1 EL OJO MÁGICO DE HORUS Autores: Tamara Pavón-Lice Moreno Nº Registro: GOO3876331122014 Edición Electrónica no comercial 2 Las facultades paranormales que muestran algunos de los personajes no son elementos de ficción, sino realidades patológicamente vividas por algunos seres a los que he conocido y he entrevistado. Y por supuesto la Orden “Children of the Sun” no es un mito. Lice Moreno 3 PROLOGO ALGO DE MITOLOGÍA En el principio de los tiempos, era Ra, el gran dios solar el que gobernaba el mundo. Su hija Nut, diosa del cielo tuvo a su vez cuatro hijos, que fueron las deidades principales de la cultura egipcia. El primero fue Osiris, un dios maravilloso, que amaba a los humanos. El segundo Seth, fue un dios vengador, duro y ambicioso que gobernaba los desiertos y las tierras estériles. Propiciaba las guerras y la violencia. Pero a pesar de su maldad era el señor de los Oasis de los desiertos. Luego nació Isis, la gran madre de la Humanidad, también benefactora y protectora de la raza humana. Gobernaba sobre la fecundidad y los nacimientos. Y por último nació Neftis que controlaba las tinieblas la oscuridad, la muerte y la noche. Osiris era el heredero del reino y tomó en matrimonio a su hermana Isis. En aquellos viejos tiempos los hombres eran como animales descarriados, practicaban el canibalismo y no tenían estructura social alguna. Fue Osiris el que le enseñó el cultivo de la tierra, les dotó de normas y leyes y les instruyó en las diversas artes y habilidades para la vida ordenada y feliz. Una vez pacificado el pueblo Osiris partió a otras tierras para instaurar las mismas leyes y normas a otros hombres. Fue Isis la que se quedó en Egipto para seguir en el buen gobierno, mientras su marido estaba fuera. Seth, corroído de envidia y odio hacia su hermano deseaba el trono y preparó un macabro plan para acabar con la vida de Osiris. 4 Seth preparó una gran fiesta para dar la bienvenida a su hermano que regresaba triunfante a gobernar de nuevo a su pueblo. La fiesta fue preparada por todo lo alto y con el mayor esplendor. Al final de la fiesta Seth mostró un cofre grande de oro ofertándolo a quien entrara dentro del mismo y encajara perfectamente dentro. Probaron unos y otros, pero para algunos era grande y para otros pequeño, hasta que finalmente Osiris movido por la curiosidad y el lujo del mismo se introdujo en el mismo, viendo que era perfecto para su cuerpo. El malvado Seth cerró bruscamente la puerta, la clavó y selló con plomo y la arrojó al Nilo. Isis al enterarse de la traición de Seth buscó el cadáver de su esposo sin descanso hasta que lo encontró en tierras lejanas de Egipto. Pero de nuevo Seth se enteró del regreso de Isis con el ataúd de Osiris y como venganza y escarmiento despedazó el cuerpo de Osiris en 14 trozos, que sumergió en diversos lugares a lo largo del Nilo. De nuevo Isis se puso a la tarea de recuperar a su difunto esposo hasta que consiguió reunir todos los trozos del mismo, menos el falo. Luego Isis utilizó sus poderes mágicos para resucitar a su esposo, a quien puso como monarca en el reino de los muertos. Con esa misma magia Isis consiguió concebir de su esposo a su hijo Horus, quien al alcanzar la mayoría de edad, se enfrentó a su tío Seth para vengar a su padre. En estos encarnizados combates Horus perdió su ojo izquierdo, pero el Dios Thot le entregó el Udyat, para que el dios pudiera recuperar la vista. Este ojo mágico tenía propiedades extraordinarias y otorgaba a Horus, poderes de sanación de clarividencia y de sabiduría sin límites. Hay que recordar a su vez que en este ir y venir de dioses, amores y desamores, Osiris, había tenido relaciones sexuales con su hermana Neftis, a la que había confundido con Isis, y de esta relación nació Anubis, quien se ocupó de los ritos funerarios. El ojo de Horus fue también conocido como el Ojo de Ra. 5 CAPITULO I PARIS AÑO 2013 Jean Renaux empujaba afanosamente un carro de transporte de equipaje, repleto de maletas, bolsas y objetos extraños. El tráfico en el Aeropuerto de Paris, Charles de Gaulle, hacia el mediodía de la capital francesa era inmenso. Además era viernes y media Francia se disponía a volar pues el puente vacacional era de cinco días festivos. Su enorme estatura, cuerpo atlético y pelo rubio, casi albino, destacaban forzosamente de la maraña humana que se movía como hormigas desordenadas. Sus 35 años ya no le permitían retornar a la juventud. Jean se consideraba un hombre viejo a pesar de su edad, no tanto por el hecho cronológico de su nacimiento, sino por su carácter severo, metódico e intelectual que le adornaban. No le gustaba el futbol, ni frecuentaba bares, tiendas de moda o clubs nocturnos. Sin duda era un ser atípico enamorado del conocimiento y de la investigación. No fumaba ni tomaba alcohol, de hecho era vegetariano. Tampoco practicaba religión alguna, aunque tenía un cierto interés por el budismo y el Hinduismo. No tanto por la cuestión espiritual sino por la parte intelectual y antropológica de dichas doctrinas y sus connotaciones históricas. Habían pasado diez años desde su graduación “Cum Laude” de Arqueología. Su tesis doctoral todavía era comentada por los alumnos que le sucedieron en la École des hautes études en sciences sociales. Aquella tesis doctoral fue tachada de genial por unos y de estupidez por otros tantos catedráticos y expertos en Egiptología. Jean había tenido la osadía de señalar el origen extraterrestre de los dioses 6 tradicionales egipcios, incluso había postulado su procedencia, siguiendo los numerosas testimonios históricos de los egipcios, vinculados al cielo y a las constelaciones. La escuela francesa en Egiptología es una de las más prestigiosas del mundo y los miembros de la academia son tradicionalistas e inamovibles en sus principios teóricos. Que un jovenzuelo afirmara que Isis, Osiris o Ra eran extraterrestres, levantó más de una ampolla entre sus profesores, pero sus argumentos y razonamientos fueron presentados con tal fuerza y tan bien documentados, que no pudieron sino otorgarle el doctorado. Bien es verdad, que Jean tuvo la habilidad de rectificar lo escrito mediante una conferencia magistral en el aula Magna, afirmando que los “dioses” (que no extraterrestres) habían venido del cielo. De esa manera, la Junta calificadora había accedido a valorar su trabajo como una de las tesis doctorales más importantes de las últimas décadas. Afortunadamente un famoso autor de novelas y libros basados en el antiguo Egipto, Christian Jacq, le había facilitado la publicación de su tesis, adaptada al público y su libro: “Los Dioses de Orión” había sido un éxito editorial, gracias al cual había podido reunir el dinero suficiente para financiarse varios viajes a Egipto. Incluso el propio Zahi Hawass, máximo responsable de Ministerio de Antigüedades Egipcio, le había concedido un permiso especial para realizar varios sondeos en la necrópolis del Valle de los Reyes, en las cercanías de Luxor y en Tell el –Amarna, en la ribera oriental del Nilo, en la que ubicaba la famosa ciudad del faraón hereje Akenaton. Era precisamente de Tell el-Amarna de donde retornaba después de seis meses de investigación. El viaje no había sido en vano, pues las miles de notas tomadas sobre el terreno le tendrían ocupado el próximo año. No tanto por los datos en sí mismo, sino porque había detectado lagunas importantes en sus investigaciones, en la medida que el marco de referencia de las mismas hacían permanente alusión a la Astrología, 7 y aunque tenía las suficientes nociones al respecto, debía incrementar sus estudios en esta ciencia. De hecho había conseguido contactar con uno de los más reputados astrólogos de Paris, quien a su vez le había remitido a una profesora que había accedido a enseñarle este divino arte de los antiguos dioses. El taxi tuvo que hacer varias maniobras y giros imposibles para llegar a la calle Mouffetard en el barrio de la “Mouffe”. La calle adoquinada y los viejos edificios hablaban silenciosamente de una de las zonas más antiguas de la ciudad. Jean tuvo que hacer varios viajes desde el portal de la casa a la tercera planta, donde se ubicaba su vivienda. No había ascensor y las numerosas maletas y bolsas le impedían subirlas de una sola vez, no tanto por su cantidad, sino porque la angosta y tortuosa escalera solo permitían subir con precaución a sus vecinos. Su pequeño piso en régimen de alquiler parecía más bien un museo que un lugar donde habitar. Mapas, pinturas, estatuas, piedras y reliquias a cual más pintorescas, junto con más de mil libros dejaban poco espacio para la cama y la pequeña cocina que sin separación alguna formaban parte del enorme salón. Tan solo el baño permanecía aislado. En aquella ordenada anarquía, el ordenador se alternaba entre las piernas de Jean con la mesilla de noche o uno de los montones de libros que en forma de columnas dispares se apilaban en todos y cada uno de los rincones de la estancia. Indudablemente en aquella vivienda faltaba la mano femenina o el mínimo protocolo de orden y armonía. Jean amontonó todo su equipaje junto a la cama. En los meses sucesivos tenía previsto ir desmarañando el conjunto de piedras, papiros, trozos de cerámica y notas que ocupaban el 90% de su equipaje. Su ropa tan solo ocupaba una pequeña mochila de viaje, en cuyo interior aparecían varios pantalones y camisetas tan raídas por el aire del desierto que resultaba imposible identificar el color original de 8 las mismas. Luego, como si de una joya delicada se tratara, abrió la maleta de viaje de donde extrajo el ordenador portátil, donde se ubicaban sus verdaderos tesoros. Miles de fotos, notas y libros electrónicos rebosaban el contenido del disco duro del mismo. Otro disco externo de seguridad, junto con su cámara de fotos Nikon, último modelo y la linterna de luz ultravioleta precedieron a su pequeña piqueta de excavaciones y las brochas, cuaderno de notas, lupas y un pequeño microscopio concluyeron la extracción de sus preciados tesoros. Hacía frio. El mes de Octubre en Paris obliga a poner la calefacción en las últimas horas del día. Estaba saliendo de la ducha cuando escuchó un repique de golpes sonoros procedentes de la puerta de acceso. - Tengo que reparar de una puñetera vez el timbre – Masculló entre dientes- Se puso el albornoz a la vez que cruzaba el salón para abrir la puerta. Un hombre enorme, que más bien parecía un culturista, rapado al cero y con gafas negras esbozó una estudiada sonrisa a la vez que, como si de una sentencia de muerte se tratara, pronunciaba: - ¿Es Vd. Jean Renaux? - Efectivamente ¿Que desea? Aquel gorila humano introdujo su mano en el interior de su chaqueta, a la vez que Jean dio un paso atrás pensando que iba a sacar una pistola o algún artefacto de tortura. No pasó nada. Una tarjeta de visita apareció entre los dedos del visitante, que en forma delicada ofertó al arqueólogo. - MI jefe, el señor Arthur Bellini desea concertar una visita con Vd. 9 - No sé quién es su jefe y no sé porque quiere entrevistarse conmigo. - Yo solo sigo órdenes. Recibirá en breve una llamada personal del mismo. Le aconsejo que acuda a la cita. Jean percibió aquel consejo, más como una amenaza que una invitación en sí mismo. Luego el visitante inclinó suavemente la cabeza y se perdió por la escalera. Jean cerró la puerta a la vez que echaba un vistazo a la tarjeta de visita. Arthur Bellini 72, Boulevard Emile Augier 75116 Paris Francia Ni había teléfono alguno ni la profesión o actividad comercial. Pero en la parte superior izquierda de la tarjeta aparecía dibujado un águila bicéfala que denotaba sin duda alguna, la procedencia masónica de la misma. Por otra parte la dirección de la tarjeta señalaba uno de los barrios más aristocráticos de Paris, por lo que el tal Bellini no debía ser una persona pobre o vulgar. Intrigado por el hecho de aquella sorpresiva visita y la simbología de la tarjeta encendió el ordenador para teclear en Google el nombre de Arthur Bellini. Casi al instante varios centenares de páginas indicaban que aquel nombre era frecuente y se distribuía por varios países con diversas profesiones y actividades dispares. Volvió a teclear el nombre pero añadiendo las palabras Francia y Paris y enseguida resaltaron varias páginas que hacían alusión a “Industrias Bellini” empresa de alta 10
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