Description:Soy el primero en reconocer que mi oficio puede, en apariencia, despertar envidias de muchas gentes, de muchos hombres en especial. Casi todos los que me ven entrar cada mañana en mi lugar de trabajo y además sin estar demasiado sujeto a horas rígidas, deben pensar: «¿Pero a ese tío, encima, para hacer eso, le dan dinero?». En efecto, cada día, sobre las diez, pero si son las once no importa, dejo mi magnífico «DS 21» en la plaza Vendôme, en el sitio más aristocrático de París. Allí tengo un aparcamiento reservado, que la casa donde trabajo cuida, pagando por él más dinero que si allí hubiera petróleo. Entro en un despacho para mí solo, cargo la pipa, enchufo el tocadiscos estereofónico y me pongo a pensar. De vez en cuando, por si fuera poco, pasan ante mí bellas mujeres, con las más variadas vestiduras y en las posturas más lánguidas, más sugestivas o quién sabe si más perversas. Me hablan, se sientan ante mi mesa, y me confiesan sus problemas más íntimos.