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Algo más sobre la bohemia madrileña PDF

36 Pages·2008·2.12 MB·Spanish
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Algo más sobre la bohemia madrileña: testigos y testimonios ALLEN W. PHILLIPS Universidad de Santa Bárbara. California Dos objetivos motivan las presentes páginas: primero, examinar sin grandes pretensiones de originalidad los ideales de la bohemia artística; y segundo, organizar en forma coherente algunos juicios, casi exclusi vamente hispánicos, acerca de la bohemia madrileña a fines del siglo pasado y a principios del actual. Es excusado decir que éste es un capí tulo no lo bastante estudiado de la literatura española moderna1. i La bibliografía crítica sobre el tema específico de la bohemia madrileña es relativa mente parca e insuficiente. Entre las fuentes principales, en parte solamente anec dóticas, hay que mencionar las siguientes: José Alonso, Madrid del cuplé (recuer dos pintorescos), Madrid, 1972; Manuel Aznar Soler, «Bohemia y burguesía en la literatura finisecular», Modernismo y 98, Editorial Crítica (Grupo Editorial Grijal- bo), Barcelona, 1980,75-82; Ricardo Baroja, Gente de la generación del 98, Edito rial Juventud, S. A., Barcelona, 1952; R. Cansinos-Assens, «La bohemia en la lite ratura», Los temas literarios y su interpretación, Sanz Calleja, Madrid, s.a., 90-119; José Fernando Dicenta, La santa bohemia, Ediciones del Centro, Madrid, 1976; Isi doro L. Lapuya, La bohemia española en París a fines del siglo pasado, Casa Edi torial Franco-Ibero-Americana, París, ¿1927?; J. López Núñez, Triunfantes y olvi dados, Imprenta Renacimiento, Madrid, 1916 y Románticos y bohemios, Compa ñía Ibero-Americana de Publicaciones, Madrid, 1929; Gonzalo Sobejano, «Épater le bourgeois en la España literaria del 1900» y «Luces de bohemia, elegía y sátira», Forma literaria y sensibilidad social, Gredos, Madrid, 1967; e Iris Zavala, «Fin de siglo: modernismo, 98 y bohemia», Cuadernos para el diálogo, Col. Los Suplemen- 327 éreve síntesis de la época Antes de entrar directamente en el tema propuesto, sin embargo, algo tiene que decirse en rápida síntesis sobre la época conflictiva du rante la cual se formaban en Madrid los cenáculos bohemios más cono cidos. Se acerca ya a su término la década de los 1880. En la España de la Restauración comienzan a respirarse aires de desaliento y cansan cio. Pronto se iniciará otro decenio en que hay poca posibilidad de ser efectuadas las necesarias reformas político-sociales, y, a raíz de la Gue rra de 1898, se perderán por supuesto las últimas colonias de ultramar. Ese período de veinticinco o treinta años (1890-1920) poco más o me nos se caracteriza sobre todo por su complejidad ideológica y estética. Se cruzan y se confunden las más variadas corrientes de pensamiento; nacen y mueren las escuelas literarias; y apenas se cotizan en el merca do internacional los valores artísticos de los españoles, con la notable excepción de Galdós, hasta la consolidación algo posterior de los escri tores de la generación del 98 y del modernismo que llega desde América en la persona de Rubén Darío. Todo esto a caballo entre un siglo que acaba y otro que comienza. Pero en todas partes se siente un clima de abatimiento, y caducan cada día más las venerables tradiciones institu cionales del país. El realismo y el regionalismo en la novela serán pronto superados por la publicación en 1902 de obras como La voluntad de Azorín, Ca mino de perfección de Baroja, Amor y pedagogía de Unamuno y la So- nata de otoño de Valle-Inclán; el fuerte naturalismo zolesco de López Bago, Sawa y algunos más no produce obras de suficiente calidad para sobrevivir; y queda muy atrás el teatro decimonónico, sentimental y de clamatorio, hasta la aportación vitalizadora de Benavente. La crónica tos (núm. 54, 1974), texto aumentado y refundido en el excelente «Estudio prelimi nar», que introduce su edición de Iluminaciones en la sombra de Alejandro Sawa, Editorial Alhambra, Madrid, 1977. Para la época en general y su ideología son especialmente recomendables los conocidos libros de Carlos Blanco Aguinaga, Inman Fox, Lily Litvak, Pérez de la Dehesa y el importante aporte de Clara Lida, «Literatura anarquista y anarquismo literario», NRFH, XIX (núm. 2), 360-381. En el mismo contexto son indispensa bles por supuesto las memorias de la época, y, entre ellas, son sumamente útiles las de Pío Baroja, Joaquín Dicenta, Ruiz Contreras, Felipe Sassone, Zamacois, Cansi nos Assens et al. 2 Para los datos más esenciales sobre el estreno de Juan José, véase Rafael Pérez de la Dehesa, El grupo «Germinal»: una clave del 98, Taurus, Madrid, 1970, 14-26. 328 periodística, sin embargo, alcanza ahora verdadera altura artística en manos de infatigables escritores como Azorín, Gómez Carrillo, Bona- foux y algunos más de cierto talento. Desde luego, el ensayo empieza a adquirir nuevo brillo con Ganivet, Unamuno y Maeztu, así como en época bastante posterior a través de la meritoria labor de Ortega y los que rodeaban al filósofo. De igual fecundidad es la renovación realiza da en la poesía lírica: los poetas se alejan del prosaísmo de Campoamor y la sonoridad hueca de Núñez de Arce, pero los mejores no se olvidan de la herencia intimista de Bécquer y Rosalía de Castro. Una genera ción comienza a buscar otras modalidades poéticas (Reina, Rueda) an tes de que aparezcan al filo del siglo y bajo el magisterio de Darío las grandes figuras de los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez y otros poetas de reconocida excelencia. En todos los géneros los autores se re nuevan y, dueños de nuevas técnicas, alcanzan cimas artísticas no igua ladas, con pocas excepciones, desde la época barroca del siglo XVII. No obstante suele olvidarse que hacia 1885 empezó a formarse en Madrid una generación levemente anterior a la más sonada de 1898. Los miembros de esa agrupación, menores en capacidad literaria y apenas recordados hoy en su mayoría, gustaban de denominarse a sí mismos gente nueva. En aquella época esa designación correspondía a moder nista en sentido peyorativo. De ese grupo precursor e iconoclasta salió cronológicamente la primera oleada de bohemios españoles: Manuel Pa so, Alejandro Sawa, Nakens, Bonafoux, París, Silverio Lanza y otros menos conocidos. A esa nómina heterogénea hay que añadir algunos nombres más (Barrantes, Palomero, Delorme, Fuente) y destacar la fi gura más señalada de la promoción: Joaquín Dicenta, cuyo estreno de Juan José (1895) provocó cierto revuelo por sus avanzadas ideas socia les y políticas, recibidas con entusiasmo hasta en la prensa conservado ra2. Ese grupo intermedio de simpatías progresistas vivía los momen tos de desaliento nacional y tenía ya el presentimiento del fracaso even tual; demostraba sus conocimientos de la literatura extranjera; y en su inquietud levantaron las banderas de protesta y se agruparon en las re dacciones de periódicos radicales. Cabe enfatizar siempre la estrecha re lación entre la bohemia y los centros de convicciones socialistas. En el realismo decimonónico se evidencia desde luego una clara pre ferencia por el hombre burgués, y también los realistas aspiraban a re tratar el medio social en que se movía el personaje del montón. Con el transcurrir del tiempo, hacia finales del siglo, tanto los escritores no- ventayochistas como los modernistas condenaron la mediocridad bur- 329 guesa y despreciaron al hombre cualquiera. Frente al burgués pedestre; de existencia apacible y tranquila, los nuevos escritores tendían a en diosar al personaje que vivía fuera de las normas establecidas por la so ciedad. Es decir, al hombre excepcional e individualista que no perte necía al rebaño y que se empeñaba en singularizarse. En curioso pero comprensible maridaje, se daban la mano una actitud aristocratizante y un anarquismo incipiente. Así se intentó evitar toda nivelación, y de esas actitudes fundamentales, al menos en parte, se derivan los grupos jóvenes de la bohemia rebelde, de cuya aversión hacia la burguesía no puede dudarse. Cultivaban una posición de desafío hacia los demás, pro curando destacarse por encima de la masa y subvertir al mismo tiempo los tradicionales valores morales. En esto, sin duda, hubo algo de amo ralidad relacionada con la vertiente satánica del decadentismo afrance sado de fin de siglo. Los del 98 y los modernistas coincidieron al fin y al cabo en un odio a los burgueses y en el culto de un personalismo propio. Sobre el extravagante modo de ser del bohemio y el lugar que ocupa en la sociedad ha escrito certeras palabras Aznar Soler: .. .La verdadera bohemia no es una forma de vida, forzosa en la mayoría y caracterizada por una extrema penuria, sino una manera de ser artista, una condición espiritual sellada por el aristocratismo de la inteligencia. La vida bohemia se asume porque para el artista bohemio no hay arte sin dolor [... ] La verdadera bohemia se vive, por tanto, como experiencia de libertad en el seno de una sociedad voluntariamente marginal, en donde el tiempo no es oro, sino ocio artístico, alcohol, búsqueda de paraísos artificiales, de alu cinaciones mágicas, de belleza y falso azul nocturno. Esa actitud provocadoramente antiburguesa del escritor bohemio le con duce a una pose de anarquista literario, o una condición de maldito que se relaciona con los marginados sociales (homosexuales, prostitutas, delincuen tes), a experimentar el placer de demoler ideas y valores establecidos por me dio de boutades con el objetivo expreso de épater le bourgeois3. Así a la protesta social y política se une, desde las orillas margina les de la sociedad, un concepto aristocrático del arte propio del moder nismo. Después de todo para Juan Ramón el modernismo era libertad, para Darío y Manuel Machado equivalía a anarquismo. Todo ello se refleja en el estilo y en el modo de ser de la mayoría de los escritores de aquel entonces. Tal vez no sea impertinente recordar que en Luces de bohemia de Valle-Inclán el protagonista Max Estrella, el bohemio por excelencia, está rodeado de los Epígonos del Parnaso Modernista y en un episodio clave lo acompaña el anarquista Mateo (Escena sexta). s Manuel Aznar Soler, art. cit., 78. 330 Estos jóvenes inquietos y preocupados por lo que veían a su alre dedor lo ventilaban todo en las mesas del café y en la página impresa. Reclamaban la libertad para el pensamiento y la acción; deseaban de senmascarar la inmoralidad; combatían el clericalismo y el fariseísmo; apoyaban la causa de los obreros y los explotados; y, en el arte, recha zaban la rutina y la retórica. Nuevos idealismos sacudían los viejos moldes tradicionales y se perfilaba en la lejanía otro futuro mejor. Es también época de tremendas sátiras audaces y parodias más o menos ingenio sas, de terribles dibujos y caricaturas destinados a atacar las ideas anti cuadas 4. A menudo me parecen un tanto exagerados los paralelismos literarios y políticos que suelen establecerse dentro de la complejidad de esa época, realmente difícil de ser reducida a síntesis válida, pero con tinúo pensando como siempre que es un error mucho más grave dividir a los intelectuales en dos grupos cerrados, uno estetizante y extranjeri zante (modernismo) y el otro de preocupados y nacionalistas (Genera ción del 98)5. Los profundos cambios literarios e ideológicos que anuncian el si glo XX en España y que aseguran el alto lugar del país en la literatura europea han sido estudiados exhaustivamente. Sin embargo, la crítica se ha ocupado mucho menos de aquella confusa época finisecular que prepara el terreno para el desarrolló futuro del arte y el pensamiento español. Aunque ha habido una amplia bibliografía sobre algunos as pectos del fin de siglo (decadentismo, anarquismo, modernismo, noventa y ocho) no existe una presentación sistemática de textos exclusivamente hispánicos referidos de modo directo a los bohemios españoles, que ocu paban los divanes de los cafés y tabernas de la Puerta del Sol hacia fi nales del XIX y principios del XX. En las presentes páginas me pro pongo trazar, pues, un perfil general de la horda pintoresca y abigarra da de los bohemios de Madrid: sus figuras principales y su actitud ante la vida. 4 Por ejemplo, me interesa destacar que en 1900 Salvador María Granes parodia La bohéme de Puccini en su ingeniosa La golfemia. Tomo el dato de Alonso Zamora Vicente, Prólogo, Luces de bohemia, Espasa-Calpe, Madrid, 1973, XXXII-XXXIII y, con anterioridad, él mismo desarrolla el tema de la parodia en su libro La reali dad esperpéntica, Gredos, Madrid, 1969, de modo exhaustivo en el capítulo «Lite ratura paródica» (25-53). 5 Para una exposición más detallada de algunos de los conceptos aquí expresados en apretada síntesis son excelentes las páginas de Gonzalo Sobejano en su citado ensa yo «Épater le bourgeois en la España literaria del 1900». 331 La bohemia: planteamientos iniciales El indispensable punto de partida en nuestra aproximación al te ma es la publicación en 1851 del libro risueño de Enrique Murger Scé- nes de la vie de bohéme, obra de limitado valor artístico pero que tuvo en la vida real de los jóvenes amantes del arte una enorme influencia. En años posteriores la bohemia se generaliza en todas partes según una concepción pintoresca y sentimental que arranca del libro de Murger. En la recreación esencialmente romántica de esa vida alegre, de fiestas y amores fáciles, apenas existían la sordidez y la verdadera miseria; se multiplicaban los círculos bohemios que buscaban la vida libre y sin tra bas; y se exageró, de modo especial en Hispanoamérica, el sueño de un viaje a París como la definitiva consagración artística. Sin embargo, la bohemia tenía otro rostro, infinitamente menos placentero, el que co nocían Poe, Baudelaire y Verlaine por un lado y, por otro, Manuel Pa so, Delorme, Sawa, así como sus más conocidos compañeros de los ca fés de la Puerta del Sol (Barrantes, Cornuty, Pedro Luis de Gálvez, Dorio de Gádex, Vidal y Planas, y otros que sucumbieron olvidados por completo). Los bohemios tienen una larga herencia: son de todos los tiempos y de todas las latitudes. La bohemia es, para Murger, una etapa en la vida artística que suele corresponder a la juventud apasionada, llena de esperanzas e ilusiones. Sin embargo, no olvidemos que no sólo en el pró logo a sus Escenas sino también en el último capítulo del libro (XXIII) las palabras finales del pintor Marcelo pueden entenderse como leve re pudio de la vida bohemia. Con este desenlace es posible que Murger haya deseado corregir la impresión de la bohemia como una vida total mente alegre y sin problemas6. A su parecer, la bohemia es un prefa cio para la gloria o para la muerte; clasifica a los bohemios en varias categorías (los desconocidos, los aficionados y los profesionales autén ticos); y sólo en París, según el autor francés, puede existir realmente la bohemia artística. La bohemia implica, desde luego, un modo de ser y de concebir el mundo. La palabra tiene su origen moderno y galante en el citado libro de Murger, tratándose ante todo del repudio absoluto de lo con- 6 También en su libro Scénes de la vie dejeunesse ironiza Murger sobre la vida bohe mia, pero hay en la obra un relato («Le Bonhomme Jadis»), en que el autor revive con evidente nostalgia sentimental todo el pasado alegre del Barrio Latino. 332 vencional y lo burgués. Al mismo tiempo se exaltan el individualismo y la libertad. Son rebeldes e iconoclastas los bohemios, llenos de indig nación al sentirse rodeados de la vulgaridad; no pactan con el mundo ni con el bestial elemento a que se refiere Darío en su poema «¡Torres de Dios! ¡Poetas!» (Cantos de vida y esperanza); y especialmente hacia finales del XIX solían ser clasificados entre los poetas malditos o deca dentes que se refugiaban en los paraísos artificiales. La bohemia, digan lo que digan sus enemigos, no significa necesariamente dejar de lavarse la cara y no cambiar de camisa. Esto es lo más exterior y por tanto lo más visible. No: se trata de una protesta, una fuerza revolucionaria, y, en el terreno del arte, reafirma una exaltación de los valores subjeti vos y un rechazo inmediato de todo compromiso conjos principios bur gueses. El sello del bohemio de raza: el culto por el arte y el ideal. ¡Abajo el filisteo y el burgués! No venderse a los poderosos. No es que yo quiera negar el lado sórdido de la bohemia ni las per versidades características de algunos de sus más empedernidos adeptos. ¡Hasta los elegantes, como Sawa, no podían escapar de la miseria que embrutece! Sin embargo, la visión sombría que despliega por ejemplo Max Nordau en su famoso diagnóstico de la decadencia es por supues to muy parcial. No querer reconocer el alto valor de los amantes del ideal artístico como Poe, Baudelaire, Verlaine y toda la legión de poe tas malditos, es patentemente absurdo. Muchos de esos poetas sí eran melenudos y vagabundos, que vivían del sablazo; a menudo alcohóli cos, abusaban de todos los excitantes, pero admitamos que el bohemio heroico y genuino creía con sinceridad en su misión destinada a des truir los dogmatismos de una sociedad radicalmente injusta. No hay por qué confundir la bohemia con la golfemia. Cuidado con mezclar bohe mios auténticos con los hampones de la literatura. Y precisamente lo que molestaba a Baroja, si no me equivoco, fue la falta de autenticidad en la mayoría de los centros bohemios que él frecuentaba en su juven tud. Veremos también que Darío niega la existencia de la bohemia, ahora profanada y prostituida por sus practicantes. Ha desaparecido el sano optimismo de la época de Murger y el bohemio actual, por lo general sucio y mugriento, rueda por el arroyo sin poder levantarse del lodo. Su destino: el lecho del hospital7. 7 López Núñez, Triunfantes y olvidados, 109-110. 333 Dicho esto, es sumamente importante recalcar, nuevamente, que en aquellos tiempos se estrechaban los lazos entre el arte y la política. Los bohemios, en su mayoría anarquistas y de tendencias fuertemente socialistas, habían adquirido con los años una conciencia social. Así la literatura y la tendencia progresista se hermanaban a menudo al opo nerse a la rutina en el arte y al combatir en lo social un mundo construi do sobre la base de la mentira y la hipocresía. Se proclamaron los dere chos del hombre, y el pensamiento bohemio se proyectaba a un futuro tal vez más soñado que real y verdadero. Hay, por ejemplo, en la deli cada obra lírica de Manuel Paso otra cara muy alejada de las Nieblas bécquerianas que se encuentran en composiciones como «La siega», «A Cristo (desde la fábrica)», y «Lux aeterna». Ernesto Bark, germinalista propagandista de la bohemia, cita otros versos de Paso que figuran en su único libro y que ahora se reproducen: ¡ Sabios y artistas, elevad la frente, vuestro ha de ser el porvenir eterno! En las auroras increadas late la luz que adivinó nuestro deseo; romped por fin las frágiles barreras que estorban y embarazan los progresos. artistas, a luchar! Y si cobarde alguno siente la ruindad del miedo, ¡ fuego encendido que del cielo caiga le abrase el corazón y el pensamiento! («La media noche»)8 También la bohemia supone en el fondo una actitud romántica: es un vuelo sublime, casi siempre frustrado, hacia el ideal; su musa re quiere un sincero sacrificio y una gran abnegación espiritual. No hay posibilidad de entendimiento entre la sociedad pacata, compuesto de mercaderes y políticos, y los que llevan sin claudicar la bandera del ar te. La bohemia, por otra parte, es bella sirena que atrae irresistiblemente: unos sucumben y se hunden en una noche anónima, mientras que otros, muy pocos, salen adelante para lograr una posición más holgada en la vida y realizar la soñada obra de arte. El destino puede ser diferente pero muchas veces es igual el cami no del joven provinciano que llega a la corte, novela o drama en su ha ber y aspirante a la conquista de la gloria. Pongo aquí dos ejemplos típicos, que corresponden a una bohemia madrileña en dos tiempos cro- 8 Ernesto Bark, Modernismo. Biblioteca Germinal, Madrid, 1901, 67-68. 334 nológicamente distintos: primero, El frac azul (1864) de Pérez Escrich y, segundo, Declaración de un vencido (1887) de Alejandro Sawa. Am bas son novelas de evidente resonancia autobiográfica. La primera na rra en forma de memorias las aventuras del poeta inédito Elias Gómez, que se mueve en una bohemia inocente y que, por fin, triunfa contra todas las adversidades. La obra de Sawa es, en cambio, un documento amargado del protagonista que vive los idénticos conflictos sociales e ideológicos que desgarraron a quienes procuraban abrirse paso en el mun do artístico anterior al desastre. Como signo de los tiempos, Sawa ha bla del malestar colectivo y del pesimismo en toda esfera de la vida na cional, así como de un arte que fuera fuente purificadora de un pueblo envilecido. Se reafirma una fe en el despertar de una nueva conciencia debido a la naturaleza combativa de la nueva literatura comprometida con la crítica de los males del país. No obstante, la novela termina en toda una serie de tragedias, inclusive el suicidio del protagonista Carlos Alvarado. Es, pues, una novela simbólica de un determinado momento histórico, y constituye una fuerte acusación hacia la sociedad corrom pida de aquel entonces. Mucho más cerca de Murger está El frac azul de Pérez Escrich, mientras que la novela de Sawa se ajusta a una dolo- rosa realidad del mundo literario de aquel entonces. Explotados y víctimas de una sociedad hostil por un lado, e intran sigentes por otro, en su rebeldía contra lo que consideraban la inmora lidad esos bohemios solían habitar un inframundo centrado desde lue go en los cafés y las redacciones de los periódicos, viviendo desordena damente y al instante sin pensar nunca en el mañana. Así, envueltos en las sombras nocturas, sólo se salvaron unos cuantos; los otros se hun dieron en al alcoholismo y los que tenían verdadero talento lo echaron a perder a causa de las circunstancias de su accidentada vida. A veces se malograron por pereza o por impotencia como el protagonista del cuento de Azorín Paisajes (Bohemia, 1897), que por esterilidad no pu do expresar las mil cosas maravillosas que tenía en el cerebro, arras trando una vida de miseria y tragedia final. Sin embargo, merece recor darse una vez más que en aquella época del cruce de los siglos no sólo son muy inciertos los deslindes entre el modernismo aristocratizante y el anarquismo, sino que también es siempre difícil otra vertiente de la cuestión: la de poder distinguir claramente entre la bohemia auténtica y la meramente azul de los farsantes del hampa literaria. La bohemia sórdida y la heroica se oponían en contraste espiritual. En el mejor de los casos se trataba de una cuestión de grado, pero los parásitos y dip sómanos pululaban en los cafés en busca de algún inocente a quien pe- 335 gar un sablazo. Como ya se dijo, Baroja detestaba a los hermanos Sa- wa por inauténticos; ridiculizaba a otros como el grotesco Barrantes o a Pedro Luis de Gálvez; y, en sus novelas, caricaturizaba a aquellos pi caros semi-literarios, quienes a altas horas de la madrugada vagaban sin norte por las calles de Madrid con la esperanza de encontrarse con un alma generosa dispuesta a pagarles una media tostada. Cuando murió Alejandro Sawa dejó un manuscrito de textos mis celáneos (retratos, recuerdos, monólogos, cuentos, comentarios litera rios y políticos). Ese libro de publicación postuma titulado Iluminacio nes en la sombra (1910) y prologado por Rubén Darío es fundamental mente el diario de las tribulaciones de un bohemio9. Para finalizar es ta primera parte de mi trabajo copio a renglón seguido algunas frases inconexas que dan la tónica del libro y que hablan por sí solas: No hay fuerza humana que iguale al poder expansivo de la pólvora, ni voluntad que no se disuelva —¡la miseria!— en el ácido de la uva fermentada (49) [ ... ] Enero se ha despedido con una gran nevada. Hoy también nieva. ¡Buen día para estrenar una voluntad nueva y extender el sudario de las ca lles sobre mi implacable pasado (83) [ ... ] Yo no creía antes en el mal sino como una figura retórica; hoy lo siento terriblemente fundido con el aire que se respira (88) [ ... ] Yo no hubiera querido nacer; pero me es insoportable morir. Vivir es ir muriendo lentamente; los viejos son los desposados del se pulcro (102) [ ... ] Yo vivo ansiando que mi alma llegue a adquirir a ciertas horas de la vida la horrorosa serenidad del cadáver (108) [ ... ] quizás en la última página de los libros eternos, hay una lágrima perennemente viva, bien visible para los que saben leer, y el legado de los siglos puede expresarse con algunos bostezos, muchas imprecaciones e innumerables sollozos. La vida es el dolor, y toda emoción estética no es bella sino porque ahoga momentánea mente un quejido de la carne (124) [... ] ¡Este pobre dietario! ¡Cuántos días sin manchar de negro una sola página! Durante ellos, ¿qué sé yo? Ha llovido fuego del cielo sobre mi cabeza; he empeñado mis muebles para que no me expulsen de la casa; he sufrido hambre de pan y sed de justicia; me he sentido positivamente morir, sin acabar de fenecer nunca... Ya no pido sino sueño. Quiero dormir. Dormir (148-149). Sawa vive divorciado de la sociedad, que es indiferente hacia el dra ma personal de su ceguera y su locura. Y por último todo el dolor del Aznar Soler [art. cit., 81] lo llama «auténtica biblia de la literatura bohemia finise cular», y, por su parte, Cansinos Assens [ob. cit. 103] observa que «... en el incohe rente ideario y sentimentarío de Alejandro Sawa, hay más de una página en la que ya apunta el tono de altivez pontifical y de narguante ironía que la bohemia ha apren dido en torno a las mesas de los graves cenáculos parisienses, y reflorecen las garde nias de la bohemia galante de Gerardo Nerval». Cito siempre de la primera edición de Iluminaciones en la sombra, Biblioteca Renacimiento, Madrid, 1910, pág. 255. 336

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vamente hispánicos, acerca de la bohemia madrileña a fines del siglo . La verdadera bohemia se vive, por tanto, como experiencia de libertad.
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