La noble Elizabeth Montwright a duras penas pudo escapar de la sangrienta masacre que destruyó su familia y la expulsó de su castillo ancestral. Empeñada en vengarse y disfrazada como campesina, se escabulló una vez más dentro de la fortaleza en busca de la ayuda de Geoffrey Berkley, el poderoso barón que derrotó a los asesinos. Este escuchó sus súplicas, se opuso a sus demandas, y se empeñó en seducir a la bella mujer. Y aun cuando ella se resistió a las caricias del guerrero, el amor se hizo presente frente a ese hombre apuesto que defenderá su causa, le devolverá su fortuna y gobernará su corazón para siempre. Julie Garwood Amor y venganza ePub r1.0 Titivillus 21.05.15 Título original: Gentle Warrior Julie Garwood, 1985 Traducción: Jofre Homedes Beutnagel Editor digital: Titivillus ePub base r1.2 Para Gerry, con amor, por todo el apoyo y los ánimos, pero sobre todo por no dudar jamás Prólogo Los gentiles caballeros han nacido para luchar, y la guerra ennoblece a cuantos la emprenden sin miedo ni cobardía. JEAN FROISSART, cronista francés 1086, Inglaterra El caballero se preparaba en silencio para la lid. A horcajadas en un taburete de madera, extendió sus largas y musculosas piernas y solicitó a su criado que le pusiera el calzón de malla. A continuación, se levantó y dejó que otro le ciñera la pesada cota por encima de la camisa de algodón acolchada. Por último, levantó unos brazos tostados por el sol a fin de que su espada, regalo preciadísimo pues procedía del mismísimo Guillermo, pudiera serle ceñida mediante un aro de metal. No estaba atento a la armadura, ni a lo que le rodeaba, sino concentrado en la inminente batalla; metódicamente, repasaba la estrategia a emplear para obtener la victoria. Le distrajo un trueno. Ceñudo, apartó la tela de la tienda e irguió la cabeza para examinar la formación de gruesas nubes, mientras, en plena observación del cielo, se apartaba maquinalmente del cuello unos mechones negros. Tras él, los dos criados proseguían con sus menesteres. Uno de ellos cogió la tela engrasada e inició el enésimo pulido del escudo. El otro se subió al taburete y aguardó, sosteniéndole al caballero el yelmo cónico. El criado permaneció largo rato en la misma postura, hasta que el caballero dio media vuelta y se fijó en el yelmo que se le tendía. Lo rechazó mediante un gesto de la cabeza, pues prefería conservar la libertad de movimientos, aun a riesgo de posibles heridas. La negativa del caballero a llevar aquella protección adicional hizo fruncir el entrecejo al criado, quien, sin embargo, tuvo la sensatez de no protestar verbalmente, pues ya había reparado en el mal semblante de su señor. Una vez vestido, el caballero se giró y, con largos pasos, alcanzó y cabalgó su fuerte montura. Salió del campamento sin mirar atrás. Deseoso de estar solo antes de la batalla, cabalgó deprisa hasta un bosque
Description: