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Arco, Yeso y Cal. Tres Símbolos de la Muerte en la Obra de Federico García Lorca PDF

16 Pages·2007·0.5 MB·Spanish
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EPOS, XIV (1998), págs. 277-292 ARCO, YESO Y CAL: TRES SÍMBOLOS DE LA MUERTE EN LA OBRA DE FEDERICO GARCÍA LORCA JAVIER SALAZAR RINCÓN UNED. La Seu D'Urgell RESUMEN Los arcos, especialmente cuando forma parte de un edificio arruinado, como símbolos del paso del tiempo y la destrucción, y también por ser lugares de tránsi to, como las puertas y umbrales, entre un más acá y un más allá, tienen para Lor- ca un significado unívoco relacionado con la muerte y la aniquilación, como puede comprobarse en numerosos pasajes a lo largo de su obra. De todo ello existen co nocidos precedentes en la literatura del Barroco y el Romanticismo, y particular mente en la obra de Gustavo Adolfo Bécquer, el precursor inmediato de Lorca en este terreno. El simbolismo del arco se completa además en la obra del autor con la pre sencia del yeso y la cal, dos reaUdades que de inmediato evocan en nuestra memo ria las paredes blanqueadas de nichos y cementerios, los paisajes yermos, en que nada crece, y, en fin, la palidez, la frialdad y la muerte. 278 JAVIER SALAZAR RINCÓN Egon Huber', por un lado, y Rafael Martínez Nadal en su estudio sobre El público ^, señalaron hace años el significado fúnebre del arco en los escritos de Lorca y su presencia constante como símbolo de muerte en la obra del autor; si bien, en ambos casos, los autores no hicieron más que esbozar un tema de estudio que quisiéramos desarrollar con detalle en las páginas que siguen. Los arcos a los que alude Lorca en sus escritos, son generalmente arcos rotos, retazos de un edificio ruinoso o un paraje abandonado, restos de la de coración, ya caída, de un cementerio solitario y olvidado, que despiertan en nuestra fantasía sensaciones de abandono, tristeza, acabamiento y muerte, y su origen hay que buscarlo ante todo en la poesía del final del Renacimiento y el Barroco, con precedentes en Castiglione, Sannazaro, Vítale y Garcilaso, que el autor sin duda conocía bien, y en la que los arcos derruidos, antaño signo de gloria, hoy de muerte y destrucción, nos recuerdan, junto a las demás ruinas de la Antigüedad, la huella cruel del tiempo sobre la historia del hombre'. Ya en el soneto LXVI de Femando de Herrera, por ejemplo: Esta rota i cansada pesadumbre, osada muestra de sobervios pechos, estos quebrados arcos i deshechos, i abierto cerco d'espantosa cumbre descubren a la ruda muchedumbre su error ciego, i sus términos estrechos; i solo yo en mis grandes males hechos nunca sé abrir los ojos a la lumbre ••. En un soneto de Cristóbal de Mesa, incluido en Valle de lágrimas y di versas rimas (Madrid, 1607), se lee: Teatro, Capitolio, Coliseo, colunas, arcos, mármoles, medallas, estatuas, obeliscos y murallas, do vencieron las obras al deseo; ' EoON HUBER, García Lorca. Weltbild und metaphorische Darstellung, München, Fink Ver- lag, 1967, pp. 149-50. ' RAFAEL MARTÍNEZ NADAL, El Público. Amor y muerte en la obra de Federico Garda Lor ca, México, Joaquín Mortiz, 1974, pp. 101-5. ' Véase BRUCE W. WARDROPPER, «The Poetry of Ruins in the Golden Age», Revista Hispá nica Moderna, XXXV, 1969, pp. 295-305; y JOSÉ MARÍA FERRI COLL, Las ciudades cantadas. El tema de las ruinas en la poesía española del Siglo de Oro, Alicante, Universidad de Alicante, 1995. " FERNANDO DE HERRERA, Poesías, edic. de Vicente García de Diego, Madrid, Espasa-Calpe, Col. Clásicos castellanos, 6* edic, 1970, pp. 141-42. Arco, yeso y cal: tres símbolos de la muerte en la obra de... 279 templos, carros triunfales, gran trofeo de reinos, de Vitorias, de batallas, colosos, epitafios, antiguallas de los sepulcros que desiertos veo; pirámides, pinturas, termas, baños, reliquias y ruinas de la pompa del edificio de la antigua Roma. Si puede tanto el curso de los años, podrá ser que también el tiempo rompa mi mal, pues toda cosa acaba y doma'. También Quevedo trató el tema en varias ocasiones, y concretamente en una silva, en la que, recordando la ruinas de Roma, escribe: Trofeos y blasones que, en arcos, diste a leer a las estrellas, y no sé si a invidiar a las más dellas, ¡oh Roma generosa!, sepultados se ven donde se vieron: en la corriente ondosa. Tan envidiosos hados te siguieron, que el Tibre, que fue espejo a su hermosura, los da en sus ondas llanto y sepultura; y las puertas triunfales, que tanta vanidad alimentaron, hoy ruinas desiguales, (que, o sobraron al tiempo, o perdonaron las guerras) ya caducan, y, mortales, amenazan donde antes admiraron '. Y en la famosa «Canción a las ruinas de Itálica», de Rodrigo Caro: Fabio, si tú no lloras, pon atenta la vista en luengas calles destruidas. ' En Poesía de la Edad de Oro. II: Barroco, edic. de JOSÉ MANUEL BLECUA, Madrid, Casta lia, 1987, pp. 126-27. ' FRANCISCO DE QUEVEEX), «Roma antigua y moderna», de Las tres musas castellanas [1670], en Poesía original completa, edic. de JOSÉ MANUEL BLECUA, Barcelona, Planeta, Clásicos Univer sales Planeta, 1981, p. 114. 280 JAVIER SALAZAR RINCÓN mira mármoles y arcos destrozados, mira estatuas soberbias, que violenta Némesis derribó, yacer tendidas, y ya en alto silencio sepultados sus dueños celebrados'. El motivo literario de las ruinas y los arcos derruidos, devorados por la hierba, como imagen del paso del tiempo, el desengaño y la muerte, se halla de nuevo presente en las creaciones de la época romántica, tanto en la poesía co mo en la pintura", y en ellas se inspira Lorca de manera más directa, sobre to do en sus primero escritos, como veremos después. Ramón López Soler, por ejemplo, escribía en El Europeo, a propósito del tema: Y si de aquí pasas a considerar la debilidad del hombre con la fuerza de la Naturaleza; si atiendes a las plantas silvestres que descue llan sobre los arcos y las torres medio caídas; si contemplas al verde musgo cubriendo las estatuas de los dioses y a la yedra enroscándose en las columnas de granito o por el cuerpo de una esfinge, ¡qué ma nantial de consideraciones no ofrecerá este nivelamiento de la Natura leza a tu imaginación (pensadora y entusiasmada! [...] Pero cuando las ruinas producen en nosotros una emoción verda deramente sublime es cuando elevándose el astro solitario de la noche sobre ellas las alumbra con luz trémula y cadavérica. Los trozos de co lumnas, los arcos aislados, por entre los cuales se descubren las estre llas y los vecinos montes; las piedras amontonadas, sin orden, y el pá jaro de la noche revolotendo por encima de aquellos escombros, forma una lúgubre armonía con el brillo de la Luna, el murmullo de la fuen te y el silencio del desierto '. El Duque de Rivas, en un poema directamente inspirado en el tópico ba rroco: No ostentes, Roma ufana, tus famosas ruinas, triste esqueleto de gigantes glorias. Sí cuidosa examinas tanta reliquia vana ' En Poesía de la Edad de Oro. II: Barroco, edic. cit., pp. 126-27. * Véase GUILLERMO DÍAZ PLAJA, Introducción al estudio del Romanticismo español, Madrid, Espasa-Calpe, Col. Austral, 4» edic, 1972, pp. 70-80. ' El Europeo, n° 7, 1824, pp. 227-28; cit. por GUILLERMO DIAZ PLAJA, op. cit., pp. 77-78. AíTCo, yeso y cal: tres símbolos de la muerte en la obra de... 281 de gimnasios y termas, arcos, templos, verás son desengaños vividores, verás que son ejemplos que el tiempo destructor ha perdonado para ser escarmiento a los mortales '". En las cartas y las leyendas de Bécquer, la pintura de las ruinas, con sus arcos carcomidos y musgosos, se halla presente de manera repetida. Así, en el convento de los Templarios, en Soria: En la época a que nos referimos, los caballeros de la Orden ha bían ya abandonado sus históricas fortalezas; pero aún quedaban en pie restos de los anchos torreones de sus muros; aún se veían, como en parte se ven hoy, cubiertos de hiedra y campanillas blancas, los maci zos arcos de su claustro, las prolongadas gederías ojivales de sus patios de armas, en las que suspiraba el viento con un gemido, agitando las altas hierbas. En los huertos y en los jardines, cuyos senderos no hollaban ha cía muchos años las plantas de los religiosos, la vegetación, abando nada de sí misma, desplegaba todas sus galas, sin temor de que la ma no del hombre la mutilase, creyendo embellecerla. Las plantas trepadoras subían encaramándose por los añosos tron cos de los árboles; y las sombrías calles de álamos, cuyas copas se to caban y se confundían entre sí, se habían cubierto de césped; los cardos silvestres y las ortigas brotaban en medio de los enarenados caminos, y en los trozos de fábrica próximos a desplomarse, el jaramago, flotando al viento como el penacho de una cimera, y las campanillas blancas y azules, balanceándose como en un columpio sobre sus largos y flexi bles tallos, pregonaban la victoria de la destrucción y la ruina ". Al describir los restos de un castillo árabe, junto al rio Alhama: De los muros no quedan más que algunos ruinosos vestigios; las piedras de la atalaya han caído unas sobre otras al foso y lo han cega do por completo; en el patio de armas crecen zarzales y matas de jara- mago. Por todas partes adonde se vuelven los ojos no se ven más que '° ÁNGEL SAAVEDRA, Duque de Rivas, «El tiempo», en Obras completas, edición y prólogo de Jorge Campos, Madrid, Atlas, 1957, 3 vols. (Biblioteca de Autores Españoles, 100-102), vol. I, p. 47. '' GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER, «El rayo de luna», en Obras completas, Madrid, Aguilar, 13' edic, 1981, pp. 162-63. 282 JAVIER SALAZAR RINCÓN arcos rotos, sillares oscuros y carcomidos; aquí un lienzo de barbaca na, por entre cuyas hendiduras nace la hiedra; allí un torreón que aún se tiene en pie como por milagro; más allá los postes de argamasa con las anillas de hierro que sostenían el puente colgante '^. Y en los restos de la iglesia bizantina en la Cabeza del Moro, junto a Toledo: En el atrio, que dibujaban algunos pedruscos diseminados por el suelo, crecían zarzales y hierbas parásitas, entre los que yacían, medio ocultos, ya el destrozado capitel de una columna, ya un sillar grosera mente esculpido con hojas entrelazadas, endriagos horribles, grotescas e informes figuras humanas. Del templo sólo quedaban en pie los mu ros laterales y algunos arcos rotos ya y cubiertos de hiedra ". Junto a los influjos más próximos del Modernismo y los autores del 98, la inspiración becqueriana es evidente, sorprendente incluso, en las páginas de Impresiones y paisajes, la primera obra publicada por García Lorca '", en la cual abundan las descripciones de capillas, cementerios o iglesias abando nados, con sus arcos derruidos, cubiertos de ortigas, espigas o enredaderas: Por todas partes ruinas color sangre, arcos convertidos en brazos que quisieran besarse, columnas truncadas cubiertas de amarillo y ye dra, cabezas esfumadas entre la tierra húmeda, escudos que se borran entre verdinegruras, cruces mohosas que hablan de muerte... Leemos en las páginas dedicadas a Baeza (OC, III, 65). Los huertos de las iglesias abandonadas: Todos ellos son grandes, con las paredes de piedras obscuras por las que trepan rosales de té, madreselvas y enredaderas de yedra... Tie nen bancos de capiteles medio enterrados y sombrajes de arcos cu biertos de espigas y amapolas (Ibíd., 92). El viajero, que se detiene emocionado ante unas ruinas: Contempla las antiguas visiones de fortalezas deshechas y siente un cansancio abrumador. Sobre los arcos rotos, en las puertas que en tran a recintos alfombrados con ortigas y capiteles yacentes, en las al- " «La cueva de la mora», ibíd., p. 234. " «La rosa de pasión», ibíd., p. 298. ''' Para todas las citas de Federico García Lorca que van a continuación utilizamos sus Obras completas, recopilación, cronología, bibliografía y notas de Arturo del Hoyo, Madrid, Aguilar, edi ción del cincuentenario, 1986, 3 vols., a las que nos referimos con las siglas OC, indicando a con tinuación el volumen y las páginas. Arco, yeso y cal: tres símbolos de la muerte en la obra de... 283 tas paredes solitarias, la esencia de mil colores tristes se esparció entre los mantos reales de las yedras (Ibíd., 101). Y en Fresdelval: Hay arcos elegantísimos que aún se tienen en pie soportando las greñas verdes de las yedras. Hay medallones sin cabeza. Hay roseto nes góticos que dejan pasar la luz suavemente. Yerbas y flores salva jes cubren la ruina... En el claustro gótico se extiende una gran hume dad verde y gris (Ibíd., 103). El arco, en fin, antes de que el tiempo lo destruya, es emblema de tristeza y muerte en los primeros escritos de García Lorca cuando su imagen no deno ta ruina y destrucción, sino que evoca más bien el claustro de los conventos, con sus pasajes oscuros y piedras etmiudecidas, o la vanidad de los monumen tos funerarios, en que los arcos y lápidas son signo de vanidad, y del inútil es fuerzo de los hombres para soslayar la presencia de la muerte. Así, en el inte rior del Monasterio de Silos, el claustro: Es achatado, bajo, profundo, solemne, fuerte, emotivo. En sus galerías proporcionadas y maravillosamente tristes está clavada la esencia eurítmica de una edad brutal, tosca y solemnemente expresiva. Los arcos viriles y graves se quieren perder en un fondo de negruras y austeridades profundas (Ibíd., 45). Y ante un sepulcro en Burgos: Tenemos en toda la dolorosa historia de la humanidad un afán, un ansia grande de perpetuar vidas, o mejor dicho unas vidas que quie ren hablamos eternamente por medio de lápidas y de arcos fúnebres... Un sepulcro es siempre una interrogación... En la vanidad de los hombres hay negrura interior que les impi de ver el más allá. La vanidad está siempre en presente (Ibíd., 61). Pero junto a los valores que hemos indicado —^retazos de un paraje en rui nas, ornamento de tiímulo funerario—, que continúan presentes en la obra pos terior, el arco, como emblema de la muerte, tiene en la obra de Lorca un signi ficado similar al de las puertas, umbrales y entradas en general: punto de encuentro y de separación entre un más acá y un más allá, entre lo profano y lo sagrado, lo conocido y lo desconocido, la luz y la oscuridad, lo cierto y lo mis terioso, y, en fin, la vida y la muerte "; por lo que el acto de cruzar, entrar a tra- " GASTÓN BACHELARD, La poética del espacio, México, FCE, 2* edic, 1983, pp. 250-70; y IEAN CHEVALIER y ALAIN GHEERBRANT, Diccionario de los símbolos, Barcelona, Herder, 2* edic, 1988, pp. 855-58 y 1063. 284 JAVIER SALAZAR RINCÓN vés del arco, o simplemente acercarse a él, representa para Lorca un camino sin retomo hacia un reino de tinieblas, según leemos en la conferencia titulada «Juego y teoría del duende», redactada en 1933, y en cuyas últimas líneas el autor se preguntaba: El duende... ¿Dónde está el duende? Por el arco vacío entra un ai re mental que sopla con insistencias sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados; un aire con color de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas (OC, III, 318). Así, el protagonista de la «Burla de don Pedro a caballo», de Romancero gitano {OC, I, 436-38), cabalga ilusionado «en la busca / del pan y del beso», aunque por caminos misteriosos que lo llevan a la muerte: Brillan las azoteas y las nubes. Don Pedro pasa por arcos rotos. Dos mujeres y un viejo con velones de plata le salen al encuentro. Los chopos dicen: No. Y el ruiseñor: Veremos. En el romance «Muerto de amor» (OC, I, 421-22), del mismo libro, hasta el firmamento oscuro y el arco ceniciento de la luna, simulando un paraje en ruinas, acompañan al muchacho en su agonía: Brisas de caña mojada y rumor de viejas voces, resonaban por el arco roto de la medianoche. Aunque su función sólo sea de tipo decorativo, los arcos también adquie ren un cierto valor simbólico en la tercera estampa de Mariana Pineda: La he roína, condenada a muerte, se encuentra presa entre paredes blancas, en una ambiente de quieta melancolía: Convento de Santa María Egipciaca, de Granada. Rasgos árabes. Arcos, cipreses, fuentecillas y arrayanes. Hay unos bancos y unas vie jas sillas de cuero. Al levantarse el telón está la escena solitaria. Sue nan el órgano y las lejanas voces de las monjas {OC, II, 242). Arco, yeso y cal: tres símbolos de la muerte en la obra de... 285 Y en la escena última, los arcos adquieren extrañas coloraciones para alumbrar los caminos de una muerte embellecida: Toda la escena irá adquiriendo, hasta el final, una gran luz extra ñísima de crepúsculo granadino. Luz rosa y verde entra por los arcos, y los cipreses se matizan exquisitamente, hasta parecer piedras precio sas. Del techo desciende una suave luz naranja, que se va intensifican do hasta el final {Ibíd., 269). En los poemas del ciclo neoyorquino, el arco representa una amenaza o im camino seguro hacia la muerte. El hablante de «Iglesia abandonada. Balada de la gran guerra» {OC, I, 464-65), por ejemplo, se lamenta: Yo tenía un hijo que se llamaba Juan. Yo tenía un hijo. Se perdió por los arcos un viernes de todos los muertos. En el «Paisaje de la multitud que orina», también de Poeta en Nueva York iOC, I, 475-76): No importa que el niño calle cuando le clavan el último alfiler, ni importa la derrota de la brisa en la corola del algodón, porque hay un mundo de la muerte con marineros definitivos que se asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles. El protagonista de «El niño Stanton» (OC, I, 495-96), del mismo libro, se nos presenta asediado por la muerte: ...idiota y bello entre los pequeños animalitos, con tu madre fracturada por los herreros de las aldeas, con un hermano bajo los arcos, otro comido por los hormigueros, y el cáncer sin alambrada latiendo por las habitaciones. En el poema titulado «Muerte» {OC, I, 503), tras enumerar los impercep tibles e inquietantes signos que acechan nuestra existencia: Y la rosa, ¡qué rebaño de luces y alaridos ata en el vivo azúcar de su tronco! Y el azúcar, ¡qué puñalitos sueña en su vigilia! Y los puñales diminutos, ¡qué luna sin establos, qué desnudos, piel eterna y rubor, andan buscando! 286 JAVIER SALAZAR RINCÓN El hablante concluye: Pero el arco de yeso, ¡qué grande, qué invisible, qué diminuto!, sin esfuerzo. Y en los últimos versos de la «Oda a Walt Whitman» {OC, I, 532), el protagonista querría despojar la tumba del poeta norteamericano de cualquier signo que recordara su muerte: Quiero que el aire fuerte de la noche más honda quite flores y letras del arco donde duermes y un niño negro anuncie a los blancos del oro la llegada del reino de la espiga. Y en los versos de «Tierra y luna» {OC, I, 1052-53), perteneciente a este ciclo, el hablante, solidario con los seres débiles, ansiosos de vida, heridos o asesinados, exclama: Me quedo con el transparente hombrecillo que come los huevos de la golondrina. Me quedo con el niño desnudo que pisotean los borrachos de Brooklyn, con las criaturas mudas que pasan bajo los arcos. Con el arroyo de venas ansioso de abrir sus manecitas. El cuadro segundo de El Público, contemporáneo de los poemas neoyor quinos, gira obsesivamente en tomo a las relaciones entre el amor y la muerte, y se desarrolla en una «Ruina romana» (OC, II, 611). Julieta, en el cuadro si guiente, al saltar fuera del sepulcro como si resucitara, exclama (Ibíd., 628): Por favor. No he tropezado con una amiga en todo el tiempo, a pesar de haber cruzado más de tres mil arcos vacíos. Un poco de ayu da, por favor. Un poco de ayuda y un mar de sueño. (Canta.) Un mar de sueño, un mar de tierra blanca y los arcos vacíos por el cielo. Mí cola por las naves, por las algas. Mi cola por el tiempo. Un mar de tiempo. Playa de los gusanos leñadores y delfín de cristal por los cerezos.

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EPOS, XIV (1998), págs. 277-292. ARCO, YESO Y CAL: TRES SÍMBOLOS. DE LA MUERTE EN LA OBRA. DE FEDERICO GARCÍA LORCA. JAVIER SALAZAR RINCÓN. UNED. La Seu D'Urgell. RESUMEN. Los arcos, especialmente cuando forma parte de un edificio arruinado, como símbolos del paso
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