ebook img

revista de la sociedad española de amigos del arte segundo cuatrimestre madrid 1959 PDF

66 Pages·2009·64.19 MB·Spanish
by  
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview revista de la sociedad española de amigos del arte segundo cuatrimestre madrid 1959

REVISTA DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE AMIGOS DEL ARTE SEGUNDO CUATRIMESTRE M A D R ID 1959 L DEPÓSITO LEGAL: M. 7.085.—1958 ARTE ESPAÑOL] REVISTA DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE AMIGOS DEL ARTl AÑO XLII. XVII DE LA 3.» ÉPOCA ~ TOMO XXII - 2.° CUATRIMESTRE DE l%{ AVENIDA DE CALVO SOTSLO, 20, BAJO IZQUIERDA (PALACIO DE LA BIBLIOTECA NACIONAL) D I R E C T O R: M A R Q U ES DE L O Z O YA SECRETARIO BE REDACCIÓN: D. JOAQUÍN DE LA PUENTE PÉREZ S U M A R IO Hags. BERNARDINO DE PANTORBA: Antonio María Esquive! 155 ARTURO PERERA: Jardines de España; por Joaquín Sorolla y Bastida 180 JOAQUÍN DE LA PUENTE: Gloria Merino y su tiempo 182 BIBLIOGRAFÍA.—José Hernández Perera: El reloj en la pintura española. (A. Perera.). . 188 e ü T ? £> ~ 0 Precios de suscripción para España: Año, 40 pesetas; námero suelto, 15; número doble, í«. Para el Extranjero: 50, 18 y 36, respectivamente. Número» atrasados, 25 pesetas. Antonio María Esquivel Por BERNARDINO DE PANTORBA S E ha conmemorado en Madrid el centenario de la muerte de Esquivel con un libro y una exposición. El libro, escrito por don José Guerrero Lovillo, lo ha editado el Instituto Diego Velázquez (dependiente, como es sabido, del Con sejo Superior de Investigaciones Científicas), en la serie "Artes y Artistas", y la exposición se ha celebrado en un salón de la planta baja del Museo Romántico, por felicísima iniciativa de don Mariano Rodríguez de Rivas, activo y culto director de ese museo. En la imposibilidad de exhibir juntos, dada la insuficiencia del local, todos los cuadros de Esquivel que se habían reunido para tal fin, la exposición fué presentada en tres tandas sucesivas; la primera, con veintiséis obras, estuvo abierta al púbbico desde el 23 de diciembre de 1957 hasta el 25 de enero siguiente; la segunda, con veinte, del 27 de enero al último día de marzo, y la tercera, con doce, durante los meses de abril y mayo. Sirvió esta interesante exposición para remozar el recuerdo, nunca del todo per dido, pese a las frivolidades de nuestros días, de Antonio María Esquivel, y el libro, con la larga difusión que todo libro presta, servirá para fortalecer la fama de ese nombre y el conocimiento de su pintura; nombre y pintura sobre los cuales brilla, por encima del tiempo, un halo de poderosa simpatía. Acaso no sea Esquivel el más puro, ni, por ende, el más representativo de nues tros pintores románticos; pero sí es, indiscutiblemente, uno de los más delicados y nobles. Contemplando los cuadros suyos expuestos en el Museo Romántico, y repa sando las páginas de la monografía del señor Guerrero Lovillo, hemos reforzado el alto concepto que la pintura de Esquivel nos ha merecido siempre. Fué Esquivel un pintor de fina estirpe, muy bien encuadrado en su época, sin rasgos geniales ni pro fundidad de carácter, ciertamente; no muy denso, ni muy agudo, ni muy sólido, pero sí sereno, elegante y armonioso. Carece su arte de la fuerza recóndita que tiene siempre lo grande; pero no escasean en él las notas exquisitas, reveladoras de un espíritu rico y matizado. Sin tener gran elocuencia, su obra es hondamente expre siva. Sin avanzar sobre su tiempo, en busca de un futuro de gloria, sabe recoger fiel mente la sustancia espiritual de sus días y nos la transmite en bellas evocaciones. Esquivel cultivó el género religioso; trazó composiciones mitológicas; pintó cuadros de historia, e hizo alguna excursión por la zona costumbrista, por la escena andaluza; mas todo ello palidece y pierde consistencia, al lado de sus retratos. Los retratos, que forman el sector más copioso de la producción de este maestro sevi llano, son, sin duda, lo mejor de ella, aquello en que la vocación del artista mani festóse con mayor firmeza, donde lució con la máxima eficacia su lenguaje pictó- 255 A R TE E S P A Ñ O rico. Y eso que no era el retrato, según autoconfesión, lo que Esquivel prefería. Pintábalo éste por estricta necesidad material, antes que por atracción y goce; por no hallar personas que le pagasen otra clase de pintura, como reconocía él mismo en carta escrita pocos años antes de su muerte (1). Nació nuestro artista en Sevilla, el 8 de marzo de 1806. Fueron sus padres el capitán de Caballería don Francisco Esquivel y doña Lucrecia Suárez de Llrbina, sevillana. Muerto don Francisco en la batalla de Bailen —19 de julio de 1808—, la viuda y el huérfano quedaron sin recursos, en el mayor desamparo (2). Con esa denodada entereza que no es ciertamente rara en viudas empobrecidas, la de Esquivel supo defender la infancia de su hijo, quien luego, ya en sus primeros pasos juveniles, conoció las estrecheces y amarguras del que tiene que levantar a pulso, sin ayuda de nadie, sus estudios. Recibió el niño su enseñanza de letras cuando tuvo edad de recibirla. Después asistió a las clases de humanidades que se daban en el Colegio hispalense de Santo Tomás. Casi por el mismo tiempo, ya manifestadas sus aficiones, comenzó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes, donde, a partir del segundo año de su ingreso, hizo grandes adelantos. Como maestro suyo se cita el nombre de un don Francisco Gu tiérrez, imitador de Murillo. No teniéndose la menor noticia de ese pintor, y sabién dose que vivía por entonces en Sevilla don José María Gutiérrez, artista que en 1785 había sido premiado en dicha Escuela, de la que en 1829 fué nombrado te niente director, y director en 1835, permítasenos suponer que no aquel desconocido don Francisco Gutiérrez, sino este otro pintor de igual apellido fuera el maestro de Esquivel. Con uno u otro, el aprendizaje artístico seguiría la misma ruta, ya que los pintores hispalenses de aquellos años, casi sin excepción, trabajaban dentro de una órbita invariable: la murillesca. Murillo orientaba e "inspiraba" toda la pintura sevillana de los principios del siglo XIX. Naturalmente, Esquivel entró también en esa influencia, y así lo denotan, unos más que otros, casi todos sus cuadros re ligiosos. Tuvo el joven Esquivel su primer "protector" en la persona de un dorador de molduras llamado Juan de Ojeda, que vivía frente a su casa. En el taller de este artesano pasaba el principiante muchas horas del día, ejercitándose en el dibujo y en la copia de cuadros. Algo después, según nos informa un antiguo biógrafo, al parecer, bien enterado, se lo llevó a su casa don Francisco de Oviedo, hombre muy aficionado a la pintura, que le costeó la mantención y los medios para que trabajase y, además, no tardó en proporcionarle modestos compradores de sus ingenuos cuadros. En fecha que no nos es posible precisar —no antes de 1821—Esquivel, sin dejar del todo los pinceles, se alistó en el ejército. Como soldado de la Müicia Nacional, a (1) Tocando el punto, su amigo y discípulo don Luis Villanueva, en artículo publicado en 1844, en el "Museo de las r< milias", afirmaba: "Mil veces le hemos oído decir que por su gusto no haría un solo retrato; sin embargo, tiene su casa siemp llena de ellos; y ai no se decidiera a hacerlos, es muy probable que viviese en la indigencia". (2) "Tenía Esquivel parientes ricos; pero todos se alejaron de esta infeliz familia, mientras se halló sumergida en la i digencia. La madre, reducida a muy escasos recursos, para que su hijo fuese instruido en las primeras letras y humánala como principio y fundamento de la carrera literaria a que pensaba dedicarlo, tuvo que vivir con la mayor estrechez, oes ciéndose de cuantas alhajas poseía". (Palabras de un antiguo biógrafo de Esquivel.) 256 A R TE E S P A Ñ OL las órdenes del benemérito liberal don Manuel Cortina, que mandaba la compañía de granaderos, lo vemos luchar en Cádiz, en 1823, contra los franceses reaccionarios mandados por el duque de Angulema. Sabido es que los países europeos que formaban la Santa Alianza —venga esto aquí a título informativo—habían declarado, el 12 de mayo de 1821—como escribe el notable historiador gaditano don Alfonso Moreno Espinosa —, que "los cambios en la legislación de los Estados no deben emanar sino de aquellos a quienes Dios ha hecho responsables del poder. En virtud de esta abominable y absurda doctrina, Francia, que en 1808 nos trajo el programa de la Revolución en la espada de Bonaparte, en 1822 nos envió los «cien mil hijos de San Luis», para restablecer el antiguo régimen. Al acercarse a Madrid los nuevos invasores, las Cortes se tras ladaron, con el rey, primero a Sevilla y luego a Cádiz, que, tras heroico sitio, en que se distinguió la Milicia de Madrid, defendiendo el «Trocadero», hubo de ca pitular". En esa defensa del Trocadero destacó, por su pundonor y arrojo, Esquivel, según nos refieren sus biógrafos, y por ello, pasados los años, en 1840, un Gobierno liberal le concedió la cruz y placa conmemorativa del Sitio de Cádiz. Ha dicho al guien que tardíamente se reconocían así los méritos castrenses del hijo del militar muerto en Bailen; pero no olvidemos que esos méritos no podían ser reconocidos jamás por un Gobierno fernandino, y, después de la muerte de Fernando VII (1833), harto tuvieron que hacer los políticos y militares isabelinos con defender el trono, de la sangrienta lucha provocada por los carlistas. Si no en aquellas mismas jornadas gaditanas, por tierra andaluza anduvo tam bién por entonces, peleando a favor de las ideas liberales de España, el pintor ga llego Genaro Pérez Villaamil, que en tales andanzas resultó herido y prisionero de los franceses. De Cádiz, ya terminado el memorable Sitio, Esquivel volvió a su ciudad natal, donde reanudó intensamente sus actividades artísticas, no tardando en conquistar cierto prestigio, "a fuerza de vigilias y tareas", como dejó dicho uno de los escri tores que de él trataron. No parece, con todo, que tuviera despejada su situación económica, pues, ya casado —contrajo matrimonio, en Sevilla, el año 1827, con doña Antonia Rivas—, el sostenimiento de su hogar le obligó a ocuparse, más de una vez, en cosas un tanto ajenas a su profesión. Con la rapidez que le caracteri zaba, dióse a pintar cuadros, si no de pacotilla poco menos, los cuales vendía fá cilmente a los chalanes de la ciudad y a algunos particulares. Entre éstos merece mención don Guillermo Estrachan, secretario del Gobierno político de Sevilla, que favoreció cuanto pudo al artista, su amigo (1). En 1831, tras alguna tentativa no cuajada, consiguió Esquivel realizar el viaje a Madrid, ya proyectado desde unos años antes. Tal viaje, con el cual buscaba porvenir más claro para su arte y medios más holgados para su casa, lo faciütó, dán dole al viajero "dos onzas", su amigo el inglés mister Williams, cónsul a la sazón de su país en la capital andaluza y acaudalado hombre de negocios, al par que sagaz coleccionista de cuadros. Otro pintor sevillano, José Gutiérrez (que unos autores identifican con José Gutiérrez de la Vega, y otros no), acompañó a Esquivel en el dicho viaje, y es de (1) "Lo tuvo en su casa muchos días, ocupándolo en variaí obras para su museo particular, y recompensándole estos trabajos con esplendidez". (De un antiguo biógrafo de Esquivel.) 157 A R TE E S P A Ñ OL suponer que viviera un tiempo con él en la corte, donde nuestro artista no tardó en poner casa, instalándose en ella con su mujer y sus hijos. Esta primera estancia madrileña de Esquivel comprendió unos siete años. En octubre de 1838 regresaba el pintor a Sevilla, ignórase si impulsado por la nostal gia, o por razones de salud o de familia, o requerido por algún trabajo profesional. Durante aquellos años pasados en Madrid Esquivel pintó mucho. Con algunas de sus mejores obras concurrió a certámenes diveisos. Obtuvo su primer éxito en el verano de 1832; al 1.° de julio pertenece la noticia más antigua que tenemos de su vida en la corte. Habiéndose presentado al concurso general de premios or ganizado, en ese año, por la Academia de Bellas Artes de San Fernando, recibió, por sus ejercicios, el nombramiento de académico de mérito. (Igual título recibía, al mismo tiempo, José Gutiérrez de la Vega.) En 1835, 1837 y 1838 viéronse cuadros suyos en las exposiciones abiertas por dicho organismo, y en 1837 y 1838, en las dos primeras celebradas por el Liceo Artístico y Literario. Las obras expuestas fueron: en la Academia, en 1835: Un alquimista, Muchachos con un perro, La Virgen del Rosario y Danid triunfante; en 1837: La Transfiguración del Señor, seis Apóstoles y los retratos de la Marquesa de Villagarcía y su hija, y en 1838, los de la Reina Gobernadora, Isabel II y la In fanta Luisa Fernanda. En el Liceo, en 1837: Una bacante, Psiquis y Cupido, Escena de celos, Cabeza de muchacho, Media figura de mujer, retrato, a la aguada, de don José Fernández de la Vega y las mismas figuras de Apóstoles presentadas en la Aca demia, y en 1838: David triunfante, La muerte de Abel, Doña María de Molina am parando al Infante don Juan, dos copias (una de Tiziano y la otra de Murillo), tres retratos y algunos pequeños cuadros ejecutados en las "sesiones de competencia" del Liceo. Este Liceo, centro de cultura, con algo de casino y no poco de escuela, verdadero hogar del romanticismo madrileño, se fundó a fines de marzo de 1837 (casi año y medio después de la fundación del Ateneo), por un reducido grupo de escritores y artistas entusiastas que capitaneaba el citado Fernández de la Vega, y en el cual, además de Esquivel, figuraban, entre los pintores, Pérez Villaamil, Camarón, Gu tiérrez de la Vega y Elbo. En ese núcleo de organizadores tomó parte muy desta cada, desde los primeros momentos, nuestro pintor, quien, al punto, fué nombrado vocal de su sección de Pintura y profesor, con don Juan Drumen, de sus clases de anatomía pictórica; poco después, presidente de la dicha sección. Gozaron de justa fama los "jueves del Liceo", días en que había sesiones públi cas en su domicilio, con caudalosas y placenteras muestras de poesía, música y pintura (1). En alguna de ellas, según refiere un cronista, Esquivel, que pintaba con extraordinaria facilidad, de lo que hacía gala frecuentemente, llegó a ejecutar un excelente retrato en menos de dos horas. "Componía de memoria cuadritos de his toria y de género—leemos—, con una facilidad y rapidez, que sólo Pérez Villaamil podía superar". A lo mismo hacía referencia, en 1838, González Bravo: "La facili dad prodigiosa de Esquivel es poco menos que proverbial en Madrid". Catorce años tuvo de vida el Liceo (pues se cerró en 1851) y, durante todos (1) Desde el 3 de enero de 1839 tuvo el Liceo espléndido alojamiento en el palacio de los duques de Villahermosa. Con tal motivo celebró un variado concierto, al que asistió la Reina Gobernadora doña María Cristina, que siempre dispenso su protección y su simpatia a la culta Sociedad. El órgano de ésta que, bajo el titulo de "El Liceo Artístico y Literario Español , se publicaba en Madrid, desde enero del 38, mensualmente, dice que, después del fundador, Fernández de la Vega, fueron los "primeros individuos del Liceo" Esquivel, José Gutiérrez, José Elbo, Pérez Villaamil, Pastor Díaz y José Fidalgo. 158 A R TE E S P A Ñ OL ellos, la presencia de Esquivel, con su trabajo incansable, puede decirse que fué permanente. En octubre de 1838, viéndose de nuevo en Sevilla, Esquivel se entregó a los pin celes con su entusiasmo acostumbrado; abierto ya en la capital andaluza un Liceo similar en todo al de Madrid, a él llevó también su actividad, concurriendo a sus exposiciones y "sesiones de competencia", en unión de Eduardo Cano, José y Joa quín Bécquer, Antonio Bejaraño, Manuel Barrón, José María Romero y otros pintores menos conocidos. En la exposición hecha allí en febrero de 1839 presentó el retrato de su madre, que fué elogiadísimo, y dos más. También expuso, poco des pués, otros cuadros originales y alguna copia de Murillo. ' Mas, de pronto, la sombra de una gran desgracia se abatió sobre la vida de Es quivel, conturbando su espíritu, antes sereno y dichoso. Fué cuando, mediado el año 1839, a causa de un humor herpético que, de meses atrás, venía sufriendo, rebelde a los tratamientos que, primero en Madrid y luego en Sevilla, se le habían aplicado, el artista quedó ciego. La noticia de su ceguera, extendiéndose velozmente por todos los medios artísticos españoles, produjo en todos doloroso estupor. Vióse entonces cómo muchos amigos y compañeros del desventurado acudían, solícitos, en su socorro. Aparte los comentarios, más o menos líricos, que insertaron varias revistas literarias de la época, y los versos condoliéndose de la desgracia del pin tor (1), hubo felices iniciativas de carácter "práctico". A propuesta de Pérez Vi ilaamil, el Liceo de Madrid abrió, el 17 de noviembre del citado año, una suscrip ción pública para auxiliar al necesitado, la cual, ya en diciembre, alcanzaba una re caudación considerable (2). Para aumentarla, se acudió al recurso de la función teatral benéfica, con el aliciente, además, de una rifa de cuadros. Se celebró la fun ción en el escenario desmontable del Liceo, la noche del 8 de abril de 1840, con nu trida concurrencia (más de ochocientos espectadores) y esplendor inusitado. For maban el programa la comedia de Bretón de los Herreros Pruebas de amor con- yugal, escrita expresamente para dicho acto, un recital de música y uno de versos, en el que tomaron parte Espronceda, Zorrilla, Hartzenbusch, Campoamor y Romero Larrañaga, y el sorteo de los cuadros que habían cedido algunos pintores (3). Des contados los gastos, que ascendieron a cerca de 6.000 reales, produjo el beneficio un líquido de 20.846, cantidad que se remitió rápidamente a Sevilla. También en Sevilla, en Granada y en Zaragoza se abrieron suscripciones y so organizaron actos con el mismo objeto. El Liceo granadino abrió la suya el 22 de noviembre del 39. En Sevilla, la actriz Antera Baus y el actor Juan Lombía celebraron, el 14 de diciembre, una velada teatral, en la que representaron La mujer de un artista, de Scribe, y el Liceo dio un concierto, el 5 de marzo siguiente, y expuso cuadros de Bejarano, Joaquín Bécquer, Barrón, Roldan y otros. Esquivel, que, en días de desolada amargura, perdida toda esperanza de recobrar su vista, había intentado por dos veces suicidarse, arrojándose al Guadalquivir, (1) Escribieron tales versos D. Juan del Peral, D. José Amador de los Ríos, D. Juan Miguel Arrambide, D. Félix Uzu- riga, D. Diego Herreros, D. Juan José Bueno, D. José Marta Fernández y otros. La composición del primero fue la más •xtensa; un poema titulado "El pintor ciego". (2) Además, se dirigió, para que le secundasen, a todos los Liceos ya fundados en España, entre ellos al filarmónico- dramático de Isabel II, abierto en Barcelona. (3) Entre éstos se han dado los nombres de Elbo, Van Halen y Rotondo. No los vemos en una vieja relación que nos me rece confianza. En ella dícese que fueron rifados óleos de Pérez Villaamil, Manuel Obispo, Carderera, José Brugada, Juan de Latorre, Diego de Agreda y Carmen Pizarro; acuarelas de Isabel de Castro, Francisco Prats, Ramón Gil y Antonio Bravo; miniaturas de Petronila Menchaca y la Condesa de Donadío, y dibujos de Rosario Weiss. 159 A R TE E S P A Ñ OL pudo así, merced a la generosidad de sus buenos amigos y compañeros, cubrir las necesidades que su desgracia le había creado. Aconsejáronle muchos, según consta, que se fuera al extranjero (Francia, Alemania), en busca de oculistas eminentes; que pudieran devolverle la visión. Léase lo que, a principios de marzo de 1840, publicaba un periódico sevillano: "Desearíamos que el señor Esquivel, venciendo esa repugnancia que parece mostrar al viaje a Francia, que le han aconsejado para su total curación, lo verificase cuanto antes; acaso en aquel país, o en otros más remotos, encuentre un nuevo "Alvinus" que le restituya la casi perdida vista, y con ella el más grande placer a sus numerosos amigos". No está demostrado, pese a ciertas afirmaciones (como la del Marqués de Val- mar), que Esquivel realizara aquel aconsejado viaje. Don Luis Villanueva, auto ridad en este asunto, dice que al pintor le devolvieron la vista unas enérgicas y peligrosas fumigaciones que le suministró en Sevilla su amigo el comerciante —no médico—don Santos Alonso (1). En junio del 40, ya totalmente restablecido, quiso el maestro agradecer, de modo ostensible, cuanto en beneficio suyo había hecho el Liceo Artístico y Literario de Madrid, y con tal objeto pintó un lienzo de gran tamaño, sobre el tema de "la caída de Luzbel", y lo regaló al citado Centro, afírmase que "desdeñando crecidas cantidades que ya le habían ofrecido por él". El Liceo lo expuso en su escenario, el 25 de abril de 1841, en acto solemne, en el cual su secretario, el arquitecto don Narciso Pascual Colomer, leyó a los numerosos socios allí congregados la carta que, con el cuadro, había remitido el artista, llena de agradecimiento. Decía en ella: "No como equivalente de una cosa que por su consideración y oportunidad no tiene precio, sino como muestra de la profunda gratitud que excitó en mí el generoso desprendimiento del Liceo de Madrid, en la época de mi desgracia, tengo la honra de ofrecerle la primera obra que emprendí después de mi restablecimiento. Si la mano obedeciera ciegamente al corazón, y el entendimiento a la voluntad, sería una obra maestra; pero, ya que a mi débil talento no sea dado producirla digna del objeto a que la consagro, supla la benevolencia del Liceo lo que a ella falta, y re cíbala como sincera expresión de los sentimientos que hacia él me animan". * * * De nuevo instalado en Madrid, Esquivel pasó ya aqui el resto de su vida: die ciséis años (marzo de 1841 a abril de 1857); durante ellos trabajó incesantemente, exponiendo con frecuencia sus cuadros, desempeñando cargos, ejerciendo la ense ñanza, escribiendo... Famoso su nombre y multiplicados sus amigos, numerosas personas de viso social y relieve intelectual en la corte "posaron" ante su caballete. Trató Esquivel (1) He aquí, un tanto compendiadas, las palabras de don Luis Villanueva, que se publicaron en 1844, viviendo, P""' Esquivel: "Desesperado de su angustiosa situación, cansado de la inutilidad de los remedios que con él habían empleado, se decidió por fin a aplicarse uno terrible y expuesto que le suministró su amigo D. Santos Alonso, del comercio de Sevilla, consistía en unas fuertes fumigaciones que había de aspirar por espacio lo menos de quince días y que, como le advirtió e mismo que le suministró el medicamento, no todos podían sufrirlas. La fuerte naturaleza de Esquivel y el cuidado con que sf le administraron las fumigaciones hicieron que éstas diesen buenos resultados; con efecto, a los siete días ya sus ojos percibía" la benéfica influencia de los rayos del sol; siguió tomando las fumigaciones, y a los quince escasos ya se hallaba casi comple a mente bueno, aunque sentía la vista sumamente irritada... pero esto fue desapareciendo y corrigiéndose por el tiempo > baños que tomó por espacio de algunos años; no ha sido completa su curación, si bien la debilidad de su vista no le imp 1 trabajar constantemente, y quizá más de lo que su salud le permite". 160 A R TE E S P A Ñ OL a muchos escritores y políticos, con los cuales convivía en el Liceo, en el Ateneo, en el Parnasillo, en teatros, cafés y salones. Asistía a fiestas y tertulias, donde siem pre ponía la nota de su cordialidad y su buen gusto. Cierto que ni la excelencia de su arte, ni la limpieza de su conducta, ni la simpatía que despertaba su carácter, le libraron, en el campo de la crítica, de censuras in merecidas. No pocas veces su pintura fué juzgada con evidente mala intención. Conviene, a este respecto, recordar que el sevillano no sostenía relaciones muy amistosas con Federico de Madrazo, el retratista español más celebrado de su época, y sabido es que la familia Madrazo —el "clan Madrazo", como se le ha denominado muy bien—ejercía en Madrid una verdadera dictadura artística, con todos los resortes de mala o peor ley de que las dictaduras se valen para perjudicar a sus ad versarios. El año 1842, en uno de los ataques periodísticos que los madracistas dirigieron insidiosamente"—y encubiertamente—a Esquivel, el zaherido tomó su propia de fensa; molesto en su orgullo, contestó, también públicamente (en el mismo perió dico, El Corresponsal, donde se le había atacado), con estas rotundas palabras: Esquivel es demasiado artista para no dejar el cuidado de su reputación al público. Esquivel no tiene tanto amor propio, que se crea exento de defectos; pero cuenta con el suficiente para despreciar las críticas oscuras, anónimas y de pandilla. Es quivel jamás creerá lícito formarse reputación a costa de la de los demás artistas, ni buscará ridículos pretextos para ensalzarse y deprimir a los demás. Respeta el talento donde quiera que lo encuentra, y no cree que el prestigio de nadie perjudi que al que con estudio, aplicación y trabajo, procura conquistarse el suyo". * * * He aquí ahora algunos datos relativos a la vida profesional de Esquivel, en los años correspondientes a la última etapa de su existencia en Madrid. Concurrió el artista a las Exposiciones de la Academia de San Fernando abiertas en 1841, 1842, 1845, 1846 ,1847, 1848 y 1849, a las del Liceo de 1843 y 1846 y al primer Certamen Nacional de Bellas Artes celebrado en 1856. En el Liceo presentó un retrato de Isabel II y La Ascensión del Señor, y en la Academia, en 1841, La caída de Luzbel (que mandó el Liceo), El ángel custodio, Los remordimientos y siete retratos (entre ellos, uno de Espartero y otro del actor González Mata); en 1842, Santas Justa y Rujina, Santa Cecilia, El Ángel de la Guarda, Jacob y Lía, La Virgen con el Niño, El nacimiento de Venus y varios retratos (uno de ellos, el del señor Cordero vestido de maragato); en 1845, Colón en La Rábida; en 1846, la Lectura de Zorrilla en el estudio del pintor; en 1847, Agar e Ismael despedidos por Abraham; en 1848, La Caridad, y en 1849, Cristo en casa de Marta y María, Cristo resucitando a la hija de Jairo y Cristo resucitando al hijo de la viuda de Naín. Finalmente, al Certamen de 1856 envió un grupo de retratos, un autorretrato y tres composiciones religiosas: La Virgen, el Niño y el Espíritu Santo, La Magdalena penitente y El Niño Jesús con la cruz y la corona de espinas. Sabemos también que Esquivel expuso cinco cuadros, a principios del año 1843, en el Museo de Sevilla; se habían visto a fines del año anterior, por algunos aficionados, en la casa sevillana de don José Escacena. Sus títulos: La Ascensión 161 A R TE E S P A Ñ OL del Ángel de la Guarda, El martirio de las santas Justa y Rufina, El nacimiento de Venus, Inmaculada Concepción y San Gabriel. (Los tres primeros son, probablemente, los mismos cuadros expuestos meses antes en la Academia. ) * * * En otro orden, debemos anotar los datos que siguen. En 1843 (el 19 de diciembre) Esquivel fué nombrado pintor de cámara; honor que él había pedido. En 1847, académico de número de la Real de San Fernando. En este mismo año publicó en El Artista (números 1, 2 y 6, del 7 y 14 de febrero y 14 de marzo) sus artículos sobre José Elbo y Francisco de Herrera "el Viejo". En 1848, su libro Tratado de Anatomía pictórica, enseñanza que años antes había desempeñado en el Liceo (como ya dijimos) y de la que era, a la sazón, catedrático numerario en la Academia (1). También conocemos de él un folleto editado en Ma drid, en 1838, bajo el título Observaciones acerca del estado actual de la Academia de Bellas Artes de San Fernando; un artículo titulado Peligros y perjuicios que re sultan de las preocupaciones en materia de pintura, que en ese mismo año publicó "El Liceo Artístico y Literario"; otro sobre Bellas Artes, publicado en "El Pano rama", el mismo año, y el dedicado a comentar la Exposición de la Academia, de 1841, que insertó "El Eco del Comercio" (2). Desaparecido el Liceo, como antes indicamos, en 1851, Esquivel se adhirió a la iniciativa de fundar una Sociedad Protectora de las Bellas Artes, cuya presiden cia honoraria pusieron los fundadores en manos de Isabel II. El banquero don José de Salamanca, como presidente, y Esquivel, cómo director facultativo, dispusié ronse a trabajar por la prosperidad de ese organismo; pero el pintor, desgraciada mente, no pudo allí sino iniciar la línea de sus tareas, ya que a las ocho de la noche del 9 de abril de 1857 rendía su cuerpo a la tierra. De su domicilio, la casa número 1 de la plazuela del Cordón, salió el entierro al día siguiente. Fué sepultado el ar tista en el cementerio de San Justo (no en el de San Isidro, como viene diciéndose). Hubo en el acto lectura de versos, según costumbre "romántica" de su tiempo (3). La familia, pobre, no pudo costear sufragios. * * * Quienes le conocieron nos dan de Esquivel la siguiente estampa: un hombre alto, de agradable porte y maneras afables; en su rostro moreno de andaluz, un poco pálido, brillaban sus ojos negros; el grueso bigote y la perilla, como el cabello, abundante y muy oscuro, los llevaba siempre pulcramente cuidados; vestía con elegante sencillez; gustaba de la música y la Uteratura; escribía bien, y era, en su conversación, tan locuaz como ameno, tan chistoso como culto. Aficionado a la esgrima, manejaba el florete con suma destreza. Cuantos le trataron corn il) La cubierta de este libro—el primero, en su género, escrito en español—ya declara que había sido "inspeccionado por la Real Academia de Bellas Artes de San Femando y aprobado por el Gobierno de S. M., para el estudio de los pintores y escultores**, y que su autor había "consultado, para su extracto y dibujos, las obras de los mejores autores y el natural . Añade la cubierta: "Consta: primero, de la explicación de los huesos; segundo, de la de los músculos, y tercero, de las propor ciones del cuerpo humano, las edades, los temperamentos, las diferentes razas y las pasiones". La Academia, para emitir su informe, requirió previamente el de los profesores del Colegio de San Carlos. Lleva el tratado 18 litografías. Para la enseñanza de la Anatomía, Esquivel pintó diferentes cuadros de osteología y miología. (2) Leemos en dicho artículo: "No podrá haber grandes composiciones históricas mientras los artistas se vean en la pre- cisión de ocuparse continuamente en hacer retratos, pues aun los pintores de más categoría se ven en la necesidad, no sol de dedicarse a este género, sino de sacrificar su gusto al de las personas que lo encargan...". (3) Habló D. Carlos Modesto Blasco y leyó un soneto el Sr. Sánchez Ramos. En cnanto a la sepultura, véase el ul'™ de D. Manuel Mesonero Romanos "Las sepulturas de los hombres ilustres en los cementerios de Madrid" (páginas 67 y oo;. 162

Description:
José Hernández Perera: El reloj en la pintura española. presentada en tres tandas sucesivas; la primera, con veintiséis obras, estuvo abierta.
See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.