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13 CANALS VIDAL, F., Textos De Los Grandes Filósofos. Edad Media. Curso De Filosofía Tomista 13, Herder, Barcelona 1985 PDF

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TEXTOS DE LOS GRANDES FILÓSOFOS CURSO DE FILOSOFÍA TOMISTA 13 TEXTOS DE LOS GRANDES FILÓSOFOS EDAD MEDIA Por F. CANALS VIDAL BARCELONA EDITORIAL HERDER 1985 F. CANALS VIDAL Catedrático de Metafísica, de la Universidad de Barcelona TEXTOS DE LOS GRANDES FILÓSOFOS EDAD MEDIA BARCELONA EDITORIAL HERDER 1985 O fiflforW Herdtr S.A., frpwmii ÍM, B&cttona (EspaMa) 1976 ISBN 84-254-1029-0 Ea nvnu) Dcrótno uoal : B. 3.999-1983 Pmntid in Spain Oftifm Ñipóla, 249 08013 Barcelona INDICE San Agustín . . . . . 9 I. Religión y filosofía . . . . 9 II. La v erd ad ........................................................................ 13 III. Certeza de la verdad en la duda.............................. 18 IV. No hay verdad en lo sensible.................................... 19 V. La prueba de Dios por las verdades eternas . 20 VI. Ejemplarísmo y doctrina de la iluminación . . . . 30 VII. Modo, especie, orden.................................................................. 32 VUl. Mente, noticia, amor................................................................... 33 IX. Sentido del término «persona»........................................... 38 X. La materia y la nada............................................................ 43 XI. El tiempo...................................................................................... 47 XII El m a l ..................................................................................... 54 San Anselmo.............................................................................................. 59 I. Existe una naturaleza suprema........................................... 59 II. La «prueba ontológica» de la existencia de Dios . 63 II. Dios es mayor que todo lo pensable.................................... 69 IV. Diálogo con el defensor del insensato............................. 71 V. La cuestión sobre la nada.................................................. 75 San Buenaventura . . . . 79 I. La visión de la inteligencia natural: la filosofía y sus partes.............................................................................................. 79 II. Las tinieblas del arisloteliamo . S III. Indubitabilidad de la existencia de Dios . 3 IV. El mundo.......................................................... S V. El hombre......................................................... S VI. «El ser», nombre primario de Dios . S 7 Indice 107 Sanio Tomás de Aquino 107 J. Doble orden de verdades divinas . 111 II El ente y la esencia.................................... 122 11L La analogía 126 IV. El ser subsisiente es omniperfecto . 129 V. La voluntad de Dios y el fin de la creación VI. La dependencia sigue a la participación . 132 137 VII. Lo «entendido», emanación del entender . VIH. El alma intelectiva, forma del cuerpo . 140 IX. Cuestiones sobre la doctrina de la iluminación 143 X. La experiencia de lo espiritual............................... 148 XI. Inteligibilidad de lo singular espiritual . 152 XII. El libre albedrío..................................... 154 XIII. Inclinación natural y ley natural . 156 Raimundo Lulio.....................................................................................1 I. Inteligencia de los artículos por razones necesarias . 159 II. Demostración de Dios por la suprema bondad . 163 UI. Demostración de la trinidad por la suprema operación . 169 Juan Duns Escoto................................................................ 175 I. Controversia entre los filósofos y los teólogos . 175 U. Univocidad del ente.................................................. 190 III. Sobre la evidencia de lo infinito............................. 193 IV. Demostración de la infinidad de Dios . 200 V. Por el orden esencial, al primer principio . 203 Guillermo de Ockham.................................................. 215 L Lo universal no existe como substancia . . 215 IL Lo universal no existe en las substancias . 220 UI. El género y la especie.................................... 223 IV. Noticia intuitiva y noticia abstractiva . 226 V. Contra el formalismo escotiata . . . . 231 Francisco Suirrz.................................................. 237 L Unidad del concepto objetivo de ente 237 U. Qué es el. ente en cuanto ente . 240 IU. El principio de individuación 246 IV. División del ente en creado e increado 247 V. Esencia y existencia en el ente creado 261 8 SAN AGUSTIN I. RELIGIÓN Y FILOSOFÍA De la verdadera religión *, cap. 1-3 y 5 *. 1, 1. Siendo norma de toda vida buena y dichosa la ver­ dadera religión, con que se honra a un Dios único y con muy sincera piedad se le reconoce como principio de todas las cosas, que en él tienen su origen y de él reciben la virtud de su des­ arrollo y perfección, se ve muy claramente el error de los pue­ blos que quisieron venerar a muchos dioses, en vez del único y verdadero. Señor de todos, porque sus sabios, llamados filó­ sofos, tenían doctrinas divergentes y templos comunes. Pues tanto a los pueblos como a los sacerdotes no se ocultó su dis­ corde manera de pensar sobre la naturaleza de los dioses, porque no se recataban de manifestar públicamente sus opiniones, es­ forzándose en persuadir a los demás si podían; todos, sin em­ bargo, juntamente con sus secuaces, divididos entre si por di­ versas y contrarias opiniones, sin prohibición de nadie acudían a los templos. No se pretende ahora declarar quién de ellos se acercó más a la verdad; mas aparece bastante claro, a mi en­ tender, que ellos abrazaban públicamente unas creencias reli­ giosas, conforme al sentir popular, y privadamente mantenían otras contrarias a sabiendas del mismo pueblo. * Cf. San Agustín , Obras, tomo iv, BAC, Madrid 1941. 9 San Agustín 2, 2. Con todo. Sócrates se mostró, al parecer, más audaz que los demás, jurando por un perro cualquiera, por una pie­ dra, o por el primer objeto que se le ofreciese a los ojos o a las manos en el momento de jurar. Según opino yo. entendía él que cualquier obra de la naturaleza, como producida por dis­ posición de la divina Providencia, aventaja con mucho a todos los productos artificiales de los hombres, siendo más digna de honores divinos que las estatuas veneradas en los templos. Cier­ tamente no enseñaba él que las piedras o el perro son dignos de veneración de los sabios; pero quería hacer comprender a los ilustrados la inmensa hondura de la superstición en que se hallaban sumidos los hombres; y a los que estaban por salir de ella habría que ponerles ante los ojos semejante grado de abominación, para que, si se horrorizaban de caer en él. vie­ sen cuánto más bochornoso era yacer en el abismo, más hondo aún, del extravío de la multitud. Al mismo tiempo, a quienes pensaban que el mundo visible se identifica con Dios supremo, les ponía ante los ojos su insensatez, enseñando, como conse­ cuencia muy razonable, que una piedra cualquiera, como por­ ción de la soberana deidad, bien merecía los divinos honores. Y si esto les repugnaba, entonces debían cambiar de ideas y buscar al Dios único, de quien nos constase que trasciende a nuestra mente y es el autor de las almas y de todo el mundo. Escribió después Platón, quien es más ameno para ser leído que persuasivo para convencer. Pues no habían nacido ellos para cambiar la opinión de los pueblos y convertirlos al culto del verdadero Dios, dejando la veneración supersticiosa de los ídolos y la vanidad de este mundo. Y así, el mismo Sócrates adoraba a los ídolos con el pueblo, y, después de su condena y muerte, nadie se atrevió a jurar por un perro ni llamar Júpiter a una piedra cualquiera, si bien se dejó memoria de esto en los libros. No me toca a mí examinar por qué obraron de ese modo, si por temor a la severidad de las penas o por el conocimiento de alguna otra razón particular de aquellos tiempos. 3, 3. Pero, sin ánimo de ofender a todos los que cerril­ mente se enfrascan en la lectura de sus libros, diré yo con plena 10 Religión y filosofía seguridad que, ya en esla era cristiana, no ha lugar a duda sobre la religión que se debe abrazar y sobre el verdadero ca­ mino que guía a la verdad y bienaventuranza. Porque si Platón viviese ahora y no esquivase mis preguntas, o más bien, si algún discípulo suyo, después de recibir de sus labios la enseñanza de la siguiente doctrina, conviene a saber: que la verdad no se capta con los ojos del cuerpo, sino con la mente purificada, y que toda alma con su posesión se hace dichosa y perfecta; que a su conocimiento nada se opone tanto como la corrup­ ción de las costumbres y las falsas imágenes corpóreas que, me­ diante los sentidos externos, se imprimen en nosotros, origina­ das del mundo sensible, y engendran diversas opiniones y erro­ res; que. por lo mismo, ante todo, se debe sanar el alma, para contemplar el ejemplar inmutable de las cosas y la belleza in­ corruptible. absolutamente igual a sí misma, inextensa en el espacio e invariable en el tiempo, sino siempre la misma e idén­ tica en todos sus aspectos (esa belleza, cuya existencia los hom­ bres niegan, sin embargo, de ser la más verdadera y más excel­ sa); que las demás cosas están sometidas al nacimiento y muer­ te. al perpetuo cambio y caducidad, y, con todo, en cuanto son. nos consta que han sido formadas por la verdad de Dios eterno, y. entre todas, sólo le ha sido dada al alma racional e intelectual el privilegio de contemplar su eternidad y de par­ ticipar y embellecerse con ella y merecer la vida eterna; pero, sin embargo, ella, dejándose llagar por el amor y el dolor de las cosas pasajeras y deleznables y aficionada a las costumbres de la presente vida y a los sentidos del cueipo, se desvanece en sus quiméricas fantasías, ridiculiza a los que afirman la exis­ tencia del mundo invisible, que trasciende la imaginación y es objeto de la inteligencia pura; supongamos, digo, que Platón persuade a su discípulo de tales enseñanzas y éste le pregunta: ¿Creerías digno de los honores supremos al hombre excelente y divino que divulgase en los pueblos estas verdades, aunque no pudiesen comprenderlas, o si, habiendo quienes las pudie­ sen comprender, se conservasen inmunes de los errores del vul­ go sin dejarse arrastrar por la fuerza de la opinión pública? Yo creo que Platón hubiera respondido que no hay hombre 11 San Agustín capaz de dar cima a semejante obra, a no ser que la omnipo­ tencia y sabiduría de Dios escogiera a uno inmediatamente desde el alba de su existencia, sin pasarle por magisterio hu­ mano, y, después de formarle con una luz interior desde la cuna, le adomase con tanta gracia, y le robusteciese con tal firmeza, y le encumbrase con tanta majestad, que, despreciando cuanto los hombres malvados apetecen, y padeciendo todo cuanto para ello es objeto de horror, y haciendo todo lo que ellos admiran, pudiera arrastrar a todo el mundo a una fe tan saludable con una atracción y fuerza irresistible. Y sobre los honores divi­ nos que se le deben, juzgaría superflua la pregunta, por ser fácil de comprender cuánto honor merece la sabiduría de Dios, con cuyo gobierno y dirección aquel hombre se hubiera hecho acreedor a una honra propia y sobrehumana por su obra salví- fíca en pro de los mortales. 5, 8. Pero, reaccione como quiera la soberbia de los filóso­ fos, todos pueden fácilmente comprender que la religión no se ha de buscar en los que, participando de los mismos misterios sagrados que los pueblos, a la faz de éstos, se lisonjeaban en sus escuelas de la diversidad y contrariedad de opiniones sobre la naturaleza de los dioses y del soberano bien. Aun cuando la religión cristiana sólo hubiera extirpado este mal, a los ojos de todos sería digna de alabanzas que no se pueden expresar. Pues innumerables herejías, separadas de la regla del cristianismo, certifican que no son admitidos a la participación de los sa­ cramentos los que sobre Dios Padre y su sabiduría y el divino don profesan y propalan doctrinas contrarias a la verdad. Así se cree y se pone como fundamento de la salvación humana que no es una cosa la filosofía, esto es, el amor a la sabiduría, y otra la religión, pues aquellos cuya doctrina rechazamos tampoco participan con nosotros de los sacramentos. 12

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