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¡Abran paso al Eros alado! (Una carta a la juventud obrera) PDF

26 Pages·2021·0.853 MB·Spanish
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¡ABRAN PASO AL EROS ALADO! Alexandra Kollontai Alexandra Kollontai ¡Abran paso al Eros alado! (Una carta a la juventud obrera) Primera publicación: A. Kollontai, «Дорогу крылатому Эросу! (Письмо к трудящейся молодежи)» en Молодая гвардия [Molodaia Gvardiia], 1923, No 3. С. 111—124. Fuente: Marxists Internet Archive, agosto 2017 (https://www.marxists.org/espanol/kollontai/1923/0001.htm) Traducción: Daniel Gaido. Segunda edición, 2021, Madrid. Se autoriza su distribución de forma completamente libre y gratuita. I. EL AMOR COMO FACTOR SOCIAL Y PSÍQUICO Joven camarada: me preguntas qué lugar corresponde al amor en la ideología proletaria. Te admira el hecho de que en los momentos actuales la juventud trabajadora «se preocupe mucho más del amor y de todas las cuestiones relacionadas con él» que de los grandes asuntos que tiene que resolver la República de los obreros. Si esto es así —difícilmente puedo apreciarlo desde lejos—, busquemos juntos la explicación de este hecho y hallemos la respuesta a este primer problema: ¿Qué lugar corresponde al amor en la ideología de la clase obrera? Es un hecho cierto que la Rusia soviética ha entrado en una nueva etapa de guerra civil. El frente revolucionario ha sufrido un desplazamiento. En la actualidad, la lucha debe librarse entre dos ideologías, entre dos civilizaciones: la ideología burguesa y la proletaria. Su incompatibilidad se pone de manifiesto cada vez con mayor claridad. Las contradicciones entre estas dos civilizaciones diferentes se agudizan de día en día. El triunfo de los principios e ideales comunistas en el campo de la política y la economía tenía ineludiblemente que ser la causa de una revolución en las ideas sobre la concepción del mundo, en los sentimientos, en toda creación espiritual de la humanidad productora. Ya hoy se puede apreciar una transformación de estas concepciones de la vida y de la sociedad, del trabajo, del arte y de las «normas de nuestra conducta», es decir, de la moral. Las relaciones sexuales constituyen una parte importante de esas normas de conducta. La revolución en el frente ideológico pondrá punto final a la transformación realizada en el pensamiento humano durante los cinco años de vida de la República de trabajadores. No obstante, a medida que se agudiza la lucha entre las dos ideologías: la burguesa y la proletaria; a medida que esta lucha se expansiona y abarca nuevos dominios, se presentan ante la Humanidad nuevos «problemas de la vida», que únicamente podrá resolver de una forma cumplida la clase obrera. Se encuentra entre estos múltiples problemas, joven camarada, el que tú señalas: «el problema del amor», que en las diversas facetas de su desenvolvimiento histórico, la Humanidad ha pretendido resolver por procedimientos diversos. Sin embargo, «el problema» subsistía: variaban, única y exclusivamente, sus intentos de solución, que diferían, claro está, según el período, la clase y lo que constituía el «espíritu de la época», o dicho de otra forma, la cultura. En Rusia, durante los años de intensa guerra civil y de la lucha contra la desorganización económica, y hasta hace poco, sólo a unos cuantos - 1 - interesaba este problema. Eran otros sentimientos, otras pasiones más reales las que preocupaban a la humanidad trabajadora. ¿Quién hubiera sido capaz de preocuparse seriamente de las penas y sufrimientos del amor a través de aquellos años en que el fantasma descarnado de la muerte acechaba a todos? Durante aquellos años, el problema vital se resumía en saber: ¿quién vencerá? ¿La revolución (el progreso) o la contrarrevolución (la reacción)? Ante el aspecto sombrío de la enorme contienda, de la revolución, el delicado Eros, tenía forzosamente que desaparecer de una forma apresurada. No había oportunidad ni energías psíquicas para abandonarse a las «alegrías» y las «torturas» del amor. La Humanidad responde siempre a una ley de conservación de la energía social y psíquica. Y esta energía se aplica siempre al fin fundamental e inmediato del momento histórico. Por tanto, durante estos años se adueñó de la situación la voz, simple y natural, de la Naturaleza, el instinto biológico de la reproducción, la atracción entre dos seres de sexo contrario. El hombre y la mujer se unían y separaban fácilmente, mucho más fácilmente que en el pasado. El hombre y la mujer se entregaban mutuamente, sin estremecimiento en sus almas, y se separaban sin lágrimas ni dolor. Es cierto que desaparecía la prostitución; más, en cambio, aumentaban las uniones libres entre los sexos, uniones sin compromisos mutuos, y en las cuales el factor principal era el instinto de reproducción, desprovisto de la belleza de los sentimientos de amor. Muchos fueron los que ante este hecho sintieron espanto; pero es evidente que durante aquellos años las relaciones entre los sexos no podían ser de otro modo. No podían darse más que dos formas de unión sexual: o bien el matrimonio consolidado durante varios años por un sentimiento de camaradería, de amistad conservada a través de los años, y que, precisamente, por la seriedad del momento, se convertía en un vínculo de unión más firme, o, por el contrario, las relaciones matrimoniales que surgían para satisfacer una necesidad puramente biológica y constituían simplemente un capricho pasajero, del que ambas partes se saciaban pronto, y que se apresuraban a liquidar rápidamente, a fin de que no obstaculizase el fin esencial de la vida: la lucha por el triunfo de la revolución. El brutal instinto de reproducción, la simple atracción de los sexos, que nace y desaparece con la misma rapidez, sin crear lazos sentimentales ni espirituales, es ese Eros «sin alas», que no absorbe las fuerzas psíquicas que el exigente Eros «alado» consume, amor tejido con emociones diversas que han sido forjadas en el corazón y en el espíritu. El Eros «sin - 2 - alas» no engendra noches de insomnio, no hace vacilar la voluntad ni llena de confusión el frío trabajo del cerebro. La clase formada por los luchadores no podía dejarse llevar por el Eros de alas desplegadas en aquellos momentos de trastornos de la revolución que llamaban sin cesar al combate a la humanidad trabajadora; durante aquellas jornadas era inoportuno desperdiciar las fuerzas psíquicas de los miembros de la colectividad que luchaba, en sentimientos de orden secundario, que no contribuían de una manera directa al triunfo de la revolución. El amor individual, que constituye la base del matrimonio, que se concentra en un hombre o en una mujer, exige una pérdida enorme de energía psíquica. Durante aquellos años de lucha, la clase obrera, artífice de la nueva vida, no estaba interesada solamente en la mayor economía posible de sus riquezas materiales, sino que intentaba ahorrar también la energía psíquica de cada uno de sus miembros para aplicarla a las tareas genérales de la colectividad. No es otra la causa de que durante el período agudo de la lucha revolucionaria el «alado Eros», que todo lo consume a su paso, fuera reemplazado por el instinto poco exigente de la reproducción, por el Eros desprovisto de alas. Ahora el cuadro es completamente distinto. La URSS, y con ella toda la humanidad trabajadora, ha entrado en un período de relativa calma. Comienza ahora una labor sumamente compleja, puesto que se trata de fijar y comprender de una manera definitiva todo lo creado, todo lo adquirido, todo lo conquistado. El proletariado, arquitecto de las nuevas formas de vida, se ve obligado a sacar una enseñanza de todo fenómeno social y psíquico. Debe, por tanto, comprender también este fenómeno; tiene que asimilarlo, apropiárselo y transformarlo en un arma más para la defensa de su clase. Sólo después de haberse asimilado las leyes que presiden la creación de las riquezas materiales y las que dirigen los sentimientos del alma podrá el proletariado entrar en liza armado hasta los dientes contra el viejo régimen burgués. Entonces, únicamente, podrá la humanidad asalariada vencer en el frente ideológico como ha triunfado en el militar y en el del trabajo. Una vez consolidado el triunfo de la revolución rusa, empieza a aclararse la atmósfera del combate revolucionario, y el hombre ya no se entrega por entero a la lucha, el tierno Eros de «alas desplegadas», despreciado durante los años de agitación, reaparece de nuevo y reclama sus derechos. Se atreve a salir de nuevo a la sombra del insolente Eros «sin alas», del instinto de reproducción, que desconoce los encantos del amor, porque éste ha dejado ya de satisfacer las necesidades de los hombres. En este período de - 3 - relativa calma se ha acumulado un excedente de energía, que los hombres del presente, aun los representantes de la clase trabajadora no saben todavía aplicar a la vida intelectual de la colectividad. Este excedente de energía psíquica busca su salida en los sentimientos amorosos. Y sucede que la lira de múltiples cuerdas del dios alado del Amor apaga de nuevo el sonido de la monótona voz del Eros «sin alas». El hombre y la mujer no se unen ya como durante los años de la revolución, no buscan una unión pasajera para satisfacer sus instintos sexuales, sino que comienzan de nuevo a vivir «novelas de amor», con todos los sufrimientos y el éxtasis amoroso que van aparejados al alado Eros. En la República Soviética presenciamos un patente crecimiento de las necesidades intelectuales; cada día se siente más avidez de saber; las cuestiones científicas, el estudio del arte, el teatro, despiertan todo nuestro interés. Esta ansia investigadora que se siente en la República Soviética por hallar formas nuevas en que encerrar las riquezas intelectuales de la Humanidad, comprende también, como es lógico, la esfera de los sentimientos amorosos. Se observa, pues, un despertar del interés en todo lo que se refiere a la psicología sexual, es decir, al «problema del amor». Es esta una fase de la vida de la que participan con mayor o menor intensidad todos los individuos. Se observa con asombro cómo militantes que hace algún tiempo no leían más que los artículos editoriales del diario Pravda, leen ahora con fruición libros donde se canta al «dios Eros, el de las alas desplegadas». ¿Podremos interpretar esto como un síntoma de reacción? ¿Acaso como señal de decadencia en la acción revolucionaria? De ningún modo. Ya es tiempo de que rechacemos de una vez y para siempre toda la hipocresía del pensamiento burgués. Hemos llegado al momento de reconocer ampliamente que el amor no es sólo un poderoso factor de la Naturaleza, que no es sólo una fuerza biológica, sino también un factor social. En su propia esencia el amor es un sentimiento de carácter profundamente social. Lo cierto es que el amor, en sus diferentes formas y aspectos ha constituido en todos los grados del desenvolvimiento humano una parte indispensable e inseparable de la cultura intelectual de cada época. Hasta la burguesía, que reconoce algunas veces que el amor es «un asunto de orden privado», sabe en realidad cómo encadenar el amor a sus normas morales para que sirva al logro y afirmación de sus intereses de clase. Más todavía hay otro aspecto de los sentimientos amorosos al que la ideología de la clase obrera debe conceder mayor importancia. Nos referimos al amor considerado como un factor del que se pueden obtener - 4 - beneficios a favor de la colectividad, lo mismo que de cualquier otro fenómeno de carácter social y psíquico. Que el amor no es en modo alguno un «asunto privado» que interese solamente a dos corazones aislados, sino, por el contrario, que el amor supone un principio de unión de un valor inapreciable para la colectividad, se evidencia con el hecho de que en todos los grados de su desarrollo histórico, la Humanidad ha marcado pautas que precisan cuándo y en qué condiciones el amor era considerado «legítimo» (es decir, cuando correspondía en los intereses de la colectividad), y cuándo tenía que ser condenado como «culpable» (es decir, cuando el amor pugnaba con los principios de la sociedad). II. UN POCO DE HISTORIA La Humanidad comenzó, casi desde tiempos inmemoriales, a establecer reglas que regulasen no solamente las relaciones sexuales, sino también los sentimientos amorosos. En la etapa del patriarcado, la virtud, moral suprema de los hombres, era el amor determinado por los vínculos de la sangre. En aquellos tiempos, una mujer que se sacrificase por el marido o amado hubiera merecido la reprobación y el desprecio de la familia o la tribu a que perteneciese. En cambio, se concedía una gran importancia a los sentimientos amorosos con respecto al hermano o la hermana. La Antígona de los griegos enterraba los cadáveres de sus hermanos muertos con riesgo de su propia vida. Este hecho sólo hace de la figura de Antígona una heroína a los ojos de sus contemporáneos. La sociedad burguesa de nuestros tiempos calificaría esta acción llevada a cabo por la hermana y no por la mujer, como algo extraordinario y un tanto impropio. Durante los años de dominio de la sociedad patriarcal y de formación de las formas del Estado, el sentimiento de amor fue, sin duda de ningún género, la amistad entre dos individuos de una misma tribu. Era de una importancia trascendental para la colectividad, que había sobrepasado apenas la fase de la organización puramente familiar, y que, por lo tanto, todavía se sentía débil desde el punto de vista social, el que todos sus miembros estuvieran unidos por sentimientos de amor y vínculos espirituales. Las emociones del espíritu que respondían mejor a esta finalidad eran las determinantes del amor-amistad y no de los sentimientos amorosos de las relaciones sexuales. Durante este período, los intereses de la colectividad exigían a la Humanidad el crecimiento y acumulación de - 5 - lazos espirituales, no entre las parejas unidas en matrimonio, sino entre los organismos de una misma tribu, entre los organizadores y defensores de la tribu y el Estado. (Para nada se hacía aquí mención de la amistad entre las mujeres, puesto que la mujer, en aquellos tiempos, no podía ser considerada como factor social.) En el patriarcado se admiraban las virtudes del amor-amistad, que era considerado como un sentimiento muy superior al amor entre esposos. Castor y Pólux no pasaron a la posteridad por sus hazañas y los servicios prestados a la patria. Fueron los sentimientos de mutua fidelidad, su amistad inseparable e indestructible los que hicieron que sus nombres llegaran a nosotros. La «amistad» (o la apariencia de un sentimiento de amistad) era la que obligaba al marido enamorado de su mujer a ceder al amigo preferido su puesto en el lecho conyugal. Otras veces no era siquiera el amigo, sino el huésped, a quien había que demostrar la verdad de un sentimiento de «amistad», el que suplía al marido al lado de la mujer. La amistad, sentimiento que suponía «la fidelidad al amigo hasta la muerte», fue considerada en el mundo antiguo como una virtud cívica. Todo lo contrario sucedía en el amor en el sentido contemporáneo de esta palabra, que no tenía ningún papel en la sociedad y ni siquiera captaba la atención de los poetas o de los dramaturgos de la época. La ideología de aquellos tiempos consideraba al amor incluido en los cuadros de los sentimientos exclusivamente personales, de los cuales la sociedad no tenía por qué ocuparse. El amor ocupaba el lugar de otra distracción cualquiera: era un lujo que podía permitirse un ciudadano después de haber cumplido con sus obligaciones con el Estado. La cualidad de «saber amar», tan valorada por la ideología burguesa cuando el amor no va más allá de los límites impuestos por la moral de su clase, carecía de sentido en el mundo antiguo cuando se trataba de precisar las «virtudes» y cualidades características del hombre. En la antigüedad, el único sentimiento de amor que tenía valor era la amistad. El hombre que realizaba hazañas y exponía su vida por el amigo alcanzaba fama, como los héroes legendarios; su acción se consideraba como la expresión de la «virtud moral». En cambio, el hombre que exponía su vida por la mujer amada incurría en la reprobación de todos, reprobación que podía llegar incluso hasta el desprecio. Todos los escritos de la antigüedad condenan los amores de Paris y la hermosa Helena, que fueron el origen de la guerra de Troya, guerra que sólo «desgracia» podía acarrear a los hombres. El mundo antiguo justipreciaba la amistad como sentimiento capaz - 6 - de consolidar entre los individuos de una tribu los lazos espirituales necesarios para el mantenimiento del organismo social, ineludiblemente débil en aquellos tiempos. Por eso, posteriormente, la amistad dejó de ser considerada como una virtud moral. En la sociedad burguesa, construida sobre la base del individualismo, concurrencia desenfrenada y emulación, ya no hay sitio para la amistad, considerada como factor social. La sociedad capitalista consideraba la amistad como manifestación de «sentimentalismo»; por lo tanto, como una debilidad del espíritu completamente inútil y hasta nociva para la realización de las tareas burguesas de clase. La amistad en la sociedad burguesa queda con vertida en un motivo de burlas. Si Castor y Pólux hubieran vivido en nuestros tiempos, su amistad sin límites hubiera provocado la sonrisa indulgente de la sociedad burguesa de Nueva York o Londres. La sociedad feudal tampoco admitió el sentimiento de amistad como una cualidad digna de loa que fuera necesario cultivar entre los hombres. El fundamento de la sociedad feudal consistía en el estricto cumplimiento de los intereses de las familias nobles. La virtud no estaba determinada por las relaciones mutuas de los miembros de la sociedad, sino por el cumplimiento de los deberes de un miembro de una familia con respecto a ella y a sus tradiciones. Dominaban en el matrimonio los intereses familiares y, por tanto, el hombre joven (la muchacha no tenía facultad de elección) que prefería una mujer en contra de los intereses familiares, sabía que tenía que hacer frente a censuras y reproches severísimos. Durante la edad feudal no era conveniente para el hombre anteponer sus sentimientos personales a los intereses de su familia; al que pretendía romper las normas establecidas se le consideraba como un «paria» por la sociedad de su tiempo. En la ideología de la época feudal el amor y el matrimonio no podían marchar juntos. No obstante, durante los siglos del feudalismo el sentimiento de amor entre dos seres de sexo contrario adquirió cierto derecho por primera vez en la Historia de la Humanidad. Parece extraño a primera vista el hecho de que el amor fuera reconocido como tal en aquellos tiempos de ascetismo, de costumbres brutales, en aquella época de violencias y del reinado del derecho de usurpación. Pero si analizamos detenidamente las causas que han obligado al reconocimiento del amor como un factor social, no sólo legítimo, sino hasta deseable, veremos perfectamente claros los motivos que determinaron el reconocimiento del amor. El hombre enamorado puede ser impulsado por el sentimiento del amor - 7 -

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