UNA CARTA ESPECIAL Queridos lectores: Durante una década me habéis estado escribiendo desde todas partes del mundo, aun desde detrás de la Cortina de Hierro y he recibido treinta o cuarenta cartas por día, cartas que he contestado conscientemente. Pero un buen número de vosotros ha escrito para decirme que un autor de libros como los míos se debe al lector y que un autor como yo no puede dar por finalizada su obra con nueve libros sino que debe continuar escribiendo hasta que todas las preguntas razonables sean contestadas. En respuesta a eso me dirigí a algunas personas repre- sentativas del grupo formulando esta pregunta: "Bueno, ¿qué es lo que vosotros queréis en e' décimo libro? Decidme, decidme qué es lo que queréis; decidme qué he omitido en los otros libros y entonces escribiré ese décimo libro que reclamáis." Como resultado de las cartas que he recibido en res- puesta a estas preguntas, he escrito este libro que ahora vais a leer. Algunos de vosotros, sin duda diréis que existe repeti- ción aquí o allá. Yo sólo puedo argumentar que ello responde a un requerimiento unánime de mi "grupo selec- to de lectores"; si no, no estarían en este libro; y, si vosotros consideráis que hay redundancia en lugares, bue- no, ello podría ser útil para re frescaros la memoria. Lo que se me ha solicitado en particular es: "Oh, Dr. Rampa, visíteme en el mundo astral, cúreme de esto, cúreme de aquello, dígame quién va a ganar el Sweepstahe de Irlanda, venga a nuestra reunión de grupo en el mundo astral." Pero lo que estos lectores olvidan es que sólo hay 9 LOBSANG RAMPA 24 horas en el día; también olvidan la diferencia en husos horarios, etc. Y algo más importante aún; aunque yo pueda verlos claramente en el mundo astral a voluntad, no siempre ellos podrán verme no obstante que una cantidad sorprendente de gente me ha escrito confirmando con exactitud visitas astrales, contactos telepáticos, etcétera. Bueno, mi intención no era escribir una carta larga; así que continuaremos con el libro mismo, ¿verdad? 'U. LOBSANG RAMPA 10 CAPÍTULO I La blanda noche de estío suspiró levemente, susurrando queda a los sauces que cabeceaban orlando el Templo de la Serpiente. Lánguidas ondulaciones surcaban la placidez del lago mientras algunos peces madrugadores buscaban la superficie en procura de insectos desprevenidos. Sobre los duros y altos picos de la montaña, cori su eterna espuma de nieve a manera de pendón flotante, una estrella solita- ria titilaba con brillo resplandeciente en el firmamento luminoso. En los graneros, chirridos y crujidos apagados delataron la presencia de ratas hambrientas alimentándose en los barriles de cebada. Los pasos cautelosos y los ojos chis- peantes de Gato Centinela aparecieron en escena provocan- do el forcejeo de las ratas en su fuga precipitada y luego, silencio completo. Gato Centinela olfateó con desconfianza a su alrededor, y una VPZ satisfecho, saltó sobre una ventana baja mirando afuera, hacia el amanecer •que se acercaba rápidamente. Las lámparas de manteca con su llama vacilante siseaban y chisporroteaban y, por momentos, su luz se hacía más brillante a medida que los acólitos de servicio nocturno reponían su combustible. Desde algún templo interno llegó el murmullo apagado y el leve tintineo de diferentes cam- panas de plata. Fuera,, sobre un techo alto, una figura solitaria se alzaba de pie para saludar a la aurora naciente, con las manos rodeando ya el cuello de la trompeta para el Toque de la Mañana. Figuras sombrías, indefinidas, aparecieron por alguna puerta trasera y se amontonaron para marchar bajando las 11 LOBSANG RAMPA. laderas de la montaña hacia un pequeño tributario del Río Feliz desde donde se obtenía la provisión de agua para las necesidades del Potala. Eran componentes de la Clase Servidora, hombres viejos, entecos y simples grupitos de muchachos que marchaban en antigua procesión, montaña abajo, portando duros baldes de cuero para sumergir en el río y trasportarlos luego trabajosamente a mano hasta los tanques de las cocinas y los depósitos. La excursión en descenso era fácil: una muchedumbre medio dormida todavía pensando confusamente en el pla- cer del sueño. Se detuvieron un rato al borde del pequeño pozo constantemente alimentado por el río tributario, charlando e intercambiando los chismes recogidos el día anterior en las cocinas, gozando de ese corto ocio, matan- do el tiempo y postergando la inevitable y dura ascensión por la ladera de la montaña. En lo alto, la noche ya había dado paso al nuevo día. La cortina de púrpura nocturna se había desplazado hacia occidente ante el avance de la aurora; el firmamento ya no lucía los puntitos nítidos, brillantes de luz que eran las estrellas en su recorrido; pero, en cambio, se presentaba luminoso con los rayos del sol que traspasaban los planos más bajos, iluminando la parte inferior de las ligeras nubes de alto estrato que se deslizaban rápidamente arriba. Los picos de la montaña se tiñeron ahora de oro, un oro blanco que despedía arco iris desde la nieve que se des- prendía en la cúspide y que hacía aparecer cada cima como si fuera una fuente vívida de color iridiscente. Vertiginosamente avanzó la luz, y el Valle de Lhasa, hasta entonces en las sombras purpúreas de la noche, se iluminó totalmente, grandes destellos relampaguearon des' de los techos dorados del Potala, reflejándose también desde la Catedral de Jo Kang en la Ciudad de Lhasa. Al pie del Potala, cerca de las tallas coloreadas, un pequeño grupo de madrugadores contemplaba reverentemente las luces que centelleaban sobre sus cabezas pensando que serían reflejo del espíritu del Más Recóndito. Al pie del sendero de nuestra montaña, sin embargo, los monjes sirvientes, totalmente inmunes a las glorias de la 12 MÁS ALLÁ DEL DÉCIMO naturaleza, seguían charlando, dejando correr el tiempos. antes de decidirse a levantar sus cargas y trepar la ladera. El viejo monje, Big Ears, se puso de pie sobre una roca chata,. mirando fijamente a través del lago y el río cer- cano. —¿Sabes lo que decían los mercaderes ayer en la ciu- dad? —preguntó a un monje más joven parado a su lado. —No —contestó el muchacho—, pero los mercaderes tienen siempre historias maravillosas que contar. ¿Qué has oído, Viejo? El viejo- Big Ears movió nerviosamente sus mandíbulas un instante y se limpió la nariz con el extremo de su túnica. Luego escupió con toda habilidad y precisión entre dos baldes llenos. Tuve que ir a la ciudad ayer —dijo— y en la Calle de las Tiendas di con algunos mercaderes que estaban exponiendo sus mercancías. Uno de ellos parecía un tipo de hombre entendido; en realidad, así como yo, por lo cual me detuve a conversar con él. Guardó silencio un momento, masticó haciendo jugar nuevamente sus mandíbulas y miró el agua ondulante. A la distancia, desde algún lugar, un pequeño acólito había arrojado un guijarro haciendo impacto en una rana que se puso a croar en asombrado lamento. Prosiguió: Hombre entendido era, que había viajado a muchos lugares extraños. Me contó que una vez había dejado su tierra nativa de la India, atravesando el océano hacia Merikee. Le dije que quería ver nuevos baldes porque algunos de los nuestros estaban rotos y me dijo que en Merikee nadie acarreaba baldes de agua subiendo la montaña. Todos tenían en sus propias casas agua, que llegaba a través de caños y la tenían en cantidad en un cuarto especial llamado cuarto de baño. El joven monje se sobresaltó sorprendido y dijo: ¿Agua en sus casas, eh? ¿Y en un cuarto especial también, eh? Eso suena a demasiado maravilloso para ser verdad; desearía que tuviéramos algo parecido aquí. Pero, por supuesto, uno no puede creer todos estos cuentos de 13 LOBSANG RAMPA los viajeros. Yo una vez oí a un mercader que me decía que en algunos -países tienen luz tan brillante como el rayo que conservan en botellas de vidrio y convierten la noche en día. Sacudió su cabeza como si esas cosas difícilmente pudieran caber en ella y el viejo monje Big Ears, temeroso de ser superado como narrador de cuentos, continuó: —Sí, en el país de Merikee tienen muchas cosas maravi- llosas. Esta agua está en todas las casas. Tú haces girar una pieza de metal y sale un chorro de agua caliente o fría, la que quieras, tanta como quieras, cuando quieras. Por el Diente de Buda, que es un milagro —dijo—. Bien quisiera que tuviéramos algún otro modo de subir agua a las cocinas. Muchos y largos años he estado haciendo esto, llevando y llevando agua y nada más que agua. Siento como si hubiera gastado mis pies y mis piernas hasta las rodillas y como si tuviera una inclinación permanente a un costado de tanto luchar contra el arrastre de la montaña. Y, ¿agua en cada cuarto? ¡No, eso no es posible! Ambos quedaron en silencio sobresaltándose al punto, alertas a los pasos de uno de los Guardianes de nuestra Ley, los Procuradores. El enorme hombre caminaba a grandes trancos, y cada uno de los monjes encontró tarea urgente en la cual empeñarse de inmediato. Uno volcó su cubo de agua y lo llenó nuevamente, otro levantó dos baldes y se dio prisa a grandes pasos por el sendero montañoso. Pronto todos los monjes se hallaban en movi- miento acarreando agua, la primera rueda de aguateros del día. El Procurador inspeccionó en torno durante algunos momentos, luego él también hizo ascensión por el sendero tras ellos. Silencio, relativo silencio cayó sobre la escena quebrado sólo por el débil cántico que venía desde lo alto de la montaña y por las protestas de algún pájaro que, adormi- lado, pensaba que era todavía demasiado temprano para levantarse a iniciarse en el trajín del día. La anciana señora MacDunnigan cacareó como si acabara de poner un huevo de dimensiones extraordi- 14 MAS ALLA DEL DÉCIMO liarías y se volvió hacia su amiga, la señora O'Flanni- gan: —No quiero más conferencias de éstas, que nos digan que los sacerdotes del Tíbet pueden hacer telepatía. ¡Qué disparate! ¿Qué pretenderán que creamos la próxima vez? La señora O'Flannigan se sonó la nariz como un trom- petista del Ejército de Salvación en su mejor resoplido y recalcó: —¿Por qué no pueden ellos usar teléfonos como el resto gel mundo? Eso es lo que quisiera saber. Así siguieron ambas damas ignorando de que consti- tuían "la otra cara de la moneda": los monjes del Tíbet no podían creer que las casas tuvieran agua corriente en las habitaciones y las dos mujeres de Occidente no podían creer que los sacerdotes tibetanos fueran capaces de practi car telepatía. Pero, ¿no somos todos así?_ ¿PODEMOS comprender "el punto de vista del prójimo"? ¿Nos damos cuenta de que lo que es lugar común AQUI_es lo más extraño de lo extraño ALLA y viceversa? Nuestro primer pedido es sobre la vida después de la muerte, o la muerte, o el contacto con aquellos que han abandonado esta vida. Antes de todo hablaremos de una persona que está en trance de dejar esta Tierra. General- mente se halla muy, muy débil y la "muerte" sigue como resultado de que el mecanismo corpóreo humano se detie- ne. El cuerpo se vuelve insostenible, inoperable y sé con- vierte en una caja de arcilla que envuelve al espíritu inmortal que, incapaz de soportar tal limitación, lo aban- dona. Cuando el espíritu inmortal se ha librado del cuerpo inerte, cuando ha dejado los confines familiares de la Tierra, el —¿cómo podríamos llamarlo: Alma, Super Yo, Espíritu o qué? Llamémosle Alma esta vez, para variar, el Alma, entonces se halla en un ambiente extraño donde existen muchos más sentidos y facultades, que los experi- mentados en la Tierra. Aquí, en la Tierra, tenemos que rondar o sentarnos en una caja de metal que llamamos 15 LOBSANG RAMPA coche; pero, a menos que seamos lo suficientemente ricos como para pagar viajes aéreos nos hallamos ligados a la tierra. No es así .cuando estamos fuera del cuerpo porque en este 'estado, en esta nueva dimensión que llamaremos "mundo astral" podemos viajar a voluntad y al instante por medio del pensamiento y no necesitamos esperar el ómnibus o el tren, no estamos encerrados en un coche' o en un aeroplano por cuyo arribo se pasa mayor tiempo en la sala de espera que el que se emplea en el viaje en sí. En el mundo astral podemos viajar a cualquier velocidad que elijamos. "Que elijamos" es un par de palabras preme- ditadas porque nosotros en realidad "elegimos" la veloci- dad a la cual viajamos, la altura y la ruta. Si, por ejemplo, se quiere gozar del maravilloso escenario del mundo astral con sus pastos verdeantes y la profusión exuberante de sus lagos, podemos flotar exactaitiente sobre la tierra o sobre agua tan livianos como un villano, o podemos elevarnds yremontarnos sobre las cumbres de la montaña astral. • Cuando estamos en esta nueva y maravillosa dimensión, experimentamos tantos cambios que, a menos que seamos muy cuidadosos, cederemos a la tendencia de olvidar a aquellos que nos lloran en ese horrible' y viejo globo que es la Tierra que acabamos de dejar; pero, si la gente sobre la Tierra nos llora tan fervientemente, sufriremos inexpli- cables punzadas y tironeamientos y sensaciones extrañas de pena y tristeza. Cualquiera de vosotros que padezca de neuritis o dolor crónico de muelas sabrá cómo es eso: es como un súbito y vicioso tirón de un nervio que casi nos levanta de la silla. De la misma manera, cuando estamos en el mundo astral y alguien nos llora con lamentación profunda en vez de continuar empeñado en sus propios' asuntos, nos retrasa, nos, ata con- sujeciones indeseable's que retardan nuestro progreso. Avancemos un poco más allá de nuestros primeros días en el mundo astral 'y trasladémonos al momento en que hemos ingresado en el, Salón de las Memorias, cuando hemos decidido qué tarea vamos a desempeñar en el mundo astral, cómo vamos a ayudar a otros, cómo vamos a autoinstruirnos e imaginemos que estamos ocupados en, 16 MAS ALLA DEL DÉCIMO' nuestra tarea de ayudar o aprender y de pronto sentimos una mano sacudiéndonos en la parte posterior del cuello —pellizca que te pellizca y tira que te tira que distrae, nuestra atención y nos dificulta el aprendizaje y nuestro' intento de ayudar a otros porque no podemos dedicar una concentración o atención total a lo que estamos haciendo debido al tirón e interferencia insistente provocados por aquellos lamentos sobre la Tierra. • Pareciera que mucha gente cree que es posible ponerse en contacto con aquellos que "se han ido" consultando a la médium de algún callejón, pagando unos pocos dólares o unos pocos chelines y obteniendo así un mensaje de la misma manera que se obtiene una comunicación telefónica mediante un intermediario. Bueno, aun este asunto de la comunicación telefónica no es tarea fácil: ¡tratad vosotros de establecer comunicación con España desde Canadá! ¡Intentad hablar con Inglaterra desde el Uruguay! Pri- mero tropezaréis con la dificultad de que el intermediario que es el operador del teléfono sobre la Tierra, o sea, el médium, no está familiarizado con las circunstancias y quizá. tampoco esté familiarizado con el idioma en el cual deseáis hablar. Y luego hay toda clase de silbidos, chasqui- dos y choques en la línea y la recepción puede ser difícil; a menudo, en realidad es imposible. Y eso que aquí, en la Tierra, conocemos el número telefónico de aquél con quien queremos hablar; pero ¿quién va a decirnos el número de teléfono de una persona que ha dejado recien- temente la Tierra y ahora vive en el mundo astral? ¿Nú- mero telefónico en el mundo astral? Bueno, bastante aproximado porque cada persona en cualquier mundo tie- ne una frecuencia y una longitud de onda personal. Exac- tamente del mismo modo que las radioemisoras de la B.B.C., o las estaciones de la Voz de América en los Estados Unidos tienen sus propias frecuencias, así la gente posee frecuencias y, si nosotros las conocemos, podremos- sintonizar la estación radial SIEMPRE QUE las condicio- nes atmosféricas sean apropiadas, el momento del día sea - el correcto y la estación sea realmente radiodifusora. No es:posible sintonizar y estar infaliblemente lseguro de que 17 LOBSAN'G RAMPA se pueda recibir una estación por la simple razón de que algo puede haberla interceptado. Sucede lo mismo con las personas que han traspuesto los límites de esta vida. Se puede establecer contacto con ellas si se conoce su frecuencia personal básica y si son capaces de recibir un mensaje telepático sobre esa frecuen- cia. La mayoría de las veces, a menos que un médium sea ciertamente muy, pero muy experimentado, puede ser guiado erróneamente por algunos entes perjudiciales que están jugando a los seres humanos y que pueden adivinar en el pensamiento del "visitante" lo que éste quiere. Es decir, supongamos que la señora de Brown, flamante viuda, desea ponerse en contacto con el señor Brown, un humano recientemente liberado que ha huido al Otro Lado. Uno de esos entes menores que no son humanos puede percibir lo que ella quiere preguntar al señor Brown, puede extraer de los pensamientos de la señora de Brown cómo hablaba el señor Brown, cómo era su aspec- to. Así, el ente al igual que un mal alumno que no asimiló la disciplina que tanto necesitaba, puede influir a la bien intencionada médium haciéndole una descripción del señor Brown que acaba de obtener de la mente de la señora de Brown. La médium producirá una "prueba sorprendente" describiendo en detalle el aspecto del señor Brown que "está sentado ahora a mi lado". Bueno, la persona muy experimentada no puede ser engañada de tal manera, pero la persona muy experimentada es una excepción y no tiene tiempo en absoluto para tratar tales cosas. Más aún, cuando interviene el interés comercial en esto, cuando exige una suma determinada por una sesión mediumnística se produce una menor vibración en el proceso, intercep- tándose así con frecuencia un mensaje auténtico. No es bondadoso ni noble permitir que vuestra tristeza perjudique y obstaculice a una persona que ha abando- nado la Tierra y que ahora está trabajando en cualquier otra parte. Después de todo, suponiendo que vosotros estuviéreis muy ocupados en alguna tarea importante y suponiendo que alguna otra persona, invisible a vuestros 'ojos, insistiera en tironear y punzar vuestra nuca, volcando 18
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