LA NAVE DE UN MILLÓN DE AÑOS Poul Anderson 1 Poul Anderson Título original: The Boat of a Million Years Traducción: Carlos Gardini © 1989 by Poul Anderson. © 1991 Ediciones B. Colección Nova CF nº 39. Rocafort 104 - Barcelona ISBN: 84-406-1972-3 Edición digital: Carlos Palazón Revisión: Umbriel R6 03/03 2 Presentación Poul Anderson es uno de los nombres clásicos en la ciencia ficción de todos los tiempos. Prueba de ello son los siete premios Hugo que ha recibido y que lo convierten, junto a Harían Ellison, en el autor que más premios Hugo ha obtenido en la historia del género. Se trata de un dato poco difundido en nuestro país, donde no parece haberse valorado adecuadamente la obra de este autor. Porque lo cierto es que, hasta ahora, Anderson ha tenido mala suerte en España. Muy frecuente en los años cincuenta y sesenta, la publicación de su obra dejó de tener continuidad y, así, los lectores españoles desconocen la mayor parte de la producción más reciente de este autor. Anderson disfrutó de cierta fama en nuestro país gracias a un título emblemático: El fix-up de GUARDIANES DEL TIEMPO (1960), narración acerca de las aventuras de la «Patrulla del Tiempo» que protege diversas líneas alternativas del devenir temporal para evitar que surjan paradojas. Un libro clásico del subgénero de las aventuras en el tiempo, temática a la que Anderson ha vuelto recientemente con THE YEAR OF THE RANSOM (1988) y THE SHIELD OF TIME (1990). Algunas de las novelas más famosas de Anderson siguen todavía inéditas en castellano. Un título muy representativo es TAU ZERO (1971), la historia de una exploración interestelar a velocidades casi lumínicas, y que se detiene en el análisis de la conmoción psíquica que representa la relatividad y las dificultades de convivencia en el espacio físico de la nave. Es tal la fama de esta novela que ha sido en cierta forma homenajeada en Redshift Rendezvous (1990) de John E. Stith; tal vez en la misma línea que adoptó Robert L. Forward al escribir HUEVO DEL DRAGÓN (1980) tras las huellas de otro clásico como Mission of Gravity (1953) de Hal Clement. Asimismo, sigue inédita en España, por ahora, la serie de la Liga Polesotécnica, una space opera también famosa y ya clásica. En ella, Anderson elabora una historia futura de la galaxia en torno a dos protagonistas: el comerciante Nicholas van Rijn en el momento álgido de la civilización galáctica y el agente secreto Dominic Flandry durante la decadencia del Imperio, unos trescientos años después. Afortunadamente, Anderson ha obtenido la mayoría de los premios Hugo y Nébula en la categoría de novela corta y relato. Y, en este ámbito, los lectores españoles sí han podido disfrutar de buenas antologías, como The Best of Poul Anderson (1976) editada en España en dos volúmenes: EL PUEBLO DEL AIRE y EL ÚLTIMO VIAJE. El cambio de título afectó también a otra antología posterior, Beyond the Beyond (1969) conocida en España precisamente como Lo MEJOR DE POUL ANDERSON: Por suerte se mantuvo el título en otra de sus antologías: Los MUCHOS MUNDOS DE POUL ANDERSON (1974). Anderson, autor prolífico donde los haya, es también conocido por sus obras de fantasía, como LA ESPADA ROTA (1954) y TRES CORAZONES Y TRES LEONES (1961), que han merecido ser citadas entre las cien mejores novelas de la moderna fantasía por un crítico tan selecto y elitista como David Príngle. Pero sólo ahora empiezan a editarse en España. En este campo fantástico, la obra más reciente de Anderson es una serie sobre la antigua Roma, THE KING OF YS (iniciada en 1986), escrita en colaboración con su esposa Karen. Pero lo cierto es que Anderson continúa siendo un autor conocido de modo tan sólo parcial en España, donde los editores no parecen haberle prestado el debido interés en las últimas décadas. Para ayudar a paliar este desconocimiento, me había propuesto desde hace ya unos años la traducción de TAU ZERO y su publicación en NOVA ciencia ficción. Elevó tiempo encontrar los derechos y un ejemplar en inglés para las labores de traducción (yo la había leído en francés), y el mismo Anderson colaboró enviándolo personalmente. Cuando ya estaba todo prácticamente dispuesto, se publicó en Estados Unidos LA NAVE DE UN MILLÓN DE AÑOS (1989), la más ambiciosa novela de Anderson hasta la fecha, en la que aborda con gran maestría el tema de la inmortalidad. 3 Ante una obra así había que cambiar de planes. Me pareció más adecuado iniciar la aparición de Anderson en NOVA ciencia ficción con esta interesante novela que, tras haber sido finalista de los premios Hugo y Nébula, marca el triunfal retorno de uno de los grandes autores clásicos de la ciencia ficción de todos los tiempos. En LA NAVE DE UN MILLÓN DE AÑOS, Anderson, gracias a sus personajes inmortales, recorre toda la historia de la humanidad siguiendo el decurso de las civilizaciones y culturas humanas. Se trata de un repaso completo a la Historia y a un posible futuro entre las estrellas, un estudio detenido y complejo de eso que etiquetamos como «Humanidad». Con toda seguridad es la mejor novela de Anderson y un hito ya imprescindible en el desarrollo de la ciencia ficción contemporánea: una narración sofisticada, precisa en el aspecto histórico, inteligente y emotiva, que ofrece una visión panorámica de la Humanidad, de su historia y de su futuro. En esta ocasión, cuando podía obtener por primera vez el Hugo de novela, Anderson tuvo la mala suerte de encontrarse ante HYPERION, de Dan Simmons, una de esas novelas «redondas» que sólo surgen una vez cada muchos años y de la cual tendré ocasión de hablarles en su momento. LA NAVE DE UN MILLÓN DE AÑOS no consiguió el Hugo, pero ello no impide que se erija en lo que es: una acertada y ambiciosa especulación acerca del pasado y del futuro de un nuevo «homo inmortalis», y también una cumplida demostración de la habilidad y maestría de su autor. Maestría que nadie discute. En 1979, la famosa enciclopedia de Peter Nicholls decía de Anderson que se encontraba «en lo mejor de una carrera extraordinaria y provechosa» y le consideraba «una figura en el panteón de los escritores de ciencia ficción norteamericana (como el Asimov de la Edad de Oro o el Frank Herbert de una década posterior)». Iguales elogios ha merecido este ambicioso retorno de Anderson a la gran novelística de ciencia ficción. No me resisto a transcribir algunos de los muchos comentarios que han saludado la aparición de LA NAVE DE UN MILLÓN DE AÑOS: Ambicioso en el objetivo, meticuloso en el detalle, y brillante en el estilo... Altamente recomendable. Library Journal Un libro inolvidable que tiene a la Humanidad como personaje central, y una aventura que sigue el curso del tiempo. Léalo, disfrútelo, saboréelo..., puede ser el mejor libro del año, no; de la década.» JERRYPOURNELLE Un penetrante repaso al pasado y al futuro de la Humanidad... Nos hace experimentar las pasiones de esos escasos inmortales y maravillarnos de su destino. DAVID BRIN Poul Anderson ha creado un trabajo mayestático por su amplitud. [...] Una gran profusión de pasajes de gran alcance poético se suceden unos tras otros; los personajes viven y respiran. Considero que este libro es un gran éxito. JACK VANCE Un gran viaje por la Historia, el pasado, el presente y el futuro..., que incluye suficientes ideas para mantener la carrera de un escritor medio durante una década. LOIS McMASTER BUJOLD Y no quisiera finalizar esta presentación sin contarles una anécdota que muestra cómo, de forma un tanto lateral, Anderson y su obra pueden influir también en el auge actual y 4 tal vez futuro de la ciencia ficción en España. Es posible que ya sepan ustedes que, en julio de 1991 (justo cuando este libro debería estar ya publicado), se cierra el plazo de admisión del Primer Premio de Novela Corta de Ciencia Ficción 1991 que promueve la Universidad Politécnica de Catalunya (UPC) en su XX aniversario y que, a su debido tiempo, encontrará también cabida en NOVA ciencia ficción. No es habitual que una universidad española proponga premiar con un millón de pesetas una novela corta de ciencia ficción y creo que, como impulsor del premio, debo agradecer la involuntaria colaboración de Anderson a su establecimiento definitivo. Ocurrió que, en enero de 1991, una nutrida delegación de la UPC visitaba la Universidad Politécnica de Virginia (EE. UU.) en uno de los muchos intercambios internacionales de la UPC. Una de las razones de la visita era conocer los detalles del sistema informático de gestión de la biblioteca de la universidad (VTLS), sistema que había sido adquirido por tres de las cuatro universidades públicas catalanas, entre ellas la UPC. Huelga decir que yo intentaba aprovechar el viaje para convencer a Gabriel Ferrate, rector de la UPC, de la conveniencia de establecer el Premió UPC de Novela Corta de Ciencia Ficción y de que la ciencia ficción tiene cabida en el mundo universitario. Un elemento importante para la nueva consideración que de la ciencia ficción tiene hoy la UPC apareció en la demostración del sistema de búsqueda bibliográfica del VTL5. John Espley, director comercial de VTLS Inc., eligió precisamente demostrarlo con la búsqueda de los títulos de ciencia ficción de Poul Anderson. Así me enteré de que, en esa biblioteca, había un total de setenta y tres obras de Anderson y, de pasada, el rector y los responsables de la biblioteca de la UPC obtuvieron un inesperado ejemplo de que la ciencia ficción es un género claramente presente en el mundo universitario anglosajón. Por último, gracias a Espley (e, involuntariamente, gracias a Anderson), nació por fin el Premio UPC de Novela Corta de Ciencia Ficción 1991. Pero del Premio les hablaré con mayor detalle en otra ocasión. De momento disfruten ustedes con el que, posiblemente, sea el mejor de esos setenta y tres títulos de Anderson que John Espley encontró en la biblioteca de la Universidad Politécnica de Virginia. Ojalá pronto podamos decir algo parecido de la biblioteca de una universidad española... MIQUEL BARCELÓ 5 AGRADECIMIENTOS El capítulo 3, «El camarada», se publicó en Analog Science Fiction/Science Fact, junio de 1988. © 1988 by Davis Publications, Inc. El capítulo 5, «Ningún hombre escapa a su destino», es un homenaje al difunto Johannes V. Jensen. Karen Anderson preparó el epígrafe, modificando ligeramente su traducción a mi requerimiento, y su ayuda como erudita y crítica fue invalorable. El «CCCP» se debe a George W. Price. También agradezco la ayuda de John Anderson, Víctor Fernández-Dávila y David Hartwell. 6 A G. C. y Carmen Edmondson Salud, amor, dinero y tiempo para gastarlos Que zarpe en la nave del alba, que atraque en la nave del ocaso, que bogue entre los eternos astros, que viaje en la Nave de un Millón de Años. El Libro de la Navegación Diurna (Texto tebano, circa dinastía 18.a) 7 I - Thule 1 —Navegar más allá del mundo... La voz de Hanno se perdió en un murmullo. Piteas clavó los ojos en él. En la habitación austera y blanqueada donde estaban, el fenicio relucía como un destello de sol. Quizá se debía al brillo de los ojos y los dientes, o a la tez bronceada aún en invierno. Por lo demás, era un hombre común, esbelto y ágil pero de estatura media, con los rasgos aquilinos, el pelo y la pulcra barba negros como ala de cuervo. Vestía una túnica sencilla, sandalias de suela plana, un único anillo de oro. —No hablarás en serio —espetó el griego. Hanno despertó de su ensoñación, sacudió el cuerpo, rió. —Oh, no. Un tropo, desde luego. Aunque convendrá asegurarnos de antemano de que muchos de tus hombres crean que vivimos en una esfera. Ya tendrán demasiados terrores e inquietudes sin temer una caída al abismo. —Pareces un hombre culto —dijo lentamente Piteas. —¿Por qué no? He viajado, pero también he estudiado. Y tú amigo, un hombre sabio, un filósofo, propones un viaje a lo desconocido. Por lo visto, tienes esperanzas de regresar. —Cogió una copa de la mesilla que había entre ambos y bebió un sorbo del vino templado que había traído un esclavo. Piteas se movió inquieto en el taburete. El brasero de carbón caldeaba la habitación. Los pulmones de Piteas anhelaban aire fresco. —No tan desconocido —aseguró—. Tu gente llega hasta esa distancia. Lykias dice que tú afirmas haber estado allí. —Le dije la verdad —respondió Hanno con voz seria—. He viajado hacia allá más de una vez, por tierra y por mar. Pero hay muchos lugares agrestes, y muchas cosas están cambiando hoy en día, de modo, imprevisible, aunque habitualmente violento. A los cartagineses sólo les interesa el estaño y dan poca importancia a lo demás. Sólo llegan al extremo sur de las islas Británicas. El resto escapa a su conocimiento, y al de todo hombre civilizado. —No obstante, deseas acompañarme. Hanno estudió a su anfitrión antes de responder. Piteas también vestía con gran sencillez. Era alto para ser griego, flaco, de ojos grises, con rasgos marcados bajo la frente amplia. La cara bien rasurada mostraba arrugas profundas, y el pelo castaño y rizado estaba salpicado de canas en las sienes. Ambos se miraron con la intensidad que denotaba fervor, inocencia o tal vez ambas cosas. —Creo que sí —admitió Hanno con cautela—. Tendremos que hablar más. Sin embargo, a mi manera, como tú a la tuya, deseo aprender todo lo posible acerca de esta tierra y su gente mientras estoy en ella. Cuando tu servidor Lykias recorrió la ciudad buscando posibles asesores, y me enteré, fui a verlo con agrado. —Sonrió de nuevo—. Además, necesito empleo. Esto arrojará buenas ganancias. —No vamos como mercaderes —explicó Piteas—. Llevaremos mercancías, pero para cambiarlas por lo que necesitemos, no para enriquecernos. No obstante, se nos promete una paga excelente a nuestro regreso. —¿Acaso la ciudad patrocina la empresa? —Correcto. Un consorcio de mercaderes. Quieren saber qué posibilidades y riesgos entraña una ruta marítima hacia el septentrión, ahora que los galos vuelven peligrosa la ruta terrestre. No se trata sólo de estaño, ¿entiendes? Tal vez el estaño sea lo menos importante. Ámbar, pieles, esclavos, todo lo que esas comarcas ofrezcan. —Los galos, vaya. —No era necesario añadir nada más. Habían bajado por las montañas para adueñarse del norte de Italia; muchísimo tiempo atrás resonaron los 8 carros de guerra, destellaron las espadas, ardieron las casas, lobos y cuervos se dieron un festín por toda Europa. Hanno añadió—: Los conozco un poco. Eso sería una ayuda. Pero te recuerdo que esa ruta es mala. Además de ellos, están los cartagineses. —Lo sé. Hanno ladeó la cabeza. —No obstante, organizas esta expedición. —Para buscar el conocimiento —respondió Piteas en voz baja—. Por fortuna, dos de los patrocinadores son... más inteligentes que la mayoría. Valoran el entendimiento por sí mismo. —El conocimiento suele rendir frutos inesperados. —Hanno sonrió—. Perdóname. Soy un tosco fenicio. Tú eres hombre de importancia pública. He oído que has heredado dinero, pero que ante todo eres filósofo. Necesitas un navegante en el mar, un guía e intérprete en la costa. Creo que soy la persona indicada. —¿Qué estás haciendo en Massalia? —preguntó Piteas con voz cortante—. ¿Por qué estás dispuesto a colaborar en algo que no favorece a Cartago? Hanno se puso serio. —No soy un traidor, pues no soy cartaginés. Claro que he vivido en Cartago, entre muchos otros lugares. Pero no me entusiasma. Son demasiado puritanos, muy poco influidos por las gracias de Grecia o Persia. Y sus sacrificios humanos... —Se encogió de hombros con una mueca—. Es necio juzgar los actos de la gente. De cualquier modo, insistirán en cometerlos. En cuanto a mí, soy de la Antigua Fenicia, del Oriente. Alejandro destruyó Tiro, y a su muerte las guerras civiles arruinaron esa parte del mundo. Yo busco mi fortuna donde puedo. Soy trotamundos por naturaleza. —Tendré que conocerte mejor —dijo Piteas, con tono más franco del habitual. ¿Ya se sentía cómodo con ese forastero? —Por cierto —añadió Hanno, de nuevo jovial—. He pensado cómo demostrarte mis habilidades. En poco tiempo. Comprenderás que es preciso embarcarse pronto, ¿verdad? Preferiblemente al comienzo de la temporada de navegación. —¿Por los cartagineses? Hanno asintió con la cabeza. —Esa nueva guerra en Sicilia los mantendrá ocupados un tiempo. Agátocles de Siracusa es un enemigo más difícil de lo que creen los sufetas cartagineses. No me extrañaría que llevara la lucha a las costas de Cartago. —¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Piteas, sorprendido. —He aprendido a prestar atención, y he estado allí hace poco. También en Cartago. Tú sabes que Cartago desalienta todo tráfico extranjero más allí de las Columnas de Heracles, a menudo con métodos que llamaríamos piratería si los emplearan sectores privados. Bien, los sufetas hablan ahora de un bloqueo. Sospecho que si ganan esta guerra, o si a menos logran un empate, quedarán sin recursos durante un tiempo. Pero al final lo harán. Tu expedición tardará por lo menos un par de años, quizá tres, posiblemente más. Cuanto antes zarpes, antes regresarás, siempre que regreses... y note toparás con una patrulla cartaginesa. Después de semejante odisea, sería una lástima terminar en el fondo del mar o en una subasta. —Tendremos una escolta de navíos de guerra. Hanno meneó la cabeza. —Oh, no. Todo buque inferior a una quinquerreme sería inútil, y ese largo casco no sobreviviría en el Atlántico Norte. Amigo, no has visto olas ni tormentas si no has estado allí. Además, ¿cómo llevarás alimentos y agua para tantos remeros? Son voraces como el fuego, y reaprovisionarse no será fácil. Mi tocayo pudo explorar las costas africanas en galeras, pero él se dirigía al sur. Necesitarás buen velamen. Déjame aconsejarte qué naves comprar. —Alardeas de muchas habilidades —masculló Piteas. 9 —Bueno, he asistido a muchas escuelas —replicó Hanno. Hablaron una hora más, y acordaron reunirse de nuevo al día siguiente. Piteas acompañó afuera a su visitante. Se detuvieron un instante en la puerta. La casa se erguía en un risco sobre la bahía. Al este, allende las murallas de la ciudad, las colinas relucían en el poniente. Las calles de la antigua colonia griega eran ríos de sombra. Voces, pisadas y ruedas enmudecían en el aire quieto y cortante. Sobre las aguas del oeste el sol trazaba un puente contra el cual se perfilaban los mástiles del puerto. Las gaviotas que revoloteaban en el cielo azul recibían el fulgor dorado en las alas. —Una vista encantadora —murmuró Piteas—. Esta costa ha de ser la más bella del mundo. Hanno entreabrió los labios como para hablar de otras costas que conocía, pero en cambio dijo: —Entonces tratemos de que regreses aquí. No será fácil. 2 Tres buques navegaban bajo el claro de luna. Sus capitanes no se atrevían a recalar en Gadeira ni en Tartesos —territorio cartaginés— y de noche se mantenían en alta mar. Los tripulantes murmuraban; pero la navegación nocturna en rutas conocidas no era algo inaudito, y estar en el mismo océano era de una extrañeza que superaba todo lo demás. Las naves eran similares, de modo que pudieran viajar en convoy. Eran buques mercantes, aunque su cargamento principal eran hombres bien armados y sus provisiones. De manga más angosta que lo habitual, el casco negro se extendía unos treinta metros desde la alta popa, donde estaban los remos gemelos para timonear y se erguía una cabeza de cisne, hasta el tajamar de la proa. En el medio un mástil portaba una gran vela cuadrada y una gavia triangular. A proa había una pequeña camareta, y a popa dos botes de remo, para remolcar la nave en caso de necesidad o para salvar vidas en caso de desesperación. Cada nave alcanzaba un ángulo de maniobra de hasta ochenta grados, despacio y con torpeza; existían aparejos más flexibles, pero menos potentes. Esa noche, con brisa favorable, iban a cinco nudos. Hanno salió. La cabina que compartían los oficiales era sofocante para una persona de sus hábitos. A menudo dormía en cubierta, junto a los tripulantes que no soportaban el encierro ni el tufo de los compartimentos de abajo. Arropados en mantas, se acostaban en esteras de paja a lo largo de los macarrones. El aire era frío, y Hanno se envolvió en la clámide. El viento soplaba sobre el mugido de las olas, el crujido de las maderas y los avíos. La nave se mecía, haciendo flexionar los músculos en una danza. Había una figura a estribor, junto al castillo de proa. Hanno reconoció el perfil de Piteas contra el azogado resplandor de la luna y se le acercó. —¡Bien! ¡Bien! —saludó—. ¿Tampoco puedes dormir? —Esperaba ver algo —respondió el griego—. Tendremos pocas noches tan claras, ¿verdad? Hanno miró hacia el mar. El brillo ondeaba, fulguraba, chispeaba en el agua. La espuma titilaba como un fantasma. Hanno apenas veía los fanales coleados de la verga, pero sí el centelleo y el vaivén de los faroles de los otros barcos. En las honduras de esa movediza mezcla de luz y de tinieblas se erguía una masa oscura, Iberia. —Hasta ahora hemos tenido suerte con el tiempo —dijo Hanno. Señaló el goniómetro que Piteas tenía en la mano—. ¿Esa cosa es útil aquí? —Sería mucho más precisa en la costa. Si tan sólo pudiéramos... Bien, sin duda encontraremos mejores oportunidades. Las Osas estarán más altas en el cielo. Hanno miró esas constelaciones. El ascenso de la luna las había opacado. 10
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