: Esta revelación del «quién» en contraposición al «qué» es alguien [...] casi nunca puede realizarse como un propósito intencional, como si uno poseyera o pudiera disponer de ese «quién» como puede disponer de sus cualidades (Arendt, 1958:179). Precisamente, porque nos encontramos arrojados en un mundo que no está sometido a nuestras decisiones, y porque nuestra identidad depende del 2 Más adelante, cuando se discuta el significado ontológico que tiene para Arendt la experiencia compartida y el reconocimiento recíproco que ésta implica, se insistirá en aquello que los seres humanos pierden cuando son privados de tal experiencia. 433 Identidad sin sujeto: Arendt y el mutuo reconocimiento reconocimiento de los otros, no somos los “autores de nuestras identidades”, no podemos “hacernos” ni determinar completamente quiénes somos3. Dado esto, la identidad que se conforma en la exposición pública no es algo que esté a nuestra disposición o que traiga consigo un mayor conocimiento de sí. Al contrario, “es más que probable que el «quién» que aparece de manera tan clara e inconfundible a los demás, permanezca oculto a la persona misma” (Arendt, 1958:179); “uno se revela a sí mismo sin conocerse o ser capaz de calcular de antemano a quién revela” (Arendt, 1958: 192). Por esto, lo que el actor alcanza en esta exposición no es una mayor conciencia de sí o un mayor grado de inteligibilidad con respecto a su individualidad, sino una apariencia constante y relativamente unitaria para los otros. Lo que se gana, como diría Agamben, es un rostro: Mi rostro es mi afuera: un punto de indiferencia respecto a todas mis propiedades, respecto a lo que es propio y a lo que es común, a lo que es interior y a lo que es exterior. En el rostro estoy con todas mis propiedades (el ser moreno, alto, pálido, orgulloso, emotivo…), pero sin que ninguna de ellas me identifique o me pertenezca esencialmente. Es el umbral de desapropiación y des-identificación de todos los modos y de todas las cualidades, y sólo en él éstos se hacen puramente comunicables (Agamben, 2001: 85-86). El rostro es la apariencia que me expone a los otros. Es la apariencia de ese «quién» que se resiste a ser caracterizado por alguna cualidad o esencia, y a ser identificado en la solidez de una definición (cf, Arendt, 1958: 181). Es la apariencia de un «quién» que sólo se da, que sólo se muestra en su especificidad, al aparecer, al quedar expuesto a la alteridad de los demás. En este sentido, la experiencia compartida posibilita una identidad que se rehúsa a toda identificación con alguna propiedad o propósito, y que no se da tanto como una vuelta sobre sí, o como una plena identificación del agente consigo mismo, sino como una exposición de la singularidad, que la deja vertida, fuera de sí misma. Una identidad que es el rostro “irremediablemente expuesto del ser humano”, su manera de darse, de existir entre otros como un ser que se da en esta exposición, que no se encuentra solamente en el 3 Según Arendt, la filosofía moderna, con Hegel a la cabeza, habría subrayado a tal punto la posibilidad que tienen los seres humanos de elegir cómo presentarse ante otros, que habría terminado por negar la facticidad humana, llegando incluso a afirmar que “el hombre puede hacerse a sí mismo”. En palabras de la autora: “Dada la innegable importancia que estas capacidades elegidas por uno mismo tienen para nuestro aparecer y para nuestro papel en el mundo, la filosofía moderna, empezando con Hegel, ha sucumbido a la extraña ilusión de que el hombre, a diferencia de otras cosas, se ha creado a sí mismo. Obviamente, la auto-presentación y el mero ser ahí [thereness] de la existencia no son lo mismo” (Arendt, 1978: 37). 434 LAURA QUINTANA mundo sino que es del mundo (cf, Arendt, 1978: 20), y que no es más que apariencia4. Pues, “en este mundo en el que entramos, apareciendo de la nada, y del cual desaparecemos en la nada, ser y apariencia coinciden” (cf., Arendt, 1978: 19). Por esto, porque el quiénes somos se da en esta apertura de la existencia, está atravesado por la imprevisibilidad y la contingencia que, como lo veremos más adelante, ella trae consigo. 2. La pluralidad de la existencia política Si al aparecer, al mostrarse en palabras y actos, los seres humanos llegan propiamente a existir como “quiénes”, esto significa que su singularidad presupone su ex-sistencia, su ser-en-común en un mundo con otros. En palabras de Arendt, el “carácter revelador del discurso y de la acción pasa a primer plano cuando las personas están unas con otras, no para o en contra” sino “en el puro estar juntos” (Arendt, 1958: 180). El que los seres humanos puedan mostrarse como únicos y singulares depende de la experiencia compartida: depende de otros con quienes actuar y hablar, y que puedan reconocer el tipo de personas que aparecen en palabras y actos. Así como un actor necesita del escenario, de sus compañeros de actuación y de los espectadores, para desplegar su arte, los seres humanos requerirían de un mundo, de una localización permanente para su aparición, y de sus semejantes para que interactúen con ellos y para que, como espectadores, constaten y reconozcan su existencia (cf., Arendt, 1978: 22). Acción y discurso son entonces capacidades eminentemente plurales, no sólo porque siempre se dan y cobran sentido al coexistir, al compartir el mundo con los demás, sino porque el significado de una acción depende de otros que puedan comprenderla cuando ha concluido e interpretarla en perspectiva. Además, el riesgo de hacer una aparición como ‘alguien’ entre otros puede ser tomado sólo por aquel que, en adelante, está dispuesto a existir de esta forma entre otros, y esto significa estar dispuesto a moverse entre otros, a exponer quién es uno, y a 4 Aunque la figura del ‘rostro’ remite inmediatamente a las reflexiones de Levinas, y seguramente Agamben no tiene en mente a Arendt cuando sugiere esta imagen, los planteamientos de esta autora sobre la existencia de la singularidad en su aparecer ante otros como un quién que es irreducible a sus propiedades pueden vincularse con ese “umbral”, que Agamben intenta articular con la figura del rostro. 435 Identidad sin sujeto: Arendt y el mutuo reconocimiento renunciar a la extrañeza originaria del recién llegado a este mundo (Arendt, 1960: 220)5. La pluralidad de la acción y del discurso se refiere también al tipo de relaciones humanas que tales actividades instauran. Éstas suponen que el agente esté dispuesto a existir de cierta forma en el mundo y a relacionarse de una manera peculiar con los demás: requieren que se decida a incursionar en la apariencia, a exponerse ante otros; que esté dispuesto a reconocerlos como seres actuantes, como seres singulares que se muestran ante él; y, asimismo, que los otros estén dispuestos a reconocer su específica singularidad como actor. Sin este mutuo reconocimiento no puede darse propiamente acción en concierto, co-acción sino vínculos desiguales que se caracterizan porque una de las partes trata de imponer sus puntos de vista, reduciendo o negando la diferencia de los demás, y por dar lugar a relaciones verticales de mando-obediencia, desde las cuales sólo se les reconoce a unos la posibilidad de actuar. De ahí que también sea indispensable que los actores se acepten como iguales y que en esa medida puedan renunciar a su originaria extrañeza. Es por esto que acción y discurso sólo pueden desplegarse, en sus auténticas posibilidades, en un espacio público delimitado por la ley de la igualdad y por el principio de la justicia. Ambas actividades suponen que los individuos logran reconocer para sí –en medio de las patentes diferencias a las que quedan arrojados desde su nacimiento– una igualdad que no está dada por naturaleza sino que debe ser otorgada y delimitada por ellos mismos. Pero esta igualdad política no debe entenderse como un principio unificador que reduce o niega toda diferencia, sino como una igualdad que posibilita la igual participación y el reconocimiento de los actores en su pluralidad. La idea arendtiana de respeto alude, justamente, a ese reconocimiento mutuo que las personas pueden alcanzar al relacionarse unas con otras en los modos de la acción y del discurso: El respeto, no diferente de la aristotélica philia politikē, es un tipo de «amistad» sin intimidad ni proximidad; es una consideración de la persona desde la distancia que el espacio del mundo pone entre nosotros, y esta consideración es independiente de las cualidades que podamos admirar o de los logros que podamos tener en gran estima (Arendt, 1958: 243) 5 Traduzco esta cita de la versión alemana de La Condición humana, realizada por la propia Arendt bajo el título Vita Activa. Esta versión resulta bastante útil pues, como lo señala Tsao, en ella la autora hace aclaraciones y comentarios que no se encuentran en la versión al inglés (cf., Tsao, 2002: 104). 436 LAURA QUINTANA El respeto tiene que ver con la posibilidad de reconocer al otro como quién, como un actor específico, único y singular, y no simplemente como un qué, como un sujeto con ciertas capacidades útiles o funcionales. Se trata de una forma de trato que acepta la distancia que media entre seres singulares y que asume toda vinculación desde esta lejanía. El respeto no pretende entonces una cercanía o proximidad con el otro que anule su diferencia, ni una indiferencia que simplemente soporte o tolere la especificidad de cada quien. En relación con esto la remisión a la amistad, entendida como una capacidad política, resulta bastante significativa. Con ella, en efecto, no se alude a una relación de intimidad entre los amigos sino a una forma de estar juntos que supone la diferencia en la igualdad. Pero, esta igualdad “no significa que los amigos se vuelvan los mismos o iguales entre sí, sino más bien que se convierten en compañeros iguales en un mundo común – que ellos juntos constituyen” (Arendt, 1990: 83, cursivas mías). Además, ese mundo común que se genera en la amistad no se refiere a un trasfondo de creencias que acomuna a los individuos o a capacidades que todos comparten, ni en general, a una forma de pertenencia. Se refiere más bien a la mutua disposición a comprenderse que se instaura entre aquellos que se vinculan respetuosamente: El elemento político en la amistad tiene que ver con que los amigos emprenden un diálogo verdadero en el que cada uno trata de entender la “verdad inherente” en la opinión del otro. Más que a su amigo como persona, un amigo entiende cómo y en qué específica articulación le aparece al otro el mundo común, quien como persona es por siempre desigual o diferente. Este tipo de comprensión –ver el mundo (como decimos hoy vulgarmente) desde el punto de vista de los otros– es el tipo de aproximación política par excellence” (Arendt, 1990: 84). El prerrequisito de este tipo de comprensión es que cada cual pueda ser lo suficientemente articulado y consecuente para mostrar su opinión en su veracidad, de modo que pueda lograr ser comprendido por el otro. Asimismo, esta aproximación supone que no hay una verdad absoluta, igual para todos los seres humanos e independiente de su existencia concreta, sino que siempre opino desde mi propia experiencia. Pero, la opinión no es una mera ilusión subjetiva y arbitraria, sino que trae consigo un momento de verdad (cf., Arendt, 1990: 84-85). No se trata, empero, de un punto de vista suprapersonal con el que todos los sujetos tendrían que coincidir, sino que se refiere a las posibilidades mostrativas de una opinión y a su veracidad: a lo que ésta puede decir de una persona, de su lugar en un mundo que comparte con otros, de sus puntos de vista con respecto a éste y de 437 Identidad sin sujeto: Arendt y el mutuo reconocimiento su disposición a mostrarse consecuente frente a los demás. En este sentido, una opinión se refiere y abarca siempre “al mundo, tal y como se me abre a mí”; es una mirada sobre un mundo en el que me encuentro con otros (cf., Arendt, 1990: 80). Comprender cómo se le aparece el mundo a otra persona, no significa, sin embargo, identificarse empáticamente con ella, o aceptar sus puntos de vista, sin más, como válidos. La mentalidad amplia, a la que se alude en la cita, se refiere más bien al esfuerzo de liberar la propia opinión de intereses privados o idiosincrásicos, y de abrirse a otras formas de consideración teniendo a la vista el tipo de mundo que emerge de sus asunciones o de sus principios de acción. Justamente, lo que se juzga, cuando se piensa de este modo, es el tipo de mundo y los principios que emergen de una opinión, y sobre todo, hasta qué punto ésta promueve “el placer de compartir”, “el intercambio mutuo” o “la aceptación de la pluralidad humana” (Enaudeau, 2007: 1039); hasta qué punto posibilita, en otras palabras, ese mundo plural, ese “en-medio-de” que, desde el punto de vista de Arendt, constituye el lugar de la política. Podría decirse entonces que al vincularse respetuosamente en los modos de la acción y del discurso los individuos muestran una mutua disposición a compartir el mundo con los otros, reconociendo la singularidad de cada quien. De esta forma, el mutuo reconocimiento de los actores instituye un en-medio-de, un entramado de relaciones humanas, que se da en el cruce de las diferencias; un ser-en-común en el que aquello que los actores comparten es, ante todo, la aceptación de su finitud y de su alteridad. 3. La dimensión ontológica de la experiencia compartida Al insistir en la idea de pluralidad, en que no el hombre en singular, sino una pluralidad de seres humanos habitan este planeta (cf., Arendt, 1978: 19), Arendt sugiere que la existencia humana es co-existencia, se da siempre como un ser-en- común-con-otros. En este sentido, la experiencia compartida no es un valor o una posibilidad más sino una condición del ser humano. Y es que, como puede derivarse de lo anterior, desde el punto de vista de esta autora, no diría “yo” si estuviera solo, ni podría exhibirme como un ser singular si no contara con la presencia de otros de quienes pudiera distinguirme. Más aún, la realidad del mundo depende de la posibilidad de aparecer ante otros6. Es por esto que, en polémica con una vertiente dominante en la filosofía moderna, la autora enfatiza que “lo que llamamos 6 En palabras de la autora: “Para los hombres la realidad del mundo está garantizada por la presencia de otros, por su aparecer ante todos” (Arendt, 1958: 199). 438 LAURA QUINTANA ‘conciencia de sí’ [consciousness], el hecho de que soy consciente de mí mismo […] nunca bastaría para garantizar la realidad” (Arendt, 1978: 19s). Nuestro sentido de la realidad y de nosotros mismos depende de la presencia de otros con quienes podemos compartir lo que experimentamos7. Ahora bien, dado que la acción y el discurso son las formas de estar juntos en que los seres humanos pueden aparecer unos a otros, es decir, dado que es propiamente en éstas que se da la existencia compartida, puede comprenderse la dimensión ontológica que Arendt le atribuye a estas actividades. De hecho, al dar lugar a la trama de relaciones humanas, ellas contribuyen a constituir el mismo espacio de aparición, el espacio público, en ausencia del cual “ni la realidad del propio yo, de la propia identidad, ni la realidad del mundo circundante pueden ser establecidas más allá de toda duda” (Arendt, 1958: 208). A la luz de esto también podría derivarse que el mutuo reconocimiento es una posibilidad ontológica, dado que sin la disposición de las personas a aceptar su pluralidad y su copertenencia como seres actuantes no tendrían sentido la acción y el diálogo con otros, ni se podría conformar propiamente esa trama de relaciones que constituye el espacio de aparición. Pero sin todo esto, como ya se vio, los seres humanos no sólo no podrían desarrollarse como seres singulares sino que se encontrarían privados de mundo. En efecto, el espacio de aparición no es una dimensión más de la existencia, sino el mundo, el contexto que nos orienta, y el horizonte desde el cual intentamos comprender lo que acontece y pensar. De hecho, aunque el pensamiento requiere de soledad, siempre se da discursivamente y supone en todo caso un otro con el que se dialoga y al que se dirige. De modo que, la capacidad de pensar también está hecha para su uso público; en palabras de Kant, que la autora retoma: “«la razón no está hecha para adaptarse al aislamiento sino para la comunicación»” (Arendt, 2003: 79). Todo esto puede explicar por qué, según Arendt, cuando a un ser humano se le niega la pertenencia a una comunidad política no es privado simplemente de ciertos derechos, sino que pierde la posibilidad de actuar, de formar y expresar una opinión propia y de ser reconocido en su singularidad; entonces, sus palabras dejan de ser relevantes y queda reducido a una vida desnuda, aislada de toda relación (cf., Arendt, 1952: 296s). De esta forma es despojado de condiciones fundamentales para la existencia humana, sin las cuales ésta no sólo no puede desplegar sus posibilidades más fundamentales sino que no puede darse como tal. Pues, sin acción 7 De ahí que Arendt también señale: “El cogito me cogitare ergo sum de Descartes es un non sequitur, por la simple razón de que tal res cogitans nunca se muestra del todo, a menos que sus cogitationes se manifiesten en un discurso, hablado o escrito, algo que ya está destinado a, y presupone, oyentes y lectores como sus receptores (Arendt, 1978: 19s). 439

Description:
reconocimiento, Hannah Arendt propuso comprender la deliberación y la acción Además, Arendt parece enfatizar que la dignidad humana está.
See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.