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1 AMAR ES MÁS IMPORTANTE QUE EDUCAR PDF

15 Pages·2009·0.09 MB·Spanish
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AMAR ES MÁS IMPORTANTE QUE EDUCAR: UNA PROPUESTA PARA LAS RELACIONES CON LA NIÑEZ Y LA ADOLESCENCIA1 Oswaldo Montoya2 Save the Children. Nicaragua Diciembre 2009 ¿Qué necesitan las personas para no ser violentas? Necesitan tener amor en sus familias3 Quiero comenzar felicitándoles a ustedes hermanas y hermanos venezolanos por haber logrado la prohibición legal de los castigos físicos y otras formas de castigos humillantes. Sólo tres países en nuestra región latinoamericana han dando este importante paso a favor de los derechos de la niñez y adolescencia: Venezuela, Uruguay y Costa Rica. Otros países, como mi Nicaragua, intentamos seguirles, y estamos trabajando en la misma dirección mediante campaña pública, labor de cabildeo y abogacía con una propuesta de reforma legal, investigaciones, capacitaciones a padres, madres, docentes, médicos, enfermeras, periodistas y a los niños, niñas y adolescente para que conozcan y defiendan sus derechos. El reto es enorme. A nivel mundial se estima que un 85% de niños entre 2 y 14 años de edad sufren castigo corporal o agresión sicológica. Las investigaciones sugieren que entre 500 y 1,500 millones de niños sufren algún tipo de violencia cada año (sea física, sexual, emocional, negligencias, explotación). El Comité de los Derechos del Niño lleva 16 años recomendando a los Estados la prohibición de los castigos físicos y humillantes, pero sólo 24 Estados han logrado la prohibición completa, lo que representa apenas un 12% de los miembros de Naciones Unidas (1). A la par del cambio en las leyes, debemos trabajar en el cambio de la cultura, de las mentalidades que determinan el trato violento a la niñez. La gente adulta sigue creyendo que tiene derecho de pegar a los niños y niñas. Cuatro de cada cinco adultos eso nos dijo en una encuesta que hicimos en Nicaragua (2). Igual de preocupante es escuchar cómo los propios niños y niñas terminan aceptando esta mentalidad. En un estudio que hicimos con estudiantes de varias municipalidades de Nicaragua resultó que el 88% estaba de acuerdo con que las mamás y los papás son las únicas personas que tienen derecho de pegarle a sus hijas/os (3). En cierto sentido esto representa un avance parcial porque los niños y niñas de generaciones previas también 1 Ponencia en el FORO: ALTO A LA VIOLENCIA “LA NIÑEZ NO PUEDE ESPERAR”. Organizado por ALDEAS SOS VENEZUELA 2 Psicólogo. Coordinador del Programa de Protección contra la Violencia en SC Nicaragua. 3 Respuesta de una niña en un grupo focal durante la consulta a la niñez sobre la violencia en Nicaragua. 1 pensaban que los maestros tenían derecho de pegarles. No obstante, el reto se mantiene porque los niños y niñas terminan aceptando la violencia que reciben (4)4. En Save the Children creemos que es posible un mundo que valore y respete a todos los niños, niñas y adolescentes, un mundo que escuche a la niñez y que aprenda de ellas y ellos. Inspirado en esta visión, quiero compartir con ustedes una propuesta para promover relaciones respetuosas y amorosas entre las personas adultas y las personas menores de edad. Voy a hacer un énfasis en las relaciones que ocurren en el contexto de la familia, reconocida por todos como el núcleo fundamental de cualquier sociedad. La propuesta que quiero compartir no es ocurrencia mía realmente. Solamente hago un intento por articular la sabiduría que he encontrado en diversas fuentes: la proveniente de los propios niños y niñas, en particular de mis hijos y de mi experiencia con ellos; la de colegas y expertos asociados a Save the Children; la proveniente de diferentes autoras, intelectuales, y la derivada de nuestro trabajo y diálogo con muchos padres, madres y adultos. Tampoco es algo acabado. Algo que me fascina de este trabajo y de mi propia vida es constatar como yo mismo he ido cambiando mi forma de pensar, afinando mi comprensión sobre las relaciones entre padres e hijos(as). Tres pilares estructuran esta propuesta: la niña(o), el adulto y la relación entre ambos. A continuación desarrollo cada componente. PRIMER PILAR: LAS NIÑAS, LOS NIÑOS Y ADOLESCENTES Les propongo considerar que toda relación sana y respetuosa entre adultos y niñas(os) debe basarse en una visión positiva hacia los últimos. Los(as) niños(as) son seres muy capaces, inteligentes, sociables, empáticos, poseen cualidades maravillosas, muchas de las cuales hemos perdido los adultos: su curiosidad, su capacidad de asombro y de observación, su espontaneidad, su sinceridad, su disfrute del momento presente, su imaginación. Son seres más libres, menos prejuiciados, más flexibles para los cambios, más diestros para la informática, los idiomas y las ciencias. Cada niño o niña tiene cualidades innatas, trae un gran potencial individual y único que puede ser desarrollado. Dice el psicoterapeuta familiar Jesper Juul (5) que los niños(as) son competentes y nos enseñan lo que necesitamos aprender. Por algo será que hace dos mil años cuando le preguntaron a Jesús cómo debe ser uno para entrar al reino de los cielos, el dijo que hay que ser como los niños. Tampoco se trata de idealizar a la niñez. Los niños y las niñas son seres humanos quienes al igual que los adultos tienen virtudes y defectos, por lo que también pueden ser caprichosos, impacientes, obstinados, descuidados, ruidosos, etc. Todos los que hemos tenido la dicha de convivir con niños y niñas lo sabemos por experiencia propia. 4 Para profundizar en esta cuestión sugiero leer el reporte del investigador Camilo Antillón que publicamos bajo el título “Violencia simbólica” (4), donde se explica cómo las creencias de los niños, niñas y adolescentes se corresponden con el modelo de relación adultista que les oprime. Las personas menores de edad asimilan las estructuras cognitivas que sustentan su propia dominación porque no existen para ellos otras maneras de imaginar las relaciones con los adultos y porque necesitan un marco explicativo del mundo para poder vivir. 2 Quizá el elemento clave es que pese a lo claro-oscuro que exista en la niñez (como en todo ser humano), la actitud general hacia estos seres debe ser esencialmente positiva, en total contraposición a la actitud histórica que ha prevalecido hacia ellas y ellos. Aunque parezca increíble, a los niños y niñas se les ha visto como seres que tienden a la maldad, o si no como animalitos salvajes, amorales, con malos instintos, mentirosos, egocéntricos, que si pueden son capaces de agredir a sus inocentes padres y hasta desearlos sexualmente (la influencia de la teoría psicoanalítica). Por lo menos se les ha considerado como seres necios por naturaleza (dice un texto religioso que “la necedad está atada al corazón del joven”). En mi país es muy común que cuando dos adultos se saludan y se preguntan por sus hijos, la respuesta es “ahí están los bandidos dando guerra”. Y parece un comentario inocente, chistoso, pero que en el fondo encierra una creencia cultural peyorativa hacia la niñez. Las consecuencias de esta visión negativa hacia la niñez son fatales: al niño hay que urgentemente educarlo, disciplinarlo, corregirlo, castigarlo, controlar sus impulsos peligrosos. No vaya a ser nos descuidemos y sigan torcidos toda la vida. Hay que “inculcarles” constantemente valores morales para que se “adapten” a la sociedad correctamente, para que no entren en conflicto con las normas morales de la sociedad y con sus leyes. Pero resulta que la negatividad hacia la niñez no para ahí. No solo son moralmente sospechosos. También son vistos como intelectualmente inferiores. La visión adultista considera que la comprensión y la memoria de los niños y niñas es muy débil. Por tanto necesitan mensajes educativos fuertes, muy fuertes! Castigos, castigos y más castigos, que podemos definir como la aplicación deliberada de un estímulo negativo para eliminar una conducta no deseada. En uno de nuestros estudios (6) aparece que el motivo más frecuente para castigar a los niños durante los últimos tres meses era la desobediencia (74%), seguido de no hacer las tareas (37%), hacer bulla o pelear (28%), faltar el respeto al adulto (28%) y salir sin permiso (26%). Los castigos están basados en la creencia equivocada que los niños y niñas aprenden solo cuando sufren. Para que no se les olvide lo que les decimos, para que aprendan deben de sufrir. A veces hay que asustarlos. “La letra entra con sangre” decían las profesoras de antaño. “Quien bien te quiere te hará sufrir” enseñan las abuelas. En conclusión, hay que pegarles, castigarlos físicamente. O si no, si no estás de acuerdo con pegar, o si piensas que también hay que usar otros castigos entonces “hay que prohibirles lo que más les gusta”, siempre para que les duela y no olviden. En el estudio anteriormente citado los adultos mencionaron usar las prohibiciones como castigos casi con la misma frecuencia (53%) con que usan los castigos físicos (51%). Sean castigos físicos o castigos psicológicos el resultado debe ser el mismo: provocarles dolor (físico o emocional), malestar, mortificarlos. ¡Deben pagar por lo que hicieron! (¿venganza?). Cuando digo estas cosas en talleres con adultos, he recibido en algunos casos esta respuesta: “No estoy de acuerdo con criticar a los padres por castigar a sus hijos. No hay que ser ni tan blandengue ni tan violento, yo quiero mucho a mi niño pero tampoco le voy a dejar pasar cosas. A veces es necesario unas palmaditas sino más adelante hasta te pueden pegar ellos. Por eso hay tantos delincuentes.” Es impresionante constatar hasta donde llega 3 esta visión negativa hacia la niñez, considerándolos incluso como potenciales delincuentes si llega a faltarles la mano dura de los padres. El argumento de las “palmaditas” es casi universal. La idea de que la corrección a los hijos (léase el castigo físico) debe ser “moderada” ha estado presente en los marcos legales que regulan los temas de familia. En el estudio que realizamos en Nicaragua el 90% de adultos de la zona rural y el 85% de la urbana dijeron estar de acuerdo con pegar a los niños/as siempre y cuando “no se les pase la mano”. En nombre del amor y las buenas intenciones se justifica un comportamiento que si fuese aplicado a nosotros los adultos (que nos peguen por un acto indebido) lo consideraríamos humillante. Siguiendo con esta concepción adultista, diremos que para el éxito y la moderación en la forma de corregir a los hijos se requiere de “métodos apropiados” de disciplina. Jesper Juul (5) en su libro “Your Competent Child” (“Tu Hijo Competente”) cuestiona esta noción de la necesidad de métodos para la crianza infantil porque de alguna manera convierte a los niños y niñas en objetos de educación que deben ser manejados apropiadamente. Algo parecido a contar con el “manual de uso” para un electrodoméstico sofisticado o desconocido. Los niños y niñas se convierten en receptores pasivos del cuidado y la educación de los adultos. Es fundamental superar esta visión negativa y cosificada hacia la niñez. Los niños son y necesitan ser protagonistas activos de sus vidas, con el derecho de participar en las decisiones que les afectan. Necesitan influir en su entorno. Necesitan sentirse valorados, importantes, vistos, reconocidos. Son sujetos sociales poseedores de derechos humanos. No son propiedad de los padres. Su dignidad humana es intocable, yo diría que es sagrada. Son seres humanos completos desde que nacen y se merecen el mismo trato, respeto y cortesía que se merece el más alto dignatario de cualquier país. Definitivamente que los hijos no nos pertenecen. Como dice el poeta libanés Khalil Gibrán (7) “Tus hijos no son tus hijos, sino de la Vida deseosa de sí misma, no vienen de ti, sino a través de ti…”. Son seres que vienen a cumplir o a construir su propia misión en la vida. “No puedes poseer a un ser humano porque lo conviertes en una cosa, lo irrespetas.” Debemos conocer las etapas del desarrollo infantil para comprender la conducta de nuestros hijos desde su punto de vista de acuerdo a su edad, como bien explica la psicóloga Joan Durrant (8). Si solo lo vemos desde nuestro punto de vista, nos podemos frustrar o enojar equivocadamente. Creemos que el niño nos quiere molestar, o que es un haragán y no quiere empeñarse en hacer las cosas bien. Debemos comprender por ejemplo la enorme necesidad de jugar que tienen los niños y niñas, así como de tocar, de moverse, de experimentar, todo lo cual puede provocar molestias para los adultos, y terminar en accidentes, rompimientos de objetos, rayones en las paredes, interrupciones, etc. Ninguno de estos resultados justifica los castigos de los adultos. Básicamente se les está castigando por ser niños o niñas y por comportarse como tales. 4 En un grupo focal con niñas de una ciudad de Nicaragua (9) al preguntarles cómo prevenir la violencia, una niña respondía “En los padres lo principal es la paciencia, el amor; ellos saben que son sus hijos y saben que son necios pero siempre tienen que tenerles paciencia.” Debemos comprender que los niños y niñas están ensayando nuevas habilidades, por tanto tienen derecho de fallar sin ser reprendidos por ello. Una vez estaba monitoreando las prácticas de lectura de mi hijo que cursa el segundo grado de primaria. Él tenía que leer un texto en voz alta durante diez minutos. Mi hijo, en tres oraciones seguidas, olvidó dar la entonación que corresponde con el punto final de la oración. Estaba leyendo “de corrido”. Cada vez que cometía el error se lo señalaba. Y a la tercera vez, se lo dije con voz enérgica “¡Otra vez estás olvidando el punto que te indica que se termina la oración!”. Él hijo sintió agresiva mis palabras, mi tono de voz y sintió mi impaciencia. Y me dijo con voz llorosa: “si soy un niño papá, estoy aprendiendo y me puedo equivocar, solo soy un niño, solo soy un niño, me lo repitió como tres veces. Me sentí avergonzado. Él tenía toda la razón. Le pedí disculpas… Dice la psicóloga Aletha Solter (10) que en casi todos los casos que los adultos llaman “mal comportamiento” infantil realmente hay una de estas causas: a) por su edad no entienden la situación (por ej. no conciencia de riesgos, de daños); b) tiene una necesidad insatisfecha; c) dificultades de adaptación; y d) está reaccionando a un trauma. Cuando los niños, por ejemplo, no se sienten valorados, se vuelven irritados o agresivos. Hay muchos niños que después de pasar muchos años sometidos a una autoridad paterna despótica se comienzan a rebelar, sobre todo cuando llegan a la adolescencia. Algo similar sucede cuando los padres han estado ausentes, física o emocionalmente. Esa factura se paga tarde o temprano, mediante problemas de comportamientos de los hijos. En otras palabras cuando los niños y niñas desobedecen o se portan mal hay que entender el mensaje detrás del comportamiento problemático. Algo nos quieren decir y debemos entender la causa para resolver el problema. Castigarlos es contraproducente. Primero asegurarnos que es un verdadero problema de comportamiento (talvez somos nosotros el problema con nuestra expectativa irreal o nuestra impaciencia). También hay que tomar en cuenta las diferencias individuales de aprendizaje de cada niño o niña. No es fácil para algunos interiorizar normas o reglas porque es más divertido lo que hacen que lo que les orientan los padres o simplemente porque necesitan probar a romper las reglas. Con los propios niños, niñas y adolescentes es muy valioso lo que hacemos las organizaciones de promover espacios para el aprendizaje y la reflexión sobre sus derechos, y para ayudarles a que no interioricen el mensaje adultista de que son castigados justamente por “malcriados”. En los talleres educativos siempre hay adultos que critican el énfasis de enseñarles a los niños sus derechos sin hablarle de sus deberes. La lógica formal me dice que es una opinión correcta. Sin embargo, yo les apuesto a estos adultos que al niño a quien se les respetan sus derechos, naturalmente cumple con sus deberes, es decir, respetará los derechos de los demás. Dice el pintor Donald Zolán que “lo que se les de a los niños, darán los niños a la sociedad”. 5 El verdadero aprendizaje sobre los derechos humanos no se adquiere por la vía intelectual, sino por la vía experiencial o emocional, al ser tratado con respeto y amor por otros seres humanos. Por tanto, el segundo componente de esta propuesta, los adultos, son los que mejor pueden hacer la diferencia. SEGUNDO PILAR: LOS ADULTOS Hemos hablado bastante sobre los niños y las niñas. He planteado que detrás de este empeño en educarlos se esconde una visión negativa hacia la niñez. En correspondencia, también esta visión esconde una actitud arrogante de nosotros mismos (que en el fondo es una actitud negativa hacia nosotros). En apariencia, el adulto se cree el perfecto que tiene que corregir a los imperfectos. ¿Qué tal si tomamos un enfoque radicalmente distinto? ¿Por qué mejor no nos preocupamos más por perfeccionarnos a nosotros mismos y dejamos en paz por un tiempo a los niños y las niñas? Gandhi, el maestro de la no-violencia, una vez dijo: “He tomado sobre mis espaldas el monopolio de mejorar solo a una persona. Esa persona soy yo mismo, y sé cuán difícil es conseguirlo”. Y de veras que tenemos muchas cosas que mejorar, aún más, que reparar. Mientras andemos por la vida con tantos rollos no resueltos ¿cómo podemos atrevernos a pensar que vamos a educar sana y sabiamente a nuestros hijos? Debemos sanar a nuestro niño interior, a esa criatura que fuimos en nuestra infancia que fue lastimada por los adultos de esa época, principalmente por nuestros propios padres. Casi todos los adultos cargamos con heridas o aprendimos algunas formas insanas de relacionarnos con los demás. En los talleres educativos con adultos el 95% comparten experiencias de su infancia cuando fueron lastimados, amenazados, asustados y tratados injustamente por sus padres, y en estos espacios yo también comparto mi propia experiencia personal. Un estudio que realizamos en dos municipalidades de Nicaragua (2) nos arrojó que el 72% de los adultos reconocen que fueron castigados físicamente en su infancia (estoy casi seguro que el porcentaje es mucho más alto, muchos no lo admiten). Pero la mayoría de estos adultos (82% de encuestados de zona rural y 62% de urbana) afirman que estos castigos físicos fueron necesarios para que aprendieran y se sienten agradecidos. Es cierto que muchos también guardamos recuerdos positivos de nuestros padres, no todo es malo, pero si seguimos negando o justificando las experiencias de violencia en la infancia, van a continuar afectándonos negativamente, envenenando a su vez la relación con nuestros hijos e hijas. Alice Miller (11) argumenta que “las primeras experiencias emocionales dejan huella en el cuerpo, se codifican como un tipo determinado de información y, al llegar la edad adulta, influyen en nuestra forma de pensar, sentir y actuar, aunque sea inconscientemente. Nuestro cuerpo contiene una memoria completa de todas y cada una de nuestras experiencias infantiles.” Estudios internacionales, como el realizado en California (12) (Experiencias Adversas en la Infancia) respaldan el análisis de Miller y demuestran empíricamente la asociación entre experiencias de violencia en la familia durante la niñez con diversas enfermedades padecidas en la adultez, tales como depresión, suicidio, promiscuidad sexual, adicción a drogas, hipertensión, diabetes, cardiopatías, cáncer, enfermedades pulmonares, obesidad, dolores y fracturas. 6 Para ir sanando, es importante reconocer qué nos pasó, cómo nos hicieron sentir los adultos, y si es el caso aceptar la rabia, la humillación que nos provocaron las acciones de esos adultos que supuestamente nos querían y debían proteger. Es fundamental que podamos compartir este dolor con personas que nos crean y que se comporten, como propone Alice Miller (13), como testigos empáticos dispuestos a escucharnos. Tampoco se trata de condenar o de juzgar a nuestros padres. Ellos actuaron según el nivel de conciencia que tenían y de acuerdo a la cultura dominante y violenta de su época. Muchos participantes en los talleres que realizamos nos dicen: Si mis padres hubiesen estado en estos talleres talvez no me hubieran tratado de esa manera. También plantea Alice Miller que los padres y madres pegan a sus hijos para mantener reprimidos sus traumas debido al maltrato recibido por sus propios padres. Inconscientemente los padres y madres descargan en sus hijos la rabia que sienten hacia sus propios padres y madres y que no les fue permitida expresar. Nuestros estudios empíricos parecen respaldar esta tesis. Los análisis bivariados que realizamos con la encuesta a adultos (2) indica que el único factor asociado con pegar a los hijos es el haber recibido golpes en la infancia. Ni el empleo, ni el nivel de educación, ni el estado civil, ni la afiliación religiosa resultaron asociados. El otro factor asociado al uso de castigos físicos es el género, las mujeres pegan más a los niños y niñas que los hombres. Pero sabemos que esto se debe a que las mujeres dedican más tiempo a la crianza. Afortunadamente se puede cortar esta cadena intergeneracional de desamor. Otro participante en nuestros talleres luego de contar su historia de maltrato infantil me impactó con estas palabras: Mis padres nunca recibieron amor por tanto no podían transmitirlo a sus hijos y así comencé yo también con mis propios hijos, maltratándolos, no podía transmitirles amor hasta que aprendí a hacerlo. Hay muchos padres y madres que recibieron violencia y ahora a pesar de las dificultades y contradicciones están tratando de dar amor y respeto. Como dice Martin Luther King: “Nosotros devolveremos bien por mal”. Yo siento que estoy en esa lista de padres y sé que ustedes también. Yo recibí bastantes fajazos de mis padres, pero mis hijos no han vivido eso nunca. Por supuesto que cometo errores con mis hijos. Me quedan residuos de patrones violentos porque no es fácil erradicar por completo ese modelo, pero estoy profundamente comprometido con el cambio. Nunca olvido cuando le apreté las rodillas a mi hijo cuando él tenía cuatro años, usando yo mis propias rodillas, forzándolo a ponerse la ropa y acabar de una vez de vestirlo, lo lastimé y me imagino que se sintió tan invadido que su reacción fue escupirme la cara y gritarme enfurecido. Su madre solo vio esa última parte de la escena, cuando el niño me agredía y le dijo que me fuera a pedir disculpas. Mientras tanto yo estaba ya sentado en el porche de mi casa, sintiéndome herido como a un patriarca que lo irrespetan injustamente. El niño llegó muy humilde a pedirme disculpas y fue en ese momento que recapacité y tomé conciencia de que quien merecía disculpas era él, pues quien se había portado mal principalmente era yo, y así se lo hice saber. 7 Otro aspecto personal que debemos trabajar son nuestras actitudes y expectativas más profundas que guardamos hacia cada uno de nuestros hijos. En su libro “Tu hijo, tu espejo” la psicóloga Martha Alicia Chávez (14) nos dice que inconscientemente los padres proyectamos en los hijos nuestras expectativas de la vida, nuestras frustraciones, conflictos no resueltos, así como nuestras cualidades. La autora nos desafía a explorar “la parte oculta” de nuestra relación con los hijos, tales como sentimientos inconscientes de vergüenza o de rechazo hacia uno de nuestros hijos, quizá por haber sido un hijo no deseado, por nacer mujer esperando un varón, o por haber tenido el padre que sacrificarse ante un hijo enfermo, o incluso por haber salido tan parecido a un familiar que nos cae mal. Algunos padres quieren que sus hijos logren lo que ellos no pudieron lograr e imponen una demanda externa al hijo difícil de sobrellevar. Algunos hijos terminan complaciendo a los padres sacrificando su propio proyecto de vida, otros se rebelan con los consecuentes conflictos. Hay que tomar conciencia de nuestros verdaderos sentimientos, plantea la autora, no reprimirlos, para poder reconocerlos y así dar paso al amor y a la aceptación. En la misma línea, el autor del libro “La Medicina del Alma” Eric Rolf (15) nos desafía diciendo que las enfermedades de los niños son un reflejo de aspectos en los padres. Estos autores nos sugieren que al fin de cuentas si yo como padre cambio, si elevo mi consciencia, también cambia la relación con mi hijo y por añadidura también pueden superarse los problemas que presenta mi hijo. En un sentido más general el doctor Florencio Vásquez plantea que “si quieres hacer un cambio en la humanidad cambia eso en ti y comenzará a cambiar la humanidad”. Esto nos conduce a algo que todos hemos escuchado: enseñar con el ejemplo. Me encanta un afiche de Save the Children que dice “Papá, mamá, cuando controlas tu rabia me enseñas a controlar la mía”. “Si cada vez que te enojas me pegas, me enseñas que los problemas se resuelven a golpes”. Edgar Guest nos dice en fragmentos de su poema “Prefiero ver un sermón” (16) lo siguiente: “Pueda que no siga tus consejos, pero sí tu ejemplo. Preferiría mil veces ver un ejemplo que oírlo; Los ojos son mejores alumnos y más deseosos de aprender que los oídos; Los consejos, por magníficos que sean, confunden pero los ejemplos son muy claros; prefiero aprender la lección observando lo que haces.” El autocuido y el autoanálisis que estoy proponiendo también incluye examinar nuestras relaciones con los demás adultos de la familia. ¿Cómo me llevo con la madre de mis hijos o con la pareja con quien comparto la crianza de mis hijos? ¿Es una relación respetuosa donde hay buena comunicación o nos estamos tirando los trastes a la cabeza ahogados en conflictos destructivos? Sin duda, esto va a afectar la relación con los hijos. Por ejemplo, el machismo de muchos hombres y su falta de consideración hacia sus parejas, crea un ambiente tenso y dañino para las relaciones familiares. A veces los problemas de comportamiento de los niños y niñas es el resultado de los pleitos adultos que sienten en su hogar. Aunque no hay justificación para el maltrato infantil, estas condiciones familiares nocivas predispone a los adultos a cometer graves errores en el trato hacia las niñas y los niños. Por el contrario, se considera que para la niñez un factor protector ante las adversidades es si los padres se aman y lo expresan. 8 En síntesis, “la única forma de ser padres buenos es ser padres felices” nos propone la psicóloga Martha Alicia Chávez. Y en complemento a esta pedagogía de la felicidad calza perfectamente este pensamiento del pintor Donald Zolan “El mejor medio para hacer buenos a los hijos es hacerlos felices”. Es más difícil para un hijo ser feliz, y por ende ser bueno, si convive con unos progenitores amargados o estresados. Ocupémonos entonces por sanar, por cuidarnos a nosotros mismos, para contagiar a nuestros hijos de esa positividad. TERCER PILAR: LA RELACION La relación entre los adultos y los niños(as) no puede seguir estando basada en un modelo jerárquico y autoritario, unidireccional, donde el adulto manda y sabe y el niño obedece y asimila. Esta relación deber ser más un proceso de aprendizaje mutuo donde ambas partes enseñan y aprenden. Es una interacción. La relación tiene que ser de un sujeto social a otro sujeto social, y no de un sujeto a un objeto. El respeto debe ser mutuo. Al mandato tradicional de “respetar a los mayores” le ha hecho falta su contraparte, “respetar a los menores”. Jesper Juul en su libro “Tu hijo competente” propone ver a la familia como una comunidad de seres con igual dignidad y no como una estructura de poder vertical. Esto implica un profundo compromiso con el cuido de la integridad de los niños, niñas y adolescentes, respetando sus cuerpos, sus sentimientos, su privacidad, sus necesidades. En las relaciones humanas basadas en relaciones desiguales de poder solo hay dos alternativas: o estás “arriba” mandando o estás “abajo” obedeciendo. Por eso cuando a los adultos les proponemos renunciar a su autoritarismo hacia la niñez inmediatamente viene el fantasma del niño dominante, manipulador, tirano. Igual sucede en las relaciones entre los géneros. Los hombres temen que las mujeres los manden si se portan ellos “suaves”. Afortunadamente, hay una tercera vía, en donde ni los hijos(as) son esclavos de los padres ni los padres esclavos de los hijos. Podemos aprender a salir de esta dinámica de lucha de poder, superar el dañino juego de probar a la tercia, a ver quien tiene más fuerza, si el capricho del hijo o el mandato de la madre, o quien tiene la razón, si el sabio padre o la moderna hija. Los conflictos con los hijos no tienen por qué considerarse un “problema”. En el viejo modelo todo conflicto es sinónimo de pleito y evidencia que los padres no saben manejar a sus hijos o que los hijos son muy terribles, y carentes de consideración y buenos modales. En el nuevo modelo los conflictos con los hijos es algo normal, porque entre personas distintas con intereses particulares es lógico que surjan desavenencias. La clave está en cómo enfrentar constructivamente estos conflictos. Llegado a este punto, algunos objetarán ¿Entonces hay que dejar a los niños hacer lo que quieran? ¿Vamos a renunciar a la autoridad paterna? Una maestra me decía en un taller ¿Entonces no se les puede exigir a los alumnos porque se les violenta sus derechos? Por supuesto que no se trata de eso. No hay que confundir autoritarismo, que es abuso de poder, con autoridad, que es un uso responsable del poder. Niñas(os) y adultos somos iguales en 9 dignidad pero tenemos roles distintos, somos diferentes en cuanto a responsabilidad. En un hogar a los adultos nos toca asegurar el sustento material. Somos los responsables por la protección de la familia, de los pequeños y los ancianos. Incluso, el clima emocional en las relaciones familiares está determinado por los adultos, no por los niños(as). Sin embargo, esa dependencia relativa de los niños, niñas, adolescentes hacia los adultos no debemos utilizarla para someterlos a nuestra voluntad. Debemos ejercer los adultos un liderazgo, por supuesto. Con los niños y niñas pequeñas sobre todo debemos brindarles orientaciones claras para la conducta, como bien explica Joan Durrant y la mayoría de psicólogos infantiles. Debemos ser guías. Expresarles cómo esperamos que se comporten. Acordar reglas claves de seguridad, de respeto, de horarios de comida y dormida. Explicar las razones de nuestras peticiones. Explicarles como superar los errores y por qué ciertas conductas son inapropiadas. Ayudarles a que corrijan sus errores, reparen o compensen los daños, o permitir que ocurran los efectos negativos de sus actos para que aprendan de la experiencia y les ayude a tomar mejores decisiones. Y a medida que van creciendo, llegando a adolescentes, es vital desarrollar las habilidades para negociar y llegar a acuerdos. Tanto en los hogares como escuelas y cualquier otro espacio social se necesitan de una estructura, reglas de convivencia, y hay que ayudar a los niñas y niñas a reconocer que se debe respetar los límites de otros, y a afrontar las consecuencias de nuestros actos cuando traspasamos esos límites. También deben aprender a tolerar frustraciones en la vida, pues no todo lo que pidan les será dado en la forma que esperan recibirlo. Tan dañino es el autoritarismo adulto como la negligencia al no asumir nuestra responsabilidad de liderazgo en ser guías de los niños y niñas. La sobreprotección a los niños también es dañina, así como la permisividad. Hay gente que afirma que los jóvenes que se hacen delincuentes, antisociales, adictos, etc. es por exceso de lujos en su infancia o por falta de firmeza de los padres. Yo pienso que es por falta de amor. Quizás estos niños recibieron mucho de lo que pedían (posesiones materiales), pero poco de lo que realmente necesitaban (amor, cercanía de sus padres). Y aquí llegamos al elemento más importante de una relación entre adultos y niños(as): el amor incondicional. Se trata de amar a nuestros hijos e hijas por lo que son, no por lo que hacen, no por lo que logran, ni por cómo lucen. Y ese sentimiento de amor debe ser coherente con comportamientos amorosos. No se puede sentir amor y actuar con rabia y violencia. El amor hay que expresarlo, no solo sentirlo. Dice Carola Gowland: “Detrás de cada padre, hay uno o varios hijos esperando escuchar de sus labios estas tres palabras: te quiero mucho”. Abrazarlos, confortarlos, atenderlos, responder a sus preguntas y a sus solicitudes con toda seriedad (aunque no podamos satisfacer todas sus demandas). Todo esto es vital para una relación amorosa, así como reír con ellos, animarlos cuando algo les es difícil, escucharlos, interesarnos y participar en la vida social de nuestros hijos, y que ellos conozca la nuestra. Ir a sus eventos! Conocer sus amistades. Hacer cosas juntos: jugar, bailar, oír música, leer, ver TV, pasear, platicar, apapachar. A los hijos e hijas hay que dedicarles tiempo. Hay un discurso moderno que plantea que lo más importante es la 10

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Alice Miller (11) argumenta que “las primeras experiencias También plantea Alice Miller que los padres y madres pegan a sus hijos para mantener.
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