AL-ANDALUS, UN MODELO DE INFLUENCIAS AGRARIAS EXTERNAS Lucie Bolens Universidad de Ginebra I- INTRODUCCIÓN El imperio musulmán, similar en extensión, suelos y climas al Romano; mantuvo y trasmitió una tradición escrita que suma- ba la experiencia agrícola del Oriente Medio, de Grecia y de Roma, incluyendo en esta última la tradición púnica. Estos impactos exteriores influyeron siempre sobre una fuer- te tradición campesina local y originaron una compleja síntesis etno-cultural cuya manifestación última es la cosecha, que es el único motivo capaz de mover el trabajo campesino y la orga- nización fiscal estatal. El efecto práctico (cosecha, producción) es inducido por el contexto teórico (etno-historia), producido por una gran acumulación de influjos extraños a la cultura asimi- ladora. Los sabios de al-Andalus eran agrónomos y médicos, especialistas en agricultura, en dietética y en alimentación. ^Pero también en el control del clima!. II- LA INFLUENCIA CLIMÁTICA: CARACTERÍSTICAS LOCALES. La Península Ibérica constituye el extremo occidental de toda la plataforma continental europea, formando como un pro- 125 montorio delante de la tierras llanas de las que emerge. Con esa situación y con ese relieve, el clima influye sobre la mor- fología, los suelos, la topografia y la vegetación. En el magnífico libro de Benet (1986, 11), que he leído en Granada contemplando la Sierra Nevada desnuda de nieve duran- te estos recientes años de sequía, se describe perfectamente la situación: aLa Peninsula constituye la rótula entre los conti- nentes eurapeo, africano y americano, el fiunto donde confluyen los paroxismos que sacuden a tales masas; por otro, la acumulación en su zócalo de terrenos pre- cámbricos la transforman en una suerte de piUOte. Así, los terrenos que afloran en la Peninsula Ibérica cubren con pocas exceficiones toda la gama de rocas y suelos que forma la corteza terrestre, desde las forma- ciones ígneas antiguas hasta las más modernas sedi- mentaciones.[...J Así, con el interior constituido por una serie de mesetas que se eleaan fior encima de los .500 metros de altitud, la Peninsula forma un bastión frente a los aientos y borrascas del Atlántico, responsables del clima europeo y de la abundante pluaiometria con que beneficia al continente. Así, fior paradoja, aquella parte del continente que más avanza hacia el océano es la que goza del clima más seco, como si su fun- ción fuera la de una proa que desaia las corrientes atmosfericas que durante la mayor fiarte del año azo- tan sus costados sin fioder entrar en su interion^. Además, España es un país de pluviometría desigual. La precipitación media anual se sitúa entre 1.500 y 2.000 mm. en el Norte, mientras que en Levante, Extremadura y Andalucía cae menos de medio metro de lluvia al año y en ciertas zonas de Alicante, Murcia y Almería hay puntos donde es raro el año en que se alcanza una precipitación de 100 mm. Dice Benet que en un solo día de Santiago de Compostela puede llover tanto como en un año en la provincia de Teruel o en Níjar (Almería); y si en el Norte llueve mas o menos 200 días al año, en el Sur pueden correr años con tan sólo tres días de lluvia y aún sin ninguno en períodos completamente secos. Y 126 esos tres días de lluvia pueden ser desastrosos cuando las pre- cipitaciones de otoño o primavera se presentan en forma de tor- mentas y aguaceros, caídos en poco tiempo, sin ninguna acción fertilizante y con efectos catastróficos para plantas y suelos. La documentación medieval que discutí en el Coloquio de Almería (Bolens 1989, 69-95) demuestra cómo, en esas circunstancias, fuentes y manantiales podían desaparecer o cambiar de sitio. De entre todas las variantes que determinan los resultados de la cosecha, la climatológica -pluviometría y temperaturas-, es la más influyente; el paisaje es un producto del agua en mayor medida que de cualquier otro factor. Así pues, un territorio sometido. a un régimen pluviométrico tan diverso como el ibé- rico ha de presentar un numeroso espectro de paisajes, desde los alpinos hasta los desérticos de las provincias del Levante; desde los fértiles (campiñas de Cantabria, Asturias, Gerona o Córdoba) hasta los semiáridos que cubren las altas mesetas de las Castillas. A estos complejos y decisivos condicionantes de la natura- leza, se viene a añadir la acción del hombre: cultivos selectivos y explotación del suelo, que tienen sus caracteres propios en cada lugar. Pero los impactos exteriores sólo empezaron a notar- se cuando fue posible adaptarlos a las condiciones locales de Iberia. III- LAS PREGUNTAS AL PASADO SON SIEMPRE PREGUNTAS DE NUESTRO PRESENTE. Mi investigación en la historia económica parte de mi pro- pia experiencia personal como argelino-francesa, puesto que las fuentes islámicas -Abŭ 1 Jayr e Ibn al- 'Awwám-, habían des- pertado el interés de los colonizadores franceses y un intérpre- te del ejército colonial había traducido los capítulos de Abŭ 1Jayr sobre dos cultivos industriales, el aceite y el algodón. Los años han pasado y se puso la conmemoración del ani- versario del 1492 bajo el signo de la agronomía de Al-Andalus. En primer lugar, deseo superar el aspecto algo titubeante de ciertas controversias en las que yo no estaba segura de haber sido, si no leída, sí, al menos, entendida. Surgieron entonces 127 escépticos que consideraban imposible la correlación entre los legados de Roma y del Islam. Esas resistencias no son propias de la investigación científi- ca y me alegra ahora tener la oportunidad de rechazar simpli- ficaciones inexactas y situar las discrepancias, sanas e inevita- bles, en un lugar en que puedan fructificar. El papel representado por el recuerdo de Roma en todos los Estados barbarizados se concreta de forma especial en Hispania. Lo atestiguan los códigos jurídicos y la lengua latina se muda en «romance» o«aljamiada» que designa la lengua del pueblo indigena (Sánchez-Albornoz 1967, 317; Bolens 1994, 59 y ss.). Progresivamente, todos se inician en el árabe, que era la lengua de promoción social y administrativa. La continuidad técnica, a pesar de las luchas militares, se constata en la agricultura, de modo que en los textos hispano- árabes Iúnius es ŭ unius Moderatus Columella. Esta tradición pasa por Ibn Hajjaj e Ibn al-'Awwám, sevillano del siglo XII, cita de este modo a sus autoridades: «Los antigrcos son lúnius, Varrón (Baricn), Lecacio, Yucansos, Taracio, Betodun, Taracio (T&rt£ús), Bariayo (Palladio?), Demócrito el Griego (Dimikratés Ar-Rúmi), Casiano, Tfiarur-Athicos, León el Negro, Burkastos, sabio de Grecia, Sadihames, Somano, Sarao, Antúlz"ús (Vindonius Antulius de Beritos ), Salon (Súlún) Sidagos al-Seyabense, Monharis, Margútis, Marsinal el Atheniense, Anon (Anrcn, Hanón el Cartaginense?) Barr"erAntkos y otros fioste- riores a ellos; tales son al-Rdzz", Ishaq Ibn Sulaymán, _Tábit Ibn Qttráh, Abú Hanz"fah al-Dináwári y otros cuyos nombres dexo de expresar. Ademas de este obra, me aalgo también de la doc- trina contenida en los libros referidos. Y asimismo, fuera de ellos, me seruiré también de la obra intitula- da: Agricultura Nabatea (FiláHa an NabaT:yya) cuyo autor es Qúthámi, que la lrabajó sobre lo que habian dicho los mas excelentes sabios, y otros cuyos nombres menciona. Tales son Ad&m, SaGrit, IanbúSád, HanúHá, Masio, Dttna, Demetrio y otros ("Ihameri el 128 Cananeo o Tamari al-Karbas o Bolos Demokritos?) f ^^1 Tambien traslado en mi obra cuantas máximas he encontrado atribuidas a algunos sabios, de quienes hago mención después de los sobredichos. Tales son Dimttath notado por esta letra (dal) - Galeno ©alinús) citado por esta (yim)- Anatolio el Afiicano notado por esta (fa) - Los Persas son notados por esta (ra) -, Qustus por (qa^ - Kasio por (ka^ - Aristóteles por estas (tata), y finalmente por esta (mim), Makario. R fieren al^unos sabios en sus Anales que este último autor fué Alezandrino (Ibn al- 'Awwám el Sevillano 1990, pp. 8-9). Como se ve, el primero es precisamente Iúnius, seguido luego por Antuliú.s, de Berythos (Beyrouth) en el siglo VI. Por eso, yo no puedo estar de acuerdo con Bachir Attié y Robert Rodgers cuando dicen que Iúnius es Vind-lunius. Es posible que el agrónomo latino de Cádiz fuese traducido en Oriente Próximo y que sus conocimientos se transmitieran también a través del libanés Vindunius Antulius; pero la crítica interna del capítulo sobre el injerto confirma que lúnius es Columella (Bolens 1990, 367-377). IV- LENGUAS Y TRADICIONES Los textos hispano-árabes no fueron escritos en árabe clá- sico sino en una lengua fuertemente influenciada de mozara- bismos; he citado con frecuencia el ejemplo de Abú-1 Jayr cuan- do dice ^.fi al-mez febrayr o marso» en vez de sha'ar en árabe clásico (Bolens 1994, p. 258, documento árabe II) El tema de este curso es complejo y tiene dos aspectos. EI primero afecta a la hŭ toria de la transm ŭ ión de los saberes y las téc- nicas a través del laberinto de los diferentes Imperios de la Historia mediterránea; pero siempre con la constante del clima que se ha descrito antes. Los hispano-árabes buscaron ejemplos experimentales en un clima mediterráneo parecido, singularmente en los descritos en la Agricultura Nabatea, un inmenso corpus escri- to en dialecto arameo-árabe o en lengua n"^mia, el griego medie- 129 val de Bizancio. En el cuadro anejo -extraido de Bolens 1994, fuera de texto-, se indican los nombres principales de esta tra- dición geopónica. El segundo aspecto del curso ha querido poner el acento sobre las innovaciones creadoras surgidas en el seno mismo de culturas supuestamente tradicionales. Con ello pretendo ser útil al Tercer Mundo, cuyas técnicas agrarias pre-coloniales consi- guieron ciertos equilibrios ecológicos de los que nuestro tiempo puede aprender algunas lecciones. Pero también deseo demos- trar que el progreso histórico no es lineal y cómo la dieta medi- terránea se diversificó gracias a nuevas plantas introducidas por la civilización de Al-Andalus. V- MIGRACIÓN DE LAS PLANTAS Y DE LAS TÉCNICAS ALIMENTARIAS. Como en toda época, resulta fundamental ligar la emigra- ción de las plantas con la comprensión de sus usos y con las personas que han transmitido las técnicas susceptibles de hacer- la posible, una história humana diferente según el espacio impli- cado sea el que envía o el que recibe. En el plano político, una innovación agrícola de envergadura, como la de la palmera dati- lera en el suroeste ibérico, no fue posible más que gracias a una fuerte inversión financiera y a la voluntad de quienes deten- taban el poder. A ello indudablemente ayudó la etiqueta anti- gua, que consideraba adecuado pagar impuestos o recibir como regalos plantas exóticas, como sucedió en el caso del mirobála- no indio o de la espinaca, que llegó del Nepal en el siglo VII. A veces, lo que parece una novedad, como es el caso de la berenjena o de la sandía, para los que venían de Persia o del Yemen no era nada más que un efecto de la colonización y de este modo, la nostalgia de los gustos ancestrales producía los efectos culturales de la sabia difusión. En 951, el emperador bizantino envió a Córdoba con un monje que conocía el griego antiguo, la versión en griego jóni- co de Dioscórides. Fue necesario el encuentro de los saberes de un monje bizantino, Nicolás, y de los de un judío, Hasdai Ibn- Shaprut, para completar la traducción al árabe de los comen- 130 tarios de la Materia médica de Dioscórides. Otro ejemplo lo cons- tituye el segundo libro del Canon de Avicena, que describe las drogas, de las cuales el ochenta por ciento son vegetales. Esta migración. vegetal se había iniciado en el marco del Imperio Romano y prosiguió luego espectacularmente: el melón de Egipto (cucumŭ melo L.) llegó del Korasán hacia 825. Se sabe que la granada safarí de Siria se expandió por España bajo el primer omeya, Abderramán I y el higo boñigar, de Constantinopla, bajo Abderramán II (822-852). Andalucía fue el final de una historia «braudeliana» de larga duración y las plantas que Ilegaron a la Península Ibérica fueron el sorgo 0 zaina (sorghum bicolor L.; en árabe, dhuna), que venía de Africa y Asia, y que resultaba fundamental para las sopas y la paste- lería, los jarabes y las bebidas fermentadas; el arroz (oryza sati- aa L.; en árabe, asuzz), procedente del Extremo Oriente a tra- vés de la India, y que tendrá en España la fortuna que ya sabemos; el trigo duro (triticum durum desf.; en árabe, qamh, hinta), rico en gluten, procedente del norte de Africa, base del alcuz- cuz y de las pastas alimenticias; el azúcar de caña (saccharum officinarum L.; en árabe: qasab farisi, qasab hind:), originaria del Asia del suroeste y venida a través de Persia, India y la Arabia Feliz, omnipresente en todas las formas de la pastelería hispa- no-árabe; los cítricos y agrios de diversas variedades, como la naranja de Sevilla (citrus aurantium L.; en árabe, naran^), el limón (citrus limon L.; en árabe, limun, laimun), el limón dulce o lima (citsus aurant:folia Swing 19; en árabe, lim) y la cidra (árabe, atran^), que modificaron radicalmente la cocina mediterránea en la dirección iniciada en Roma hacia los sabores agridulces; la nuez de coco (cocos nucifera L.; en árabe, narajil), notada por Watson pero que no aparece en la cocina andaluza; la sandía (citrulus lanatus Thumb./ Manof.; en árabe, battih al-sircd), proce- dente de las estepas y de las sabanas africanas, y que es men- cionada en el Calendario de Córdobadel 961 y citada en los libros de agronomía; la espinaca (sfiinacia oleracea L.; en árabe, ŭ fanah ŭ fana^), rica en hierro y en vitaminas (<da reina de las legum- bres» según Ibn Al-Awwám), originaria del Nepal y que llegó a través de la Persia sasánida; la alcachofa (cynara cardunculus L. aas sco^us; en árabe, ,^arsuf; kinariya), conocida ya en el mundo grecorromano, pero que se desarrollará espectacularmente gra- 131 cias a la relaciones entre el Magreb y al-Andalus y que con el espárrago (haliaoun y, en España, asfara^), fue la guarnición pre- ferida de los andalusíes; la colocasia (colocasia antiquorum Schott), que los árabes llaman "haba copta" (bakila kibti o kulkas) y que parece haber llegado del Asia del Sudeste a través de Mesopotamia. La berenjena (solanum melongena L.; en árabe, badinjan), es originaria de la India y desde Persia se difundió al Mediterráneo occidental; la berenjena es la única solanácea cono- cida antes que América aportarse la patata peruana (Bolens 1991 y 1996). VI- INTERPRETACIÓN DE LAS NOVEDADES AGRÍCOLAS. Todas estas nuevas plantas son de origen tropical, nativas de un clima caliente y húmedo, y su cultivo no resultaba fácil una vez aclimatadas en regiones más frías y secas. La integra- ción de esas plantas han trasformado todo el sistema de culti- vo porque la época de las faenas del campo siempre había sido el invierno mientras que las tierras se quedaban en barbecho durante el verano. La introducción del arroz, el algodón, la caña de azúcar, la berenjenas, las sandías, el trigo duro, y el sorgo, que precisan del calor para su desarrollo, obligó a los cultivos de verano aunque el trigo y arroz también son de invier- no. Este nuevo ritmo de trabajo cambió el sistema agrícola, que se volvió más intensivo, exigió el trabajo en los barbechos (Bolens 1994, 146) y la rotación de las leguminosas. Estas plantas eran especialmente importantes en la dieta popular por su aporte proteínico y en al-Andalus se contabilizan antes de la época de los descubrimientos once especies de judías o lttbias, que se comí- an sin pelar (Bolens 1987, pp. 65-86). La rotación de los cul- tivos supone un alto nivel de saber botánico y edafológico y ello constituye un progreso técnico y económico que permitía dos o tres cosechas anuales, incluyendo los cultivos de pri- mavera, de marzo hasta junio, que eran buenos para los sue- los y para la dieta humana. 132 El principio ya era conocido: «Columela dice que un campo que ha permanecido ocioso el año precedente será más apto para los trigos que aquél en el que se hayan cosechado habas» (Palladio, de re rustica, XII, I 337). Pero mientras en la Antigiiedad no había unanimidad al respecto, una cosecha de leguminosas anterior a la cosecha de trigo, cuando era posible, siempre fue bienvenida en al- Andalus. Los andalusíes vencieron el razonable miedo de los antiguos al exceso relativo de nitrógeno en el suelo que podía provocar el encamado del trigo, porque no debe olvidarse la violencia de las lluvias equinociales o de primavera en la zona mediterránea. Los Hispano-Árabes asimilaron este saber agro- nómico - Aristóteles, Galieno y Iúnius (Columela o Vindunius Antulius de Berytos)- y lo superaron mediante la observación y un mejor conocimiento botánico. La superioridad fue él resultado de una efectiva adición de saberes: «Estos cuidados dados a la tierra destinada a reci- bir las habas y casi todas las demás legumbres, hace que la tierra que ha recibido la arueja, el haba, la alubia y las lentejas sea buena para el trigo y que se encuentre en una condición sufierior a cualquier otra, fior la doble razón de que sus raíces son cortas y porque, antes de sembrarlas, la tiena ha recibido aarios cuidadosos cultivos» (Ibn al-Awwám, Kztáb al-Filáha, II, p 14). No solamente es una necesidad edafológica para el trigo tre- més sino que el nitrógeno proporcionado por las leguminosas enriquece la caña al principio del crecimiento del trigo: lejos de contribuir al riesgo de encamado, defiende a la espiga de él. En el siglo XX, el alarde inconsiderado de la nitrificación por abonado químico produce unas espigas demasiado altas en un momento en que son probables las lluvias de primavera. Las leguminosas, por sus cortas raíces, excluyen ése riesgo. La apor- tación de nitrógeno se hace a la altura adecuada de la capa laborable e intervendrá, pues, en el momento justo del proce- so biológico del trigo. Aunque la explicación fuera incompleta hasta Liebig en 1840, la observación de los andalusíes era razonable. El pensamiento agronómico de esos autores sobre la relación complementaria 133 entre el estercolado y las leguminosas es, pues, unánime y mucho más firme que el de los escritores antiguos. Este conjunto de saberes aplicados hicieron posible alimentar una población en crecimiento. Apunta aquí un nivel superior de explicación teórica, fun- dado en un mejor conocimiento de la fisiología vegetal. La arve- ja se empleaba normalmente como fertilizante y como forraje, además de en los prados cultivados y los prados en rastrojo. He aquí un ejemplo, entre otros, del hiato existente entre el saber de al-Andalus y el largo deslizarse de los siglos durante los cuales se descuidó esta económica técnica de enriquecimiento de los suelos. La revolución agrícola de al-Andalus obedece a un conjun- to de sistemas tradicionales de invierno con barbecho y de nue- vos cultivos de verano. El riego y el papel agrónomico del agua había cambiado todo el sistema de adaptación de plantas tro- picales en el Sur de España. VII- CONCLUSION Esta cohesión se habia erigido sobre un florecimiento agra- rio y sobre los movimientos de hombres, plantas, técnicas y saberes entre la India, China, Persia, el Creciente Fértil, Egipto y su franja de verdor en pleno desierto, Sicilia, el Magreb y al-Andalus. Habiendo nacido en Argelia, crecido en Túnez, for- mada en Francia y siendo profesora en Ginebra, yo misma me siento una imagen de esta compleja historia: moderna y activa, sigo ligada a mis raíces mediterráneas. Cada cual debe sentir ese legado como fuerza o como fragilidad... El ser humano es más flexible de lo que hoy se pretende cuando se le etiqueta en un lugar; por el contrario, la familiaridad cotidiana con más de una cultura, más de una lengua o más de una realidad sus- cita otra vez la humanidad de Ulises, Simbad o Jonás. Este humanismo sin guerra es un humanismo de amistad y de pla- cer y mucho tiempo antes de que Europa hubiese empezado a interrogarse sobre su propia identidad, emprendí esta búsqueda en el presente. La belleza de la civilización andalusí añadió encanto al estímulo de la investigación porque me parece que 134
Description: