© Movimiento Manuela Ramos PROGRAMA DERECHO A LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA Y CIUDADANÍA Av. Juan Pablo Fernandini 1550 Pueblo Libre, Lima 21 - Perú T: 423 8840 F: 332 1280 E-mail: [email protected] http://www.manuela.org.pe Elaboración de contenidos: Colaboración: Ilustraciones: Diseño y diagramación: Impresión: Línea & Punto SAC Depósito Legal Nº 1501132003-3348 Lima, noviembre 2003. Este documento ha sido auspiciado por TABLA DE CONTENIDOS: Presentación ......................................................................................... 7 Discurso de presentación del informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación a cargo de su presiente, doctor Salomón Lerner Febres............................................................... 9 El impacto diferenciado de la violencia por género ................................17 Los crímenes y violaciones de los Derechos Humanos de las Mujeres ...55 Las organizaciones sociales de mujeres ..............................................155 Apéndice I: Violencia sexual en Huancavelica: las bases de Manta y Vilca (1984-1995)..................................................................167 Apéndice II: Los asesinatos de María Elena Moyano (1992) y Pascuala Rosado (1996)......................................................................181 Bibliografía correspondiente al capítulo sobe impacto diferenciado de la violencia.................................................................197 Apreciaciones y recomendaciones.......................................................201 /(cid:1) La violencia contra las mujeres en el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación PPRREESSEENNTATCAIÓCNIÓN El índice de 732 páginas de los 42 volúmenes de las transcripciones del juicio de Nuremberg, no incluye la violación sexual, la prostitución forzosa ni la palabra mujer, pese a que los crímenes sexuales contra las mujeres fueron extensamente documentados. El Estatuto de la Corte Penal Internacional tipifica la violación sexual como un delito tan grave como la tortura, la esclavitud o el genocidio. Es más, considera la violación, la esclavitud sexual, la prostitución forzada, el embarazo forzado u otros abusos sexuales de graveda1d comparable, como crímenes de lesa humanidad, cuando se producen en el marco de ataques generalizados o sistemáticos contra una población civil en conflictos armados no internacionales. Entre estos dos sucesos han pasado aproximadamente 50 años. Ha sido necesario el transcurso de medio siglo, el trabajo muchas veces no reconocido de las activistas de Derechos Humanos y de otras organizaciones de mujeres, para combatir la impunidad y la invisibilización de los crímenes sexuales cometidos contra las mujeres, y alcanzar la penalización de este delito a nivel internacional. Sin embargo, todavía estamos lejos de lograr que las víctimas de estos crímenes accedan a la justicia, que sus casos sean denunciados, judicializados y sancionados. La naturaleza de las agresiones sexuales pone en cuestión ante las propias mujeres su dignidad humana. Aunado a ello, los efectos psicológicos de las violaciones sexuales en las víctimas y las sanciones culturales a las que son sometidas, traen como consecuencia lógica y comprensible la negativa a denunciar y la subsecuente impunidad. La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) ha puesto en conocimiento de todos y todas los extremos a los que se puede llegar en situaciones extremas, en un contexto de guerra interna. Esto, que puede llevarnos incluso a cuestionar nuestra propia concepción de humanidad, debe obligarnos a pensar en el sistema social y político que hemos construido y en la tarea que tenemos por delante para lograr un mundo en el que no tenga cabida la crueldad que con tanta crudeza nos ha sido expuesta. La Comisión de Derechos Humanos, Comisedh, y el Movimiento Manuela Ramos presentan esta publicación que reúne los capítulos del Informe Final de la CVR relativos a las agresiones contra las mujeres, con el propósito de promover la reflexión en torno a la gravedad del sufrimiento de muchas mujeres –principal- mente andinas quechuahablantes, pobres y excluidas– durante el periodo del conflicto armado interno y de fomentar un diálogo en torno a la paz, el respeto y la valoración de todas las culturas con las que convivimos. (cid:2) Esperamos que la indiferencia con la que ha sido tomado el Informe de la CVR se diluya y se inicie un verdadero proceso político de reparación a las víctimas y de reconciliación entre peruanos, sobre la base de la verdad y la justicia, proceso que esperamos sea liderado por quienes tienen las más altas responsabilidades en el Estado y en la sociedad civil. Lima, noviembre de 2003. PABLO ROJAS ANA MARÍA YÁÑEZ COMISEDH Movimiento Manuela Ramos (cid:3)(cid:1)/ Presentación DDIISSCCUURRSOS ODE D PER EPSREENSTAECNITÓAN CDIEÓLN IN DFEORLME FINAL DE LA COMISIÓN DE LA VERDAD Y INFORME FINAL DE LA COMISIÓN DE LA RECONCILIACIÓN A CARGO DE SU PRESIDENTE, VERDAD Y RECONCILIACIÓN A CARGO DE DOCTOR SALOMÓN LERNER FEBRES SU PRESIDENTE, DOCTOR SALOMÓN LERNER FEBRES Excelentísimo señor Presidente de la República, señorita presidenta del Consejo de Ministros, señores ministros de Estado, señores congresistas, señor Defensor del Pueblo, señores altos funcionarios del Estado, señor jefe del comando conjunto de las Fuerzas Armadas, señores comandantes generales de los institutos de las fuerzas armadas y Policía Nacional, señores miembros del cuerpo diplomático acreditado en el Perú, señoras y señores representantes de organizaciones de víctimas, damas y caballeros: Hoy le toca al Perú confrontar un tiempo de vergüenza nacional. Con anterioridad, nuestra historia ha registrado más de un trance difícil, penoso, de postración o deterioro social. Pero, con seguridad, ninguno de ellos merece estar marcado tan rotundamente con el sello de la vergüenza y la deshonra como el que estamos obligados a relatar. Las dos décadas finales del siglo XX son –es forzoso decirlo sin rodeos– una marca de horror y de deshonra para el Estado y la sociedad peruanos. La exclusión absoluta Hace dos años, cuando se constituyó la Comisión de la Verdad y Reconciliación, se nos encomendó una tarea vasta y difícil: investigar y hacer pública la verdad sobre las dos décadas de origen político que se iniciaron en el Perú en 1980. Al cabo de nuestra labor, podemos exponer esa verdad con un dato que, aunque es abrumador, resulta al mismo tiempo insuficiente para entender la magnitud de la tragedia vivida en nuestro país: la Comisión ha encontrado que la cifra más probable de víctimas fatales en esos veinte años supera los 69 mil peruanos y peruanas muertos o desaparecidos a manos de las organizaciones subversivas o por obra de agentes del Estado. No ha sido fácil ni mucho menos grato llegar a esa cifra cuya sola enunciación parece absurda. Y sin embargo, ella es una de las verdades con las que el Perú de hoy tiene que aprender a vivir si es que verdaderamente desea llegar a ser aquello que se propuso cuando nació como República: un país de seres humanos iguales en dignidad, en el que la muerte de cada ciudadano cuenta como una desventura propia, y en el que cada pérdida humana –si es resultado de un atropello, un crimen, un abuso– pone en movimiento las ruedas de la justicia para compensar por el bien perdido y para sancionar al responsable. (cid:4) Nada, o casi nada, de eso ocurrió en las décadas de violencia que se nos pidió investigar. Ni justicia, ni resarcimiento ni sanción. Peor aún: tampoco ha existido, siquiera, la memoria de lo ocurrido, lo que nos conduce a creer que vivimos, todavía, en un país en el que la exclusión es tan absoluta que resulta posible que desaparezcan decenas de miles de ciudadanos sin que nadie en la sociedad integrada, en la sociedad de los no excluidos, tome nota de ello. En efecto, los peruanos solíamos decir, en nuestra peores previsiones, que la violencia había dejado 35 mil vidas perdidas. ¿Qué cabe decir de nuestra comunidad política, ahora que sabemos que faltaban 35 mil más de nuestros hermanos sin que nadie los echara de menos? Un doble escándalo Se nos pidió averiguar la verdad sobre la violencia, señor Presidente, y asumimos esa tarea con seriedad y rigor, sin estridencias, pero, al mismo tiempo, decididos a no escamotear a nuestros compatriotas ni una pizca de la historia que tiene derecho a conocer. Así, nos ha tocado rescatar y apilar uno sobre otro, año por año, los nombres de decenas de miles de peruanos que estuvieron, que deberían estar y que ya no están. Y la lista, que entregamos hoy a la Nación, es demasiado grande como para que en el Perú se siga hablando de errores o excesos de parte de quienes intervinieron directamente en esos crímenes. Y la verdad que hemos encontrado es, también, demasiado rotunda como para que alguna autoridad o un ciudadano cualquiera pueda alegar ignorancia en su descargo. El informe que le entregamos expone, pues, un doble escándalo: el del asesinato, la desaparición y la tortura en gran escala, y el de la indolencia, la ineptitud y la indiferencia de quienes pudieron impedir esta catástrofe humanitaria y no lo hicieron. Son las cifras abrumadoras, pero, así y todo, ellas no expresan desgraciadamente la real gravedad de los hechos. Los números no bastan para ilustrarnos sobre la experiencia del sufrimiento y el horror que se abatió sobre las víctimas. En este Informe cumplimos cabalmente el deber que se nos impuso, y la obligación que contrajimos voluntariamente, de exponer en forma pública la tragedia como una obra de seres humanos padecida por seres humanos. De cada cuatro víctimas de la violencia, tres fueron campesinos o campesinas cuya lengua materna era el quechua, un amplio sector de la población históricamente ignorado –hasta en ocasiones despreciado– por el Estado y por la sociedad urbana, aquélla que sí disfruta de los beneficios de la comunidad política. El insulto racial -el agravio verbal a personas desposeídas- resuena como abominable estribillo que precede a la golpiza, al secuestro del hijo, al disparo a quemarropa. Indigna escuchar explicaciones estratégicas de por qué era oportuno, en cierto recodo de la guerra, aniquilar a esta o aquella comunidad campesina o someter a etnias enteras a la esclavitud y al desplazamiento forzado bajo amenazas de muerte. Mucho se ha escrito sobre la discriminación cultural, social y económica persistente en la sociedad peruana. Poco han hecho las autoridades del Estado o los ciudadanos para combatir semejante estigma de nuestra comunidad. Este Informe muestra al país y al mundo que es imposible convivir con el desprecio, que éste es una enfermedad que acarrea daños tangibles e imperecederos. Desde hoy, el nombre de miles de muertos y desaparecidos estará aquí, en estas páginas, para recordárnoslo. Hay responsabilidades concretas que establecer y señalar, el país y el Estado no pueden permitir la impunidad. En una nación democrática, la impunidad y la dignidad son absolutamente incompatibles. Hemos encontrado numerosas pruebas e indicios que señalan en dirección de los responsables de graves crímenes y, respetando los debidos procedimientos, las haremos llegar a las instituciones para que se aplique la ley. La (cid:5)(cid:6)(cid:1)/ ABUSARUWANKU Violación de mujeres: silencio e impunidad Comisión de la Verdad y Reconciliación exige y alienta a la sociedad peruana en su totalidad a acompañarla en esta demanda para que la justicia penal actúe de inmediato, sin espíritu de venganza, pero al mismo tiempo con energía y sin vacilaciones. Sin embargo hay algo más que el señalamiento de responsabilidades particulares. Hemos encontrado que los crímenes cometidos contra la población peruana no fueron, por desgracia, actos aislados atribuibles a algunos individuos perversos que transgredían las normas de sus organizaciones. Nuestras investigaciones de campo, los testimonios de casi diez y siete mil víctimas nos permiten más bien denunciar en términos categóricos la perpetración masiva de crímenes, en muchas ocasiones coordinados o previstos por las organizaciones o instituciones que intervinieron directamente en el conflicto. Mostramos en estas páginas de qué manera la aniquilación de colectividades o el arrasamiento de ciertas aldeas estuvo sistemáticamente previsto en la estrategia del autodenominado “Partido Comunista del Perú - Sendero Luminoso“. El cautiverio de poblaciones indefensas, el maltrato sistemático, el asesinato cruel como forma de sentar ejemplos e infundir temor, conformaron para esta organización una metodología del terror puesta en práctica al servicio de un objetivo: la conquista del poder, considerado superior a la vida humana, mediante una revolución cruenta. La invocación a “razones de estrategia”, tras la cual se ocultaba una voluntad de destrucción por encima de todo derecho elemental, fue la sentencia de muerte para miles de ciudadanos del Perú. Semejante voluntad de muerte enraizada en la doctrina de „Sendero Luminoso“, es imposible distinguirla de su propia naturaleza como movimiento en estos veinte años. La lógica siniestra que desarrolló trasunta sin tapujos en las declaraciones de los representantes de esa organización, y se ratifica en su disposición manifiesta a administrar la muerte acompañada de la crueldad más extrema como herramientas para la consecución de sus objetivos. Existía un desafío desmesurado y era deber del Estado y de sus agentes defender la vida y la integridad de la población con las armas de la ley. El orden que respaldan y reclaman los pueblos democráticos amparados en su constitución y su institucionalidad jurídica sólo puede ser aquel que garantice a todos el derecho a la vida y el respeto de su integridad personal. Por desgracia dentro de una lucha que ellos no iniciaron y cuya justificación era la defensa de la sociedad que era atacada, los encargados de esa misión no entendieron en ocasiones su deber. En el curso de nuestras investigaciones, y teniendo a la vista las normas del derecho internacional que regulan la vida civilizada de las naciones y las normas de la guerra justa, hemos comprobado con pesar que agentes de las Fuerzas Armadas y las Fuerzas Policiales incurrieron en la práctica sistemática o generalizada de violaciones de derechos humanos, y que existen, por tanto, fundamentos para señalar la comisión de delitos de lesa humanidad. Ejecuciones extrajudiciales, desapariciones, masacres, torturas, violencia sexual, dirigida principalmente contra las mujeres, y otros crímenes igualmente condenables conforman, por su carácter recurrente y por su amplia difusión, lo que aparece como patrones sistemáticos de violaciones a los derechos humanos que el Estado peruano y sus agentes deben reconocer y subsanar. Ahora bien, tanta muerte y sufrimiento no se pueden producir y acumular, por el solo accionar mecánico de los miembros de una institución o de una organización. Se necesita, como complemento, la complicidad, la anuencia o, al menos, la ceguera voluntaria de quienes tuvieron autoridad y, por tanto, facultades para evitarlos. La clase política que gobernó o tuvo alguna cuota de poder oficial en aquellos años tiene grandes y graves explicaciones que dar al Perú. Hemos realizado una reconstrucción fidedigna de esta historia y hemos llegado al convencimiento de que ella no habría sido tan terrible sin la indiferencia, la pasividad o la simple incapacidad de quienes entonces ocuparon los más altos cargos públicos. Este Informe señala, pues, las responsabilidades de esa clase política, y nos lleva a pensar que ella debe asumir con mayor seriedad la culpa que le corresponde por la trágica /(cid:5)(cid:5) Discurso de presentación del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación suerte de los compatriotas a los que gobernaron. Quienes pidieron el voto de los ciudadanos del Perú para tener el honor de dirigir nuestro Estado y nuestra democracia; quienes juraron hacer cumplir la Constitución que los peruanos se habían dado a si mismos en ejercicio de su libertad, optaron con demasiada facilidad por ceder a las Fuerzas Armadas esas facultades que la Nación les había otorgado. Quedaron, de este modo, bajo tutela las instituciones de la recién ganada democracia; se alimentó la impresión de que los principios constitucionales eran ideales nobles pero inadecuados para gobernar a un pueblo al que se menospreciaba al punto de ignorar su clamor, reiterando así la vieja práctica de relegar sus memoriales al lugar al que se han relegado, a lo largo de nuestra historia la voz de los humildes: el olvido. La lucha armada desatada en nuestro país por las organizaciones subversivas involucró paulatinamente a todos los sectores e instituciones de la sociedad, causando terribles injusticias y dejando a su paso muerte y desolación. Ante esta situación, la nación ha sabido reaccionar –aunque tardíamente– con firmeza, interpretando el signo de los tiempos como el momento oportuno para hacer un examen de conciencia sobre el sentido y las causas de lo ocurrido. Ha tomado la decisión de no olvidar, de recuperar su memoria, de acercarse a la verdad. Este tiempo de vergüenza nacional ha de ser interpretado, por tanto, igualmente como un tiempo de verdad. Haciendo suyo el anhelo de la nación, la Comisión de la Verdad y Reconciliación ha asumido su tarea como el esclarecimiento de una verdad entendida fundamentalmente en un sentido ético. Recogemos así la decisión voluntaria de someterse a una investigación, motivados por la lúcida conciencia de que se han cometido entre nosotros graves injusticias que exigen una explicación y una rendición de cuentas, en vistas a la reconciliación de nuestra sociedad. Las raíces de nuestra preocupación por la verdad, así como las expectativas que tenemos de su descubrimiento, ponen de manifiesto la dimensión estrictamente moral de esta empresa. Hemos buscado comprometer a la nación entera en las actividades de escucha y de investigación de lo ocurrido –para que entre todos los peruanos reconozcamos la verdad–. Ésta es al mismo tiempo arrancamiento de algo a la ocultación y negación del olvido. Sacar a la luz lo que estaba velado y la recuperación de la memoria constituyen maneras diversas de referirse a lo mismo y ya en los albores de nuestra civilización el referente común que unía ambas experiencias era la relación entre los hombres y la justicia. Frente a la desmesura por la cual los hombres olvidaban lo divino incurriendo en la hybris, la soberbia que endiosa, nacía la exigencia ética del recuerdo, de no-olvidar que somos los mortales en lo abierto del mundo. Es así que impera la justicia acordando a cada cual su lugar. La transgresión del orden social, la guerra y la violencia es precisamente la desmesura que olvida lo esencial, que oculta el sentido último de nuestra naturaleza. Por eso frente a ella es necesario el recuerdo que ilumina y que al hacerlo asigna responsabilidades. La verdad que es memoria solo alcanza su plenitud en el cumplimiento de la justicia. Por eso, este tiempo de verguenza y de verdad es también tiempo de justicia. La sangre de decenas de miles de compatriotas clama ante la nación desde las huellas de la tragedia: los asesinatos y ajusticiamientos selectivos y colectivos, las fosas comunes, las poblaciones desterradas, las madres y los hijos sufrientes, los desaparecidos, los desposeídos. No podemos permanecer indiferentes frente a una verdad de esta naturaleza. “Porque sufrimos –expresa Sófocles en el corazón de la tragedia–, reconocemos que hemos obrado mal”. Se trata, en efecto, de un sufrimiento humano, producido deliberadamente por obra de la voluntad. No estamos ante una fatalidad, como pudiera ser el caso de una desgracia natural, sino ante una injusticia, que pudo y debió ser evitada. (cid:5)(cid:7)(cid:1)/ ABUSARUWANKU Violación de mujeres: silencio e impunidad