TTTTrrrraaaannnnssssccccrrrriiiittttoooo ppppoooorrrr LLLLoooossss ÁÁÁÁnnnnggggeeeelllleeeessss ddddeeee CCCChhhhaaaarrrrlllliiiieeee 2 Argumento A sus 16 años, Tessa sabe que le queda poco de vida, por eso elabora una lista con diez cosas que hacer antes de morir, como probar el sexo, las drogas, conducir un coche... y la más desgarradora de todas, enamorarse... Un día como cualquier otro te enteras de que te quedan unos pocos meses de vida. Un golpe difícil de asimilar, sin duda, pues ¿cómo afrontas semejante realidad? ¿Qué mecanismos psicológicos se desatan ante la certeza de lo inevitable? La historia de Tessa ofrece una mirada mucho más amplia que el dudoso espectáculo de compartir un trance doloroso. Una nueva percepción del tiempo, la redefinición de las relaciones con los padres y amigos, las primeras aventuras amorosas; en suma, un proceso de madurez acelerado que, narrado con inolvidables momentos de ironía y humor, destila una vitalidad sorprendente al tiempo que invita a la reflexión sobre el verdadero valor de las cosas. TTTTrrrraaaannnnssssccccrrrriiiittttoooo ppppoooorrrr LLLLoooossss ÁÁÁÁnnnnggggeeeelllleeeessss ddddeeee CCCChhhhaaaarrrrlllliiiieeee 3 Capítulo 1 Ojala tuviera novio, un novio que viviera colgado de la percha de mi armario. Podría sacarlo siempre que quisiera, para que me mirara como hacen los chicos de las películas, como si yo fuera guapísima. No hablaría mucho, peor suspiraría al quitarse la chaqueta de cuero y desabrocharse los vaqueros. Llevaría calzoncillos blancos y estaría tan bueno que casi me desmayaría. Luego se ocurriera de desnudarme, susurrándome: «Tessa, te quiero. Te quiero de verdad. Eres muy hermosa», exactamente esas palabras. Me incorporo y enciendo la luz de la mesilla. Hay un bolígrafo, pero no tengo papel, así que escribo a la pared, encima: «Quiero sentir el peso de un chico sombre mí». Luego me tumbo y miro el cielo por la ventana. Se ha vuelto de un color extraño, rojo y negro a la vez, como si el día se estuviera desangrando. Huelo a salchichas. Los sábados por la noche siempre hay salchichas. También habrá puré de patatas, col y salsa de carne con cebolla. Papá tendrá su billete de lotería (mi hermano Cal habrá elegido el numero), y ambos estarán sentados delante del televisor, cenando con una bandeja en el regazo. Verán Factor X y luego ¿Quién quiere ser millonario? Después Cal se dará un baño y se irá a la cama, y papa beberá cerveza y fumara hasta que sea su hora de acostarse. Hace un rato subió a verme. Fue hasta la ventana y abrió las cortinas. -¡Mira qué bonito! –exclamó cuando la habitación se inundo de luz. Se veía la tarde, las copas de los árboles, el cielo. Su silueta se recortaba contra la ventana, con los brazos en jarras. Parecía un Power Ranger-. Si no quieres hablara de ella, ¿Cómo voy a ayudarte? –dijo, y se acerco para sentarse en el borde de la cama. Yo contuve la respiración. Si lo haces a tiempo suficiente, unos destellos blancos te bailan delante de los ojos. Papa alargo la mano para acariciar la cabeza y sus dedos masajearon suavemente el cuero cabelludo. -Respira, Tessa –me susurró. Pero yo cogí el sombrero de la mesilla y me tapé los ojos. Entonces él se fue. Ahora está abajo friendo salchichas. Oigo el chisporroteo de la grasa, como borbotea la salsa en la sartén. No estoy segura de que sea normal oír todo eso desde aquí arriba, pero ya nada me sorprende. Ahora oigo a Cal bajándose la cremallera de la chaqueta, vuelve de comprar mostaza. Hace diez minutos papá le dio una libre y le dijo «No hables con gente rara». Al marcharse cal, papa se fumó un pitillo fuera, en la puerta de atrás- se oía el susurro de las hojas caer sobre la hierba. La invasión del otoño. TTTTrrrraaaannnnssssccccrrrriiiittttoooo ppppoooorrrr LLLLoooossss ÁÁÁÁnnnnggggeeeelllleeeessss ddddeeee CCCChhhhaaaarrrrlllliiiieeee 4 -Cuelga la chaqueta y ve a ver si Tess quiere algo –dice papa-. Hay moras de sobras. Anímala a comer. Cal llave zapatillas de deporte; las suelas resoplan cundo sube las escaleras a saltos y entra en mi habitación. Finjo estar dormida, pero eso no lo detiene: se inclina sobre mí. -Me da igual que no vuelvas a hablarme nunca más –susurra. Abro un ojo y me encuentro con sus ojos azueles. Sabía que estabas haciéndote la dormida. –Y sonríe de oreja a oreja de un modo encantador-. Papá pregunta si quieres moras. -No quiero. -¿Y qué le digo entonces? -Dile que quiero una cría de elefante. Suelta una carcajada. -Voy a echarte de menos –declara, y me deja con la puerta abierta y la corriente de aire que llega desde la escalera. TTTTrrrraaaannnnssssccccrrrriiiittttoooo ppppoooorrrr LLLLoooossss ÁÁÁÁnnnnggggeeeelllleeeessss ddddeeee CCCChhhhaaaarrrrlllliiiieeee 5 Capítulo 2 Zoey ni siquiera llama a la puerta, simplemente entra y se sienta a los pies de mi cama. Me mira de un modo extraño, como si no esperara encontrarme aquí. - ¿Qué haces? –pregunta. - ¿Por qué? - ¿Ya nunca bajas? - ¿Te ha llamado mi padre? - ¿Te duele? - No. Me mira con suspicacia, luego se levanta y se quita la chaqueta. Lleva un vestido rojo muy corto, a juego con el bolso que ha dejado caer al suelo. -¿Vas a salir? –pregunto-. ¿Tienes una cita? Se encoge de hombros. Se acerca a la ventana y contempla el jardín. Traza un círculo en el cristal con el dedo y dice: - A lo mejor deberías probar creer en Dios. - ¿Ah, sí? ¿Te parece? Sí, quizá todos deberíamos hacerlo. Toda la humanidad. -Yo no estoy muy de acuerdo con eso. Pienso que tal vez Dios haya muerto. Zoey se gira hacia mí. Tiene la cara pálida, como el invierno. Por detrás de su hombro, un avión surca fugazmente el cielo. -¿Qué has escrito en la pared? No sé por qué dejo que lo lea. Supongo que quiero que ocurra algo. Está escrito con tinta negra. Cuando Zoey lo lee, las palabras se retuercen como arañas. Lo lee una y otra vez. No soporto que me tengan lástima. - Esto no es como estar de vacaciones, ¿eh?- musita. - ¿He dicho que lo fuera? - No, pero creía que lo pensabas. - Pues no. - Creo que tu padre espera que pidas un poni, no un novio. Es asombroso el sonido de nuestra risa. Me encanta, aunque duela. Reír con Zoey es una de mis actividades favoritas, porque sé que las dos tenemos las mismas imágenes estúpidas en la cabeza. Sólo tiene que decir “quizá la solución sea un rebaño de sementales” para que las dos acabemos riendo como histéricas. - ¿Estas llorando?- me pregunta de pronto. TTTTrrrraaaannnnssssccccrrrriiiittttoooo ppppoooorrrr LLLLoooossss ÁÁÁÁnnnnggggeeeelllleeeessss ddddeeee CCCChhhhaaaarrrrlllliiiieeee 6 No estoy segura. Creo que sí. Parezco una de esas mujeres de la tele que han perdido a toda su familia. Un animal que se lame las heridas. Todo se me viene encima de golpe: mis dedos ya no son más que huesos y mi piel es prácticamente transparente. Noto cómo se multiplican las células en mi pulmón izquierdo, acumulándose como ceniza que cayera lentamente en un jarrón. Pronto no podré respirar. - Es normal que tengas miedo. - No lo es. - Por supuesto que sí. Cualquier cosa que sientas es normal. - Imagínatelo, Zoey. Imagina lo que es estar aterrada todo el tiempo. - Lo imagino. No es posible. ¿Cómo Podría, cuando le queda toda la vida por delante? Vuelvo a ocultarme bajo el sombrero, sólo un ratito, porque voy a echar de menos respirar. Y hablar. Y las ventanas. Voy a echar de menos los pasteles. Y los peces. Me gustan los peces. Me gusta eso que hacen con la boca: abierta, cerrada, abierta, cerrada. Y a donde yo voy, no puedes llevar nada contigo. Zoey me mira mientras me seco los ojos con la punta del edredón. - Hazlo conmigo –digo. Se sorprende -¿Hacer qué? - Lo tengo anotado en trocitos de papel por todas partes. Lo escribiré bien y tú me obligarás a hacerlo. - ¿Obligarte a hacer qué? ¿Lo que has escrito en la pared? - Y también otras cosas, pero lo del chico primero. Tú te has acostado con montones de tíos, y a mí aún nadie me ha besado siquiera. Observo como asimila mis palabras. Se posan en algún lugar muy profundo. - No han sido montones – replica al fin. - Por favor, Zoey. Aunque te suplique que no lo hagas, aunque me porte fatal contigo, tú oblígame. Tengo una larga lista de cosas que quiero hacer. - Vale – contesta, y suena como algo fácil, como si sólo estuviera pidiéndole que me visitara más a menuda. - ¿Hablas en serio? - Ya lo has oído, ¿no? Me pregunto si sabe en lo que se está metiendo. Me siento en la cama y la observo hurgar en mi armario. Creo que tiene un plan. Eso es lo bueno de Zoey. Pero será mejor que me dé prisa, porque empiezo a pensar en cosas como zanahorias. Y el aire. Y patos. Y perales. Terciopelo y seda. Lagos. Voy a echar de menos el hielo. Y el sofá. Y la sala de estar. Y la pasión de Cal por los trucos de magia. Y TTTTrrrraaaannnnssssccccrrrriiiittttoooo ppppoooorrrr LLLLoooossss ÁÁÁÁnnnnggggeeeelllleeeessss ddddeeee CCCChhhhaaaarrrrlllliiiieeee 7 las cosas blancas: leche, nieve, cisnes. Del fondo del armario, Zoey saca el vestido que papá me compró el mes pasado. Aún lleva el precio. -Yo me pondré esto. Tú puedes ponerte el mío. –Empieza a desabrocharse el vestido. - ¿Vamos a salir? - Es sábado por la noche, Tess. ¿Sabes lo que significa? Por supuesto que lo sé. Hacía horas que no estaba en posición vertical. Me siento un poco extraña, como vacía y etérea. En ropa interior, Zoey me ayuda a ponerme el vestido rojo. Huele a ella. La tela es suave y se me pega al cuerpo. - ¿Quieres que lleve esto? - A veces es agradable sentirse como otra persona. - ¿Cómo tú? Se lo que piensa. - Quizá. Tal vez alguien como yo. Cuando me miro en el espejo, es alucinante lo distinta que me veo: con grandes ojos y peligrosa. Resulta excitante, como si cualquier cosa fuera posible. Incluso el pelo tiene buena pinta, espectacularmente corto, en lugar, simplemente, de estar creciendo de nuevo. Nos miramos, la una al lado de la otra, y luego Zoey me aparta del espejo y me lleva a sentarme en la cama. Coge la cesta de maquillaje que tengo en el tocador y se sienta junto a mí. Me concentro en su cara mientras se unta el dedo con la base y me da unos golpecitos en la mejilla. Ella tiene un pelo muy rubio y una piel muy blanca, y el acné hace que parezca un poco salvaje. Yo jamás he tenido un solo grano. Es pura suerte. Zoey me perfila los labios y los pinta. Coge el rímel y me dice que la mira. Intento imaginar cómo sería ser ella. Es algo que hago a menudo, pero jamás lo consigo de verdad. Cuando me invita a ponerme de pie y mirarme en el espejo, resplandezco un poco. Un poco como ella. -¿Adónde quieres ir? – pregunta Hay un montón de sitios. El pub. Una fiesta. Quiero una sala grande y oscura en la que apenas pueda moverme, con cuerpos estrujados unos con otros. Quiero oír mil canciones a todo volumen. Quiero bailar tan deprisa que mi pelo se estire hasta pisármelo. Quiero que mi voz resuene más fuerte que el bajo. Quiero pasar tanto calor que tenga que masticar hielo. - Vamos a bailar. Vamos a buscar chicos para acostarnos con ellos. - De acuerdo. – Zoey coge su bolso y abandonamos la habitación. Papá sale del salón y sube las escaleras hasta la mitad. Finge que va al cuarto de baño y TTTTrrrraaaannnnssssccccrrrriiiittttoooo ppppoooorrrr LLLLoooossss ÁÁÁÁnnnnggggeeeelllleeeessss ddddeeee CCCChhhhaaaarrrrlllliiiieeee 8 actúa como si le sorprendiera vernos. - ¡Te has levantado! –exclama-. ¡Es un milagro! –E inclina la cabeza ante Zoey con reticente respeto-. ¿Cómo lo has logrado? Ella sonríe al suelo. - Sólo necesitaba un pequeño estímulo. - ¿Cuál? Me apoyo en una cadera y lo miro a los ojos. - Zoey va a llevarme a bailar pole dance a un local de ésos. - Muy graciosa. - No, en serio. Papá sacude la cabeza y se acaricia el estómago. Siento lástima por él, porque no sabe qué hacer. - Vale –digo-. Vamos a una discoteca. Él mira el reloj como si fuera a decirle algo. - Yo cuidaré de ella –asegura Zoey. Suena tan cariñosa y sincera que casi le creo. - No. Tess necesita descansar. En una discoteca habrá demasiado humo y ruido. - Si necesita descansar, ¿por qué me ha telefoneado? - Quería que hablaras con ella, no que te la llevaras. - No se preocupe. –Ríe-. La traeré de vuelta. Noto que mi felicidad empieza esfumarse porque sé que papá tiene razón. Si voy a una discoteca, luego tendré que pasarme una semana durmiendo. Cuando gasto demasiadas energías, después siempre pago las consecuencias. - Vale –digo-. No importa. Zoey me coge del brazo y tira de mí escaleras abajo. - Tengo el coche de mi madre. La traeré antes de las tres. Mi padre dice que no, que es demasiado tarde; le pide que me devuelva antes de medianoche. Lo repite varias veces mientras Zoey saca mi abrigo del armario del recibidor. Cuando salimos a la calle, le digo adiós a mi papá, pero él no me responde. Zoey cierra la puerta. - A las doce está bien –le digo. Ella se gira hacia mí en el escalón. -Escúchame, si quieres hacer las cosas como es debido, tendrás que aprender a saltarte las normas. -Pero es que no me importa volver a las doce, de verdad. Además, si no papá de preocupará. -Pues que se preocupe, qué más da. ¡Para alguien como tú no hay consecuencias! Nunca se me había ocurrido verlo de ese modo. TTTTrrrraaaannnnssssccccrrrriiiittttoooo ppppoooorrrr LLLLoooossss ÁÁÁÁnnnnggggeeeelllleeeessss ddddeeee CCCChhhhaaaarrrrlllliiiieeee 9 Capítulo 3 Por supuesto, fuimos a la discoteca. Nunca hay chicas suficientes un sábado por la noche y Zoey tiene un cuerpo estupendo. Los gorilas de la puerta babean al verla y nos indican que nos acerquemos al principio de la cola. Ella les dedica unos pasos de baile cuando entramos, y sus ojos nos siguen a través del vestíbulo hasta el guardarropa. - ¡Que pasen una noche estupenda, señoras! –nos gritan. No tenemos que pagar. Somos las jefas. Después de dejar los abrigos en el guardarropa, vamos a la barra y pedimos dos Coca- Colas. Zoey añade ron a la suya de la petaca que lleva en el bolso. Dice que todos sus compañeros de facultad lo hacen, porque así las copas les salen más baratas. Yo me atendré a la prohibición de beber, porque me recuerda a la radioterapia. En una ocasión, entre una sesión y otra, me emborraché con una mezcla de bebidas que saqué del armario de los licores de papá, y ahora las dos cosas están asociadas en mi cabeza: el alcohol y el sabor de una irradiación corporal total. Nos apoyamos en la barra para echar un vistazo al local. Está repleto, y en la pista de baile sobran los cuerpos. Las luces persiguen torsos, culos, el techo. - Por cierto, llevo condones –dice Zoey-. Están en mi bolso, si los necesitas. –Me toca la mano-. ¿Te encuentras bien? - Sí. - ¿No te estás asustando? - No. Una vertiginosa sala repleta de gente un sábado por la noche es exactamente lo que quería. He empezado mi lista de cosas y Zoey me está ayudando. Esta noche voy a tachar la número uno: sexo. Y no voy a morir hasta tachar las diez. - Mira –dice Zoey- ¿Qué te parece ése? –señala a un chico. Baila bien, moviéndose con los ojos cerrados, como si fuera la única persona en la pista, como si no necesitara nada más que la música-. Viene todos los fines de semana. No sé cómo se lo monta para fumar porros aquí sin que lo echen. Está bueno, ¿eh? - No quiero un drogata. Ella me mira ceñuda. - ¿De qué coño estás hablando? - Si está colgado, no me recordará. Y tampoco quiero ningún borracho. Zoey deja su bebida sobre la barra con un golpe. - Espero que no estés pensando en enamorarte. No me digas que está en tu lista. TTTTrrrraaaannnnssssccccrrrriiiittttoooo ppppoooorrrr LLLLoooossss ÁÁÁÁnnnnggggeeeelllleeeessss ddddeeee CCCChhhhaaaarrrrlllliiiieeee 10 - No, en realidad no. - Bien, porque detesto recordarte que no tienes tiempo para eso. ¡Ahora, venga, empecemos de una vez! Me arrastra hacia la pista. Nos acercamos al fumeta para que se fije en nosotras y nos ponemos a bailar. Y es guay. Es como pertenecer a una tribu, con todos moviéndonos y respirando al mismo ritmo. La gente se mira, examinándose unos a otros. Nadie puede evitarlo. Estar aquí, un sábado por la noche, bailando y atrayendo las miradas de un chico con el vestido de Zoey… Algunas chicas nunca viven algo así. Ni siquiera esto. Sé lo que ocurrirá después porque he tenido mucho tiempo para leer y conozco los pasos. El fumeta se acercará más para vernos bien. Zoey no lo mirará, pero yo sí. Mantendré la mirada un segundo más y él se inclinará hacia mí y me preguntará mi nombre. “Tessa”, le diré, y él lo repetirá: la dura T, la doble s silbante, la esperanzada a. Yo ladearé la cabeza para expresar que lo ha entendido bien, que me gusta lo dulce y nuevo que suena mi nombre en su boca. Entonces él extenderá las manos con las palmas hacia arriba, como diciendo: “Me rindo, ¿qué puedo hacer con tanta belleza?” Yo sonreiré tímidamente y miraré al suelo. Eso le indicará que puede abordarme, que no voy a morderlo, que conozco el juego. Me rodeará con sus brazos y luego bailaremos juntos, con mi cabeza sobre su pecho, escuchando su corazón, el corazón de un desconocido. Pero no es eso lo que ocurre. He olvidado tres cosas. He olvidado que los libros no son reales. También que no tengo tiempo para coquetear. Zoey sí lo recuerda. Ella es la tercera cosa que he olvidado. Y actúa. - Ésta es mi amiga –le grita al fumeta para hacerse oír-. Se llama Tessa. Y le gustaría darle una calada a ese canuto. Él sonríe, le tiende el canuto, nos observa, demora la mirada en la melena de Zoey. - Es hierba pura -me susurra ella. Sea lo que sea, es denso y me pica en la garganta. Me hace toser, me marea. Se lo paso a Zoey, que aspira el humo con fruición y luego se lo devuelve. Ahora los tres estamos juntos, moviéndonos juntos, notando el ritmo del bajo a través de los pies y hasta la sangre. Imágenes calidoscópicas parpadean en las pantallas de vídeo de las paredes. El canuto va de mano en mano. No sé cuánto tiempo pasa. Horas quizá. Minutos. Sé que no debo parar, eso es todo lo que sé. Si sigo bailando, los oscuros rincones de la sala no se me echarán encima, y el silencio entre una canción y otra no será tan estentóreo. Si sigo bailando, veré de nuevo barcos en el mar, saborearé berberechos y buccinos y oiré el crujido que emite la nieve cuando es pisada por primera vez.
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